En cualquier otro ámbito es poco probable que sea considerado como un acto prácticamente excepcional que una persona ejerza el sencillo hábito de cumplir con su palabra.
Pero en política, a simple vista, ocurre lo contrario y por estas horas el ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, parece haberse convertido en una "rara avis" con su decisión de bajarse de la carrera por la Presidencia y desistir de ir a jugar en la provincia de Buenos Aires.
Olfateando quizás un desenlace como el que se produjo tras la designación del "gurú" kirchnerista Carlos Zannini como compañero de fórmula de Daniel Scioli, el dirigente bonaerense de 51 años advirtió días atrás: "Si yo no puedo participar de las primarias, voy a ser un simple militante".
Horas más tardes, con sus cartas echadas y la "sugerencia" de la presidenta Cristina Kirchner de postularse para gobernador bonaerense en las próximas elecciones —es decir, desistir de su precandidatura presidencial—, Randazzo optó por tomar un camino pocas veces transitado en política en los últimos tiempos al verse arrinconado entre la espada y la pared.
Muchos celebran su decisión -en el seno de la oposición por ejemplo- otros se asombran como si hubiese descubierto agua en el desierto, pero Randazzo no hizo otra cosa que cumplir con su palabra, por más extraño e infrecuente que resulte entre los dirigentes políticos, especialistas muchas veces en camuflar y acondicionar su discurso y actitud a la coyuntura dominante.
Los ejemplos abundan y no es necesario escarbar tanto para descubrir que en el ámbito de la política cambiar de parecer de un día para el otro no significaría necesariamente borrar con el codo lo que se había escrito con la mano.
No se trata de convicciones ni de compromisos asumidos, sino del "arte de lo posible", se suele comentar, y así lo demuestra la reciente estampida de dirigentes del Frente Renovador que pegaron el salto de regreso al kirchnerismo tras haber noviado durante meses con el vencedor de los comicios de 2013 Sergio Massa, al ver ahora que su encanto languidece.
Será por eso que tanto se aprecia la decisión de Randazzo, en un ámbito poco acostumbrado tal vez a preservar el valor de la palabra (NA).