Diez días se tomó la presidenta de la nación para reaparecer públicamente luego de la trágica y todavía dudosa muerte del fiscal Alberto Nisman.
Aunque la actitud huidiza de este gobierno ante la adversidad es una estrategia ya conocida (Cromañón, Once, inundaciones...), esta vez Cristina Kirchner dejó en evidencia lo peor de sí con una penosa alocución que no escatimó en extemporaneidad, grosería y crueldad por doquier.
Es verdad que tuvo dos intervenciones previas en la red social facebook, pero no lo es menos que sus publicaciones alcanzan y sobran para acreditar las ostensibles dificultades que “esta presidenta” tiene para adaptarse al medio desde las responsabilidades indelegables que le ocupan.
Más allá de las autocontradicciones presidenciales y las desavenencias con sus prolongaciones ministeriales y secretariados estaduales en torno a la muerte de “el fiscal”, no puede soslayarse el rasgo típicamente adolescente -en el sentido más peyorativo de la expresión- que asumió la Jefa de Estado.
Casi como si no tuviese registro de las incumbencias del rol institucional que le cabe, no ha hecho todavía lo que todo un país espera: primero, ofrecer sus condolencias a la familia Nisman; después, ponerse a disposición de la justicia por la denuncia que “el fiscal” radicó en su contra. Eso es todo. Nada más.
Tal vez hayamos asistido, entonces, a la manifestación más elocuente de la falta de sentido de la oportunidad de la primera mandataria de un país con la confianza pública carcomida por la zozobra: “el fiscal” que la había denunciado de pergeñar un complot para encubrir el peor atentado terrorista que sufriera la Argentina, justo en la víspera, aparecía muerto con un balazo en la cabeza.
Sin embargo, en una enjundiosa muestra de que la indolencia siempre es peor que la insolencia, pera el relato oficial la víctima resulta ser -como siempre- “esta presidenta”.
Empero, a decir verdad, hay que reconocer que al oficialismo le han funcionando los operativos de victimización; pero, esta vez, todo es tan grotesco que se puso en alerta hasta el más desprevenido lector de la realidad.
Son de manual: cuando no es posible posicionarse como damnificado, el paso siguiente es poner en marcha el proceso que ensombrece a la víctima real a fin de enrarecer el lugar que ocupa; en buen romance: embarrar la cancha culpabilizando a la verdadera víctima. Sobran los ejemplos, el más difundido entre nosotros quizá haya sido el consabido “por algo será” de los tiempos de la dictadura, que con Nisman se materializó en el cinismo de preguntar por qué había anticipado su regreso de sus vacaciones. Encumbrado lugar les aguarda en la escala de los patéticos.
No obstante, como tampoco se pudo neutralizar culpas enturbiando a quien ya no puede defenderse, se embarcaron en la desesperada búsqueda de un culpable de una muerte que aún no se sabe cómo se produjo; desde luego, sin dejar de fustigar la memoria del muerto, pues la mejor forma de no revisar una muerte dudosa es hacer de la intimidad del difunto un área de escabrosa penumbra. Y son tan básicos y previsibles, cuando no tan fachos y homofóbicos, que a criterio de “esta presidenta” la pista que debe seguirse es la “relación íntima” entre Nisman y un tal Lagomarsino.
Luego, al desconcierto gubernamental inicial, le seguiría el desate de una furia facciosa que recreó los peores momentos de la historia argentina y dejaron nuevamente a su presente a cinco minutos de la violencia política.
El poder se desbocó y comenzó una auténtica cacería de brujas que, si bien todavía no terminó, expone al país a los confines del Estado de Derecho.
Somos tapa de todos los diarios del mundo, mientras que la realidad paralela que vive el oficialismo insiste con que todo es “basura y mentira” del Grupo Clarín.
En efecto, la cebación de los propios y el amedrentamiento de los ajenos reconducen las cosas al barranco del no-derecho, una zona peligrosa que la comunidad internacional ya detecta y comienza a repudiar.
Esa advertencia del concierto de naciones halla correlato en la parálisis institucional que atraviesa la Argentina: en lugar de ser el Congreso de la Nación el encargado de restablecer el equilibrio entre los poderes, un microclima fascistoide transfiere el protagonismo al Consejo Nacional Justicialista. Una vez más, la confusión entre estado-gobierno-partido, tan afín al peronismo -en general- y al FpV -en particular-.
Lo que en cualquier lugar del mundo constituye una buena señal del funcionamiento de las instituciones, en la Argentina, desde el 2003 a la fecha, se decodifica como una amenaza a la democracia. Y como tantas veces vaticinó el kirchnerismo, hoy sí que la república está dañada, pero es Cristina Elisabet Fernandez de Kirchner la que debe cesar en su denodada ambición por la suma del poder público. Ese afán aleja a la Argentina de la forma democrática de gobierno y la zambulle en la modalidad impura que la taxonomía aristotélica reserva para la monarquía: la tiranía. Si “esta presidenta” concentra en sí la función ejecutiva, incide de manera decisiva en el la legislativa y pretende también controlar la judicial, acabará por sepultar a la república; pero si además avasalla libertades individuales y derechos básicos, instaurará una tiranía inconfesable.
Así las cosas, no deja de sorprender el ascendiente que todavía conserva “esta presidenta”, siendo que poco más de diez meses le quedan en ejercicio del poder.
Todo indica que se ha dado vuelta el reloj de arena y, a medida que el año transcurra -y mucho más después de las PASO-, sus posibilidades para influir unilateralmente en la toma de decisiones debería ser decreciente y virar hacia una posición más conciliadora, desde que le convendrá empezar a negociar su tranquilidad para cuando finalice su segundo mandato el próximo 10 de diciembre.
Su vespertina aparición en la cadena nacional del viernes pasado, dejó ver las preocupaciones de “la Jefa”. Todos estos años nos han enseñado a detectar que cuando “esta presidenta” dice que algo no le preocupa y le resbala, es exactamente lo que la desvela y mortifica; de hecho, de los 62 minutos que habló, 3 se los dedicó a Lagomarsino.
En un encendido discurso se ocupó de decirnos que todavía no está hundida; y eso es cierto, pero ya filtra el agua por todos lados. Por lo que sólo es cuestión de tiempo, justamente lo que al oficialismo no le queda.
“Esta presidenta” percibe que los plazos de la carrera hacia la Rosada se precipitaron, y mucho más aún después de la muerte de “el fiscal”. “Esta presidenta” avista que la aceleración impacta de lleno en la disminución de la capacidad de daño que le queda para continuar siendo un factor de poder amenazante para quien aspire a la presidencia de la nación.
Es en este contexto y no otro en el que cabe interpretar las dos cartas que ha jugado últimamente “esta presidenta”: la creación de la Agencia Federal de Inteligencia y el impulso de un candidato para cubrir la vacante que dejó Zaffaroni en la Corte Suprema. Ambas arremetidas por marcar la agenda constituyen la antesala de la necropsia del poder político kirchnerista.
“Esta presidenta” lo sabe, pero ocurre que a quienes ella visualiza como sus enemigos también lo saben. Y los tiempos para intercambiar figuritas se agotan. La pregunta es quién y por qué negociaría con una presidenta que se supone está de salida; excepto, que no figure entre los planes de “esta presidenta” entregar los atributos de mando a su legítimo sucesor.