Primero fue la exesposa de Alberto Nisman, Sandra Arroyo Salgado, quien denunció haber recibido una suerte de mensaje mafioso en una foto del fallecido fiscal con un “agujero” en la frente.
Luego, llegó el turno del juez Claudio Bonadío, quien tiene a su cargo uno de los expedientes más caros a los intereses del gobierno, el que investiga a Cristina Kirchner por supuesto lavado de dinero en sus hoteles. El magistrado jura que fue amenazado en su despacho la semana pasada.
Más tarde, el propio Luis D’Elía aseguró ser víctima de intimidaciones por parte del “poder real”.
Si a esto se suma lo que denunció oportunamente el periodista Damián Pachter, no parece exagerado asegurar que la Argentina se ha vuelto repentinamente una especie de Estado mafioso.
En ese contexto, reina el miedo por doquier y la ciudadanía se siente desconcertada, sin saber cómo actuar ni qué pensar.
Quien escribe estas líneas recibió tres muestras concretas de cómo repercute lo que hoy sucede en el país por el caso Nisman. Una fue por parte de uno de sus abogados, quien desistió presentar una denuncia —armada ya en un 80%— contra Cristina Kirchner, Sergio Berni, Aníbal Fernández y otros funcionarios por entrometer sus narices en el expediente de marras.
La segunda provino de un prestigioso perito criminalístico, quien presentó un análisis técnico-profesional a pedido de este cronista —también por el caso Nisman— y se excusó de firmarlo. “Si lo publicás, que sea sin mi firma, tengo miedo de que me pase algo”, aseguró.
La tercera postal provino de un colega de Tribuna de Periodistas, quien logró hacerse de fuertes revelaciones por parte de una fuente de Casa de Gobierno —nuevamente por el caso Nisman— y optó por no hacerlas públicas.
Tal es el estado de situación que vive y respira hoy la Argentina, donde la confusión y el terror empapan a quienes ejercen el periodismo y otras profesiones similares y/o complementarias.
¿Quién está detrás de los repentinos aprietes e intimidaciones? ¿Es el gobierno o alguien más? ¿En el marco de qué? ¿Qué es lo que se persigue?
Una máxima en el periodismo asegura que los hechos deben analizarse pensando a quién benefician y a quién perjudican. En este caso, ¿benefician o perjudican al gobierno las amenazas que se hicieron públicas?
La respuesta es clara: lo perjudican, y mucho. El kirchnerismo se encuentra en el peor momento de su interminable gestión y no suena razonable que, en ese marco, se dedique a amenazar públicamente a nadie.
Sí suena lógico que haya despechados agentes de inteligencia —los que fueron desplazados por el gobierno— que estén a la cabeza de esta operación. Como diría una histórica fuente de información de este cronista, “es algo de manual”.
No obstante lo dicho, el gobierno es responsable por carácter transitivo por lo que ocurre. Fue la propia Cristina —junto con su fallecido marido Néstor Kirchner— quien le dio total poder a los que hoy la jaquean.
Más aún: tanto ella como el ex presidente les permitieron todo tipo de negocios ilícitos —incluidos la prostitución y la droga— a cambio de que los “ayuden” a apretar y “carpetear” a opositores políticos, empresarios y periodistas díscolos.
¿No fue el propio Néstor el que presentó a Nisman al hoy aborrecido Antonio Stiuso? ¿No fue este último el que aportó información clasificada al gobierno para presionar a sus “enemigos”?
Es fácil ahora victimizarse y decir que se es inocente —lo cual hasta podría ser probable—, pero la realidad es bien diferente.
Si uno crea y cría un monstruo, si lo alimenta cada día para que sea devastador y asesino, luego no puede alegar que se es víctima de ese mismo Frankestein. Así de simple.
Son días complejos donde, como se dijo, reina la confusión por doquier. A eso debe agregarse que conocidos periodistas operan para los diferentes sectores salpicados por el tema Nisman.
Unos lo hacen a favor de Stiuso, otros defienden a Fernando Pocino —adversario de Stiuso en la ex SIDE—, otro grupo se inmola a favor del gobierno y hasta hay colegas que hacen de operadores del poder judicial.
En ese contexto, la confusión se multiplica y la sociedad queda como rehén de los diferentes grupos de operadores a sueldo. La desinformación reina y los culpables festejan.
Son días en los que hay que mostrar ostensible mesura y analizar todo desde el más básico sentido común. Al menos, hasta que se calmen las aguas.