Todo comienza con mi lectura del artículo de la Revista Noticias de Edi Zunino: “Cristina compró hasta un millón de dólares en joyas por año”, estas cuestiones matan al sujeto idealista, aquel joven utópico, entusiasta que uno alguna vez fue, y se engañó a sí mismo y se creyó que este era un proyecto serio de Soberanía nacional y de construcción popular.
El proyecto Crister-kirchenrista se cristalizó en sus últimas etapas en una vanguardia iluminada. La cámpora, los infiltrados del PC: Horacio Verbitzky, Pedro Brieger, Eduardo Aliverti, Atilio Borón, Axel Kicciloff. Quiénes reciben órdenes de la Habana más que responder a la lógica de políticas locales y soberanas internas, a alguno de ellos me refiero.
En el plano simbólico se terminan enarbolando las banderas de la cultura villera cuando la idea de un proyecto popular es que no haya villas sino que haya pleno empleo y vida digna. La cristalización del setentismo versión, por así decirlo 2.0, versión siglo XXI, se concreta en discursos épicos y de una gran parafernalia, construyendo enemigos por doquier y separándose cada vez más de la idea de pueblo.
Lastimosos negocios que ponen en riesgo la soberanía energética nacional (YPF-Eskenazi); héroes inventados (el Néstor-nauta) a quienes la única pasión que los movilizaba era la recaudatoria.
Con tanto capital dinero acumulado, con tanta expansión de la riqueza personal de los funcionarios: ¿En qué medida podemos hablar del sujeto pueblo, enalteciendo sus banderas, como si lo representaran?
Es el reflejo de un movimiento vanguardista, de un Peronismo histérico, deformado en su actitud primigenia.
La utilización de los mártires de la dictadura como discurso maketinero, para ganarse a abuelas, madres nieto y bisnietos que quedaron económicamente parados de por vida gracias a los recursos estatales atribuidos. La utilización de los muertos de los ´70, la necrofilia, el no poder construir lo nuevo.
Un pensador alemán dijo "..que los muertos entierren a sus muertos, porque aquí hay que crear lo nuevo (…) Dejar de atiborrarse de discursos del pasado para poder transformar la historia”.
Un país con el potencial de convertirse en líder industrial y tecnológico de Latinoamérica, un país cuya realidad le permite construir un modelo australiano o canadiense pero cuyas riñas facciosas por poder económico y político entre las diferentes facciones políticas dan por resultado la aparición de una élite política incapaz de construir un proyecto serio y de largo plazo. La dirigencia política en conjunto impide el desenvolvimiento de una Argentina potencia hablando en términos tecnológicos, científicos e industriales. Un país que tiene todo los elementos para el triunfo: capacidad intelectual, científicos de primer nivel, buenos médicos, docentes convencidos de su labor y una juventud que puja por darle sentido al futuro. Pero sin un proyecto político claro, la juventud cae en la apatía, necesitan un horizonte, un modelo de país al cual apuntar. Crear lo nuevo sería la consigna.
Las esperanzas son muchas y claras, la reserva moral es enorme. Millones y millones de argentinos llenan todos los días, cada mañana, colectivos, trenes y autos, apostando al progreso personal a través del trabajo.
Se pecará quizás de obsesivo optimismo pero creo que Argentina posee grandeza en su destino final.