Hay temas que generan el apoyo inmediato de la sociedad y que creo merecen una reflexión más detenida. Uno de esos temas es el de la violencia de género.
En los últimos días está en boga la difusión de noticias relacionadas con femicidios o con diversos hechos de violencia contra las mujeres. Como es de esperar, la ciudadanía, se ha unido a una campaña que, a primeras luces, parece justa, la campaña #NiUnaMenos.
El problema de esta iniciativa, es que, al igual de muchas otras, se generan y difunden desde lo sentimental y no desde lo racional, desde el corazón y no desde la cabeza. Y esto, se vuelve en contra de los loables objetivos de la campaña, generando paradójicamente más discriminación.
Este espíritu de búsqueda de equidad, se refleja también en los cupos femeninos en las empresas, en los cargos públicos o en las cámaras de legisladores; todos estos son expresiones del mismo concepto, aunque con distinto enfoque.
Cuando se piensa o legisla discriminando por sexo, se está confirmando que se considera distinto en capacidad a un hombre de una mujer, el hecho de justificar este tratamiento diferencial con el argumento de que debemos colocar a la mujer en un estado de igualdad con el hombre, es una confesión implícita de un asumido preconcepto de inferioridad por parte del propio defensor.
Las leyes y las reglas de la sociedad deben ser iguales para todos, sin importar género, raza, religión o color político. La igualdad de derecho implica ver al otro como un ser humano, así de simple y así de completo.
Si queremos terminar con las discriminaciones absurdas (como la de género), debemos tratar a todos por igual, para bien o para mal. No pueden haber algunos con privilegios mientras que otros soportan todas las cargas solo por no estar acomodado ó por el motivo que fuese.
La discriminación debe ser entre el culpable y la víctima, entre el que actúa bien y el que actúa mal, entre el que respeta al otro y el que no, este es el camino de la vida en armonía.
La discriminación debe ser entre el capaz y el que no lo es, entre el que se esfuerza y el que no; este es el camino a la excelencia y al resurgimiento de la cultura del trabajo.
¡Qué me importa si el diputado es hombre o mujer! quiero discriminarlos por su capacidad, no por su género.
¡Qué me importa si la víctima o el delincuente es hombre o mujer! quiero defender al inocente y castigar al culpable sin importar su sexo.
¡Que me importa si el que rinde un examen o busca un trabajo es hombre o mujer! quiero discriminarlo por los méritos que haga, no por si usa pollera o pantalón.
Por eso propongo que pensemos otras consignas distintas, como por ejemplo #NiUnHonestoMenos ó #NiUnDelincuenteEnLaCalle ó #NiUnCorruptoEnElGobierno ó #NiUnNiñoFueraDeLaEscuela.
Estas son las consignas que nos plantearán los verdaderos desafíos que nos harán crecer como sociedad, para que algún día lleguemos a ser la Argentina grande que nuestros padres soñaron.