A quince días de la avant-première del plebiscito de la gestión PRO en la Ciudad, Macri y Michetti se reencontraron a solas.
En la superficie —aunque no por eso menos verdadero—, puede decirse que los porteños asistieron a la medición que protagonizaran Horacio Rodriguez Larreta y Gabriela Michetti. En la intimidad del partido preto-amarelo, es un secreto a voces que si bien la PASO pasó, la interna se internó (el signo más elocuente de ello fueron los brazaletes de colores que segmentaron el ingreso de los simpatizantes de uno y otra al bunker que el oficialismo capitalino montó la noche misma de la elección).
A excepción de Mariano Recalde, que el cuarto puesto no se lo quita nadie -eso es cierto-, nadie vaciló en presentar el pasado 26 de abril al Jefe de Gobierno como ganador arrasante de ese ensayo con público que son las elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias.
Sin embargo, sucedió algo más. Sucedió bastante más: por primera vez, desde que existe el PRO, alguien decidió disputarle internamente el poder a su fundador. En efecto, lo que quedó a la vista es que cada cinco macristas, dos se reconocen michettistas.
En ese contexto, el contrapelo de los guarismos arroja que la senadora no perdió; al contrario, lo obligó al presidenciable a descartarse. El peso específico de ambos quedó a la vista y son socios casi por mitades. Mauricio es un hombre de negocios y sabe que es carísimo el precio que pagó: ya no es el líder indiscutido de su espacio, tiene que “arreglar” con Gabriela; no cesó su liderazgo, sino que a partir de ahora tiene que prorratearlo con quien se lo discutió.
De otro modo, no tendrían por qué reunirse a solas, sólo dirigentes que reconocen guardar entre sí posiciones relativamente equidistantes se dispensan ese trato. No cabe duda que es la lógica paradojal del poder real la que permite que siendo Rodriguez Larreta el ganador, su jefe reciba en privado a la perdedora.
Tal extremo desmiente que Michetti haya perdido algo; no sólo que no perdió nada, sino que lo relegó a su contrincante y habla a solas con el pre-candidato presidencial del PRO.
Así las cosas, no resultan descabelladas las imágenes del futuro que por estas horas recrea la gente de ECO. Las expectativas que se visualizan en el entorno de Lousteau, colocan al ex titular del Palacio de Hacienda de finales del primer cristinismo en un eventual ballotage contra Horacio Rodriguez Larreta luego de las elecciones generales del 5 de julio.
De ser así, la carrera hacia la Casa Rosada de Maurico Macri queda, de seguro, enrarecida, máxime si se repara en la amistad inveterada que Gabriela Michetti profesa con Elisa Carrio y Ernesto Sanz, transitorios adversarios y, por eso mismo, cada vez más dudosamente aliados.
El folclore macrista se esfuerza por presentar que la interna significó apertura; no obstante, en la política agonal argentina es sabido que las internas laceran de modo irreconciliable, al menos por un larguísimo tiempo. En un pacto de auténtica supervivencia, los operadores de todos los flancos del PRO apuestan por la no disgregación del voto argumentando que “todos tienen que poner su granito de arena”; empero, todos coinciden en que algunos son más iguales que otros (repárese que a Costa Salguero se ingresaba con cintitas rojas, azules y amarillas, unas para los internistas de sendos bandos y otras para los funcionarios presuntamente neutrales…).
Le asiste razón, entonces, a Gabriela Michetti cuando afirma que “el PRO se recibió de partido político”, según trascendió en la carta que la supuesta vencida publicó hace unos días en las redes sociales.
En realidad, la que se recibió de política tradicional es ella, la mismísima Gabriela Michetti, que edulcora un poco la ferocidad de la interna que desató porque es brutalmente consciente que logró su objetivo: cosechar un capital político propio, capaz de dejarla casi en pie de igualdad con el referente fundacional del PRO y hoy aspirante al codiciado sillón ubicado en Balcarce 50. Luego, por conmutación y/o transición, ella misma podría suplirle en idéntico sitial, mas no por mera invitación de “el Patrón” a integrar el binomio presidencial.
Ahora se entiende perfectamente por qué Gabriela rechazó la oferta de Mauricio de acompañarlo como candidata a Vicepresidenta de la Nación: de haber aceptado, ella jamás se hubiera desmarcado de él. También se comprende, con claridad meridiana, por qué Macri jugó tan a fondo con Rodriguez Larreta: había que “parala a Gabi”. Al final de la película, tiene sentido que Michetti diga que el PRO se recibió de partido, el problema es que está proyectando en la fuerza política su propia independencia; ergo, ¿ella y el PRO son la misma cosa? Si es así, el personalismo se inscribe como nota indeleble del sistema de partidos en la Argentina.
Sólo un necio negaría que Michetti salió fortalecida al lograr que se explicite la recombinación del ADN de una fuerza nueva y en formación con el de los partidos tradicionales: el PRO se ha zambullido, tan clara como irreversiblemente, en las coordenadas de trabajo internista, trazadas por el carisma de dos referentes consolidados. Ahora hay macrcistas “puros” y macristas “cruza” con michettistas.
Por eso es que ella ganó más de lo que se vio y él perdió más de lo que parece. De ahí el fundado temor a la fuga de electores hacia “Guga”, lo cual no complicaría sólo los comicios metropolitanos sino el itinerario de Macri a la presidencia, sobre todo si el armado radical le garantizase a Sanz una digna elección en la CABA.
De darse ese escenario, hay motivos para pensar que si la UCR se abroquela en torno a su presidente y despliega su poder territorial en cada una de las 24 jurisdicciones, el senador nacional por Mendoza puede darle un buen susto al Jefe de Gobierno porteño.
Todavía hay tiempo, tan cierto es que recién se está precalentando para jugar el primer tiempo como que ya no hay margen para dar marcha atrás, en tanto Mauricio Macri debe saber que tiene un frente interno al que atender y contener: la apuesta fuerte del michettismo.
Como si fuera poco, no hay lugar para mala praxis en la gestión de la política acuerdista con sus socios de la CC y la UCR, puesto que las tensiones no satisfechas pueden detonarse colocando a un Martín Lousteau en la segunda vuelta.
La respuesta del macrismo de pura cepa debe gozar de precisión quirúrgica; toda vez que, ahora, es apenas socio mayoritario del PRO.