La crisis casi terminal de los partidos políticos tradicionales argentinos tras el colapso de fines de 2001 dejó como saldo agrupaciones meramente personalistas, que sólo existen y son competitivas mientras un líder las pueda sostener con su carisma y su impronta.
El viejo modelo bipartidista de peronismo y radicalismo estalló por los aires junto con la Alianza que encabezaron Fernando de la Rúa y Chacho Álvarez.
Los “caudillos” post modernos ya no necesitan de programas de gobierno, ni de grandes congresos partidarios donde se debatan las políticas de cada agrupación.
El “que se vayan todos” terminó por convertirse en “que se vayan todos los partidos”.
La política del siglo XXI genera expectativas en los outsiders quienes a menudo pasan a transformarse en los nuevos gerentes del Estado.
El votante identifica al Pro con Mauricio Macri, al Frente Renovador con Sergio Massa y al Frente para la Victoria con el matrimonio presidencial.
Al resto de los candidatos, les cuesta horrores ser escogidos entre un cúmulo de decenas de representantes de la oposición y del oficialismo.
¿Qué quedaría del Pro si Macri no gana la presidencia, a pesar de la pomposa “tercera vía” (ni radical, ni peronista) que imaginó alguna vez el asesor publicitario ecuatoriano Jaime Durán Barba?
Lo más probable es que veamos el mismo final que tienen todos los denominados “flash party”: rápido crecimiento, breve momento de esplendor y súbita desaparición.
¿Qué quedaría del kirchnerismo si Daniel Scioli o Sergio Massa acceden al sillón de Rivadavia?
Posiblemente, a fin de octubre, debamos subirnos a los árboles para no ser arrollados por la estampida que intentará mutar hacia la residencia del ex motonauta o la del ex alcalde de Tigre.
Sin embargo, existe otra opción muy interesante. ¿Qué ocurriría si el que gana los comicios presidenciales es Mauricio Macri?
Se impondría la “solución 1999” que le permitió a Carlos Menem no ceder toda la estructura del movimiento a manos del duhaldismo, ya que la derrota del líder surgido en Lomas de Zamora lo dejó con las manos casi vacías.
Por lo general, quienes caen del Olimpo de los escogidos en las urnas tienen un destino de alma errante y deben comenzar a trabajar desde las sombras, en las segundas y terceras lìneas.
El modelo Kübler-Ross, comúnmente conocido como las etapas del duelo, establece que antes de morir un sujeto atraviesa cinco estadíos distintos: la negación, la ira, la negociación, la depresión y, finalmente, la aceptación.
El kirchnerismo, consciente de su finitud, la que ocurrirá a fines de 2015, le agregó a esta teoría una sexta estación: la reencarnación.
El Frente para la Victoria demostró sobradamente ser un verdadero partido antisistema, según la definición del filósofo alemán Karl Loewenstein, considerado uno de los padres del constitucionalismo moderno.
En otras palabras, un movimiento que se queda con los tres poderes republicanos y luego avanza sobre la prensa y el empresariado, comprando medios y adquiriendo también corporaciones privadas.
En Santa Cruz, lograron imponer la reelección indefinida del ocupante del sillón de Gregores; colonizaron la justicia dejando los juzgados y fiscalías claves en manos de familiares y parientes políticos; modificaron la composición de la cámara de diputados para forzar una mayoría calificada que no tenían y maniataron hasta silenciar casi por completo a las voces periodísticas más críticas.
Al no poder replicar en un cien por ciento en la República Argentina ese modelo (lo que hubiera significado la “santacrucificación” del país), tuvieron que aceptar que no iban a poder desnaturalizar cada elemento vital de la división de poderes para llegar hasta una autocracia al mejor estilo chavista.
Por ello, están en 2015 ensayando un par de movidas audaces.
Las dos primeras fueron una copia de lo que hizo Luis Inacio Da Silva en Brasil con Dilma Roussef: promocionar como jefa de gabinete a quién Lula pretendía que fuera su sucesora.
Los experimentos de traer a Jorge Capitanich desde el Chaco y el apoyo incondicional que le sumaron a Florencio Randazzo no han resultado, ni por asomo, semejables en cuanto a resultados a la experiencia del paulista.
Mientras los K de paladar negro manifiestan cada semana su antipatía por la figura del gobernador de la provincia de Buenos Aires, al unísono intentan con audacia poner fichas en Mauricio Macri, apostando a una estrategia como la trasandina, donde Sebastián Piñera hizo extrañar mucho a Michelle Bachelet y esto ayudó para que la ex presidenta socialista volviera al Palacio de la Moneda.
“Si no podemos ser Santa Cruz o Brasil, intentemos al menos ser Chile”, se resignan.
Cabe destacar que, en estas tierras, algo similar pensaban a fines de los años ochenta los jóvenes radicales de la Junta Coordinadora Nacional.
Ellos estaban convencidos de que tanto su correligionario Eduardo Angeloz como el peronista Carlos Menem eran la derecha y que, tarde o temprano, el pueblo los iba a extrañar y eso les garantizaría un regreso triunfal tras un turno de espera.
No hace falta recordar cómo finalizó esa historia.
El factor “1999” fue exorcizado por el propio secretario Legal y Técnico de la presidencia, Carlos Zanini (se trata del fundador de la “mesa chica” que logró el milagro de llevar a Néstor,
Cristina, Julio De Vido y Alicia Kirchner desde un barrio marginal riogalleguense hasta Olivos en menos de dos décadas de trabajo).
El “chino” llegó a reconocer frente al estupor de gobernadores e intendentes propios que había que prepararse para una “temporada en el desierto”, augurando una casi segura derrota en el octubre de 2015.
Concretamente, el cerebro del temerario grupo, el dueño de la “materia gris” interna, les sugerió que el ascenso de un peronista en 2015 dificultaría el operativo retorno del cristinismo en 2019 porque en el peronismo quien gana se queda con todo.
Con el correr de los meses, tras la derrota electoral del oficialismo en las parlamentarias de 2013, el otrora dedo salvador de la Presidente se transformó en un abrazo de oso que espanta a los pre candidatos a puestos ejecutivos y legislativos peronistas de 2015.
El acelerado desgaste de la imagen de la Jefa de Estado y la caída de su prestigio hasta umbrales sólo conocidos por “Chupete” De la Rúa, motivaron que CFK esté casi resignada a entregarle el bastón de mando a un sucesor que no será “del palo”.
Cristina, sin tapujos, intenta posicionar a Macri como el gran opositor y aislar al mismo tiempo a Sergio Massa, quién le complicaría enormemente sus planes de retorno al poder.
Macri ya no es el enemigo a vencer sino el rival a levantar, a volver cada día más visible, contra el resto de la oposición, a la que hay que opacar y ningunear hasta borrarla de la agenda periodistica.
¿Hay pruebas de semejante compromiso o se trata de meras especulaciones de café?
Creemos que las mismas son tan evidentes que pueden recogerse, sin mayor esfuerzo, de la tapa misma de los diarios argentos.
¿Por qué el macrismo es el “enemigo perfecto” del kirchnerismo?
El Pro tiene el mismo ADN de liderazgo personalista que su supuesto antagonista, el FPV.
Es un mero instrumento electoral donde confluyen ex peronistas, ex radicales, ex Unión del Centro Democrático y sectores independientes.
No parece ser la formación ideológica interna su punto más fuerte.
Al igual que lo que ocurría con la agrupación formada por otro ingeniero (Alvaro Alsogaray), estamos frente a una fuerza que carece de estructura nacional y basa su poderío en la vidriera que representa volverse fuertes en la macrocefálica capital argentina.
Además, afronta el duro karma que reconoció públicamente a principios de 2015 el entonces presidente uruguayo José Mugica: “pobre del vecino país si el próximo presidente no es peronista”.
Como Jefe de Gobierno, según veremos, Macri no pudo siquiera mover de su sitio a los tercos vendedores ambulantes y manteros que acampan a cuatrocientos metros de su propio despacho, sobre calle Defensa, en San Telmo.
Es difícil imaginarse cómo podría gobernar un país, si nos basamos en esos pobres antecedentes.
La alternativa de ser el partido del orden y la gobernabilidad está muy asociada al peronismo en la opinión pública.
Los Pro no pueden abrazar esa bandera, como tampoco pueden hacerlo con la transparencia, ya que han tenido tropiezos de todo tipo que llevaron, inclusive, a que el mismísimo jefe de gobierno termine procesado por haber promovido escuchas ilegales.
En síntesis, los macristas son el sparring soñado.
Eso sí, hay que tener cuidado en los entrenamientos, porque si se los golpea demasiado fuerte, pueden quedar doblados y exánimes sobre el propio ring y nadie quiere que la “gran pelea ideológica” se frustre antes de comenzar (Extracto del libro “Socios, los cien pactos PRO-K”).