El famoso Leibniz, quien seguramente se representaba en su tiempo (1646-1716) a la materia como un cascote o un trozo de goma, achacó con gracia a Hobbes el pretender explicar la sensación por el mecanismo de una reacción elástica, como la que se da en un balón hinchado.
Aquí vemos claramente cómo desde la ignorancia se busca simplificar. De lo superficial, basto y aparente, se deduce aquello que reza: es tan sólo, o no sin más que; locuciones preferidas por quienes nada saben en profundidad acerca de la cuestión que tratan y menos si ésta es compleja.
Leamos a Leibniz: “Aunque tuviera unos ojos tan penetrantes que llegaran a ver las más insignificantes partes de la estructura corpórea, no sé yo lo que con ello habríamos conseguido. No hallaría allí el origen de la percepción como no se encuentra en un reloj cuyas piezas mecánicas se sacan afuera para hacerlas visibles, o como no se le descubre en un molino aunque se pudiera uno pasear entre sus ruedas. Entre un molino y otras máquinas más delicadas, media tan sólo una diferencia de grado. “Puede bien comprenderse que la máquina nos haga las cosas más bonitas del mundo, pero jamás podrá darlas conscientemente” (Leibniz, edición de C. J. Gerhardt, III, 68 (la bastardilla me pertenece).
Claro está que, el pobre Leibniz se imaginaba un mecanismo compuesto de palancas, engranajes, poleas… es decir de piezas inertes a menos que se las pusiera en marcha mediante la aplicación de un muelle de relojería o de cualquier fuerza motriz.
Aquí tenemos una prueba de lo recientemente señalado sobre cómo se concibe la materia, como una pura apariencia de un trozo metálico, por ejemplo, en forma de rueda dentada, palanca, etc.
Muy distinto es cuando nos imaginamos penetrados en un organismo viviente, en su cerebro, donde cada pieza, átomo, electrón, neutrino, positrón, quark, etc., lejos de ser como un tosco engranaje, posee actividad propia que saca de si mismo.
Hoy, a muchos años de Leibniz, podemos hacer otra comparación y decir que el psiquismo, incluida la conciencia, es comparable con la moderna electrónica. No se con qué se lo podrá comparar dentro de otros tres siglos si es que entonces cabría algún tipo de comparación con alguna cosa, ya que supongo que en esa época, se conocerá al dedillo lo que ocurre en el cerebro en materia de pensamiento, raciocinio memoria, imaginación, fantasía, sentimientos, etc. Por ahora podemos resumir que la electrónica moderna se está aproximando cada vez más a lo que es el psiquismo.
Si un computadora puede realizar en pocos segundos cálculos que nos demandarían horas, días y quizás años, como los astronómicos por ejemplo; si hay cerebros electrónicos que traducen de un idioma a otro a razón de varias palabras por segundo, que gobiernan una máquina que compone música, que juegan al ajedrez, etc. y se hallan en constante superación, es fácil predecir que en un futuro próximo se podrán equiparar al cerebro humano (ya que en velocidad nos han superado fabulosamente) en cuanto a creaciones como la poesía, novela, especulaciones filosóficas, soluciones de engorrosos problemas científicos y tecnológicos, psiquiátricos y ¡tomar decisiones por sí mismos!, y no sólo esto, ¡también tomar conciencia de la realidad circundante! Lo que naturalmente ha demandado demasiado miles de millones de años de acopios de procesos físicos guiados por códigos genéticos, el hombre, con su tecnología lo logrará en pocos años.
Ahora bien, se dirá: “Tenemos ya calculadoras de vertiginosa rapidez para obtener resultados, pero… de ahí a tomar conciencia del entorno e igualarse a nuestro cerebro ¡qué locura pensarlo!
La inmensa mayoría de las personas, no desea pensar en esto. Por el contrario, rechaza con enfado toda insinuación no tan sólo de una superación de la mente humana por parte de las “máquinas”, sino de una “simple” equiparación. ¡Jamás! ¡Nunca! (se exclama), la tecnología electrónica se igualará al cerebro humano! Esto es natural amor propio y no se puede censurar. Ningún humano desea ser superado, ni siquiera igualado.
Sin embargo, agreguemos imágenes a las calculadoras preparadas para responder, incluso con amor y obtendremos el cerebro humano. ¿Imágenes reproducidas por reflexión en una máquina que piensa? ¿Qué clase de imágenes? Pensemos en un haz o pincel de electrones que explora una pantalla de televisión produciendo una imagen. ¿Consistirá esto en ver sin ojos? Cuando nos remitimos a nuestras imágenes mentales, cuando recordamos lo que hemos visto y cuando fantaseamos, no necesitamos ojos. Muchos fenómenos son posibles en este mundo que poco conocemos y la vista no es imprescindible para producir imágenes.
La imagen ya es posible hace tiempo, la ve todo el mundo en las pantallas de sus televisores. Es sólo bidimensional. Pronto, con nuevos avances, podrá ser tridimensional. El ojo también existe y es la cámara receptora de televisión. El ciborg sobrehumano ya es posible, ¡y con mejores sentimientos que el humano! Puede destilar amor, mansedumbre, jamás ira, egoísmo agresividad. Las “máquinas pensantes desbocadas de la ciencia-ficción, son sólo pura ficción. No tienen por qué ser creadas. La ciencia y la tecnología no tienen por qué ser aprendices de brujos. El temor de un futuro en que las máquinas que superen al hombre tomen las riendas del mundo y dominen a su creador, para satisfacer sus propias apetencias, es infundado, porque todo esto es pura fantasía, ciencia ficción, pero no lo es la creación de ciborgs mansos, más inteligentes, sensibles y creativos que el hombre, que lo hagan casi todo.
Igualmente, la técnica del láser promete maravillas que también se pueden comparar con nuestro cerebro natural.
De este modo, comparando al ciborg natural, esto es el hombre y su cerebro, con el ciborg tecnológico del futuro, esbozado ya en el presente, podemos comprender mejor la naturaleza de nuestro psiquismo, como una manifestación más de la esencia del universo, aparte de sus dos versiones también poco comprendidas: la materia y la energía. Pero en este caso concerniente a la manifestación psicogeneradora, ésta se halla más cerca del fenómeno energético con la particularidad de tratarse de un fenómeno emanado de ciertas estructuras (neuronas y su conjunto) ordenadas por derroteros genéticos inscriptos en el ADN.
El futuro lo dirá todo.
Ladislao Vadas