Se ha puesto de moda en Latinoamérica el concepto de “golpe blando” y el dirigente opositor venezolano Leopoldo López acaba de ser condenado a trece años de prisión por haber supuestamente liderado uno. Es preciso entonces analizar este nuevo discurso que parecería amenazar las libertades públicas.
En marzo de 2014, Luis Bruschtein publicó un artículo en el diario oficialista argentino Página/12 en el que expresó que “el golpe blando consiste en travestir a una minoría en mayoría, amplificar sus reclamos, crispar las controversias y enfrentamientos y desgastar a la verdadera mayoría que gobierna, hasta hacerla caer por medio de alguna farsa judicial como fue en Honduras, o parlamentarista, como en Paraguay”. Es decir, usar la categoría de golpe blando en vez de la de destitución ilegal permite ampliar la base de condena a acciones absolutamente legítimas que estarían encaminadas a futuro a crear las condiciones para una supuesta destitución ilegal. Lo condenable de la conducta repudiada ya no estaría dado por los medios (violación de la ley) sino por el fin (intento de deslegitimación de un gobierno popular).
¿Qué diferencia hay entonces entre prohibir los supuestos “golpes blandos” y prohibir la libertad de expresión o la crítica al gobierno? ¿Acaso está mal manifestarse pacíficamente a favor de la renuncia de un gobierno que viola la división de poderes, que niega el Estado de Derecho, que practica un clientelismo masivo, que discrimina y persigue a los medios de comunicación críticos y que envía bandas armadas a reprimir violentamente las manifestaciones opositoras?
Claro que si se destituyera de manera ilegal a un presidente elegido por el pueblo estaríamos ante un golpe de Estado, sea institucional o militar, absolutamente antidemocrático e inaceptable. El problema es que la novedad del concepto de “golpe blando” es precisamente que prescinde de analizar la legalidad o ilegalidad del ejercicio del poder, así como también la legalidad o ilegalidad de la destitución, enfocándose en supuestas maniobras previas y atentando contra las libertades individuales. Por tanto, se termina avalando a las “dictaduras blandas”, que adquieren y acumulan poder de manera ilegal, rechazando la división de poderes y el Estado de Derecho y convirtiendo al Estado en una gigantesca maquinaria prebendaria, clientelar y de persecución que distorsiona y manipula a su favor las elecciones sobre las cuales hace descansar su legitimidad.
Muchas veces los que denuncian los “golpes blandos” en Latinoamérica apoyan a las dictaduras blandas populistas-neomarxistas, que tienden a endurecerse progresivamente desembocando en lisas y llanas dictaduras, como ocurre en Venezuela. Demonizan y exageran el poder de los medios de comunicación, pintándolos como un monstruo a destruir. Marcan las desigualdades sociales y la diferente capacidad de expresión de las personas no para aumentar la de los sectores excluidos que son oprimidos a través del clientelismo, sino para aniquilar la capacidad de expresión de las clases medias que son independientes del Estado. En definitiva, los que lideran la lucha en Latinoamérica contra los supuestos golpes blandos avalan o promueven el autoritarismo tanto blando como duro si es que éste se ejerce en nombre de la ideología que para ellos es correcta. No casualmente no les preocupa el totalitarismo y terrorismo de Estado cubano y nunca se los escucha hablar en contra de Fidel Castro.
Luego de que Mahatma Gandhi concretara la liberación de la India de manera no violenta, el estadounidense Gene Sharp, con el apoyo público de Albert Einstein, se dedicó a estudiar y teorizar las formas de lucha no violenta. Fundó la Albert Einstein Institution (aeinstein.org). Desde entonces, se ha convertido en el referente principal de numerosas revoluciones democráticas no violentas alrededor del mundo. Su tesis central es que todo gobierno tiránico hace descansar su opresión en el adoctrinamiento cultural de una minoría cuyo apoyo necesita para controlar el Estado. Si el pueblo se manifiesta sin violencia y de manera constante y estratégica, logrará poner de relieve la superioridad moral de la oposición y los mecanismos de opresión y las arbitrariedades del Estado. El resultado será que, tarde o temprano, el gobierno dictatorial perderá incluso el apoyo de esa minoría que le permite poner en funcionamiento sus mecanismos de opresión.
La doctrina de la no violencia está diseñada y sirve para derribar dictaduras sin violencia. Es quizás uno de los grandes logros políticos de la humanidad y una de las mejores innovaciones políticas de nuestra era. No sirve para derrumbar un gobierno democrático y legítimo pues, si no hay arbitrariedades y violaciones de derechos básicos sobre las cuales llamar la atención, todo quedará en una mera movilización sectorial que, en el mejor de los casos, será parte de una protesta contra el gobierno que impactará más o menos en la opinión pública según el desempeño de ese gobierno. Es por eso que las movilizaciones no violentas ocurridas en Europa y Estados Unidos con motivo de la crisis financiera internacional de 2008 en ningún momento estuvieron ni siquiera cerca de hacer caer a los respectivos gobiernos. Hubo que esperar a las próximas elecciones para que el pueblo decidiera si esos gobiernos continuarían o no. Esto es importante: el miedo a la lucha no violenta no puede provenir nunca de auténticos demócratas, puesto que éstos son inmunes a ella.
Resulta muy llamativo el hecho de que se pinte a Gene Sharp como una especie de Maquiavelo posmoderno endemoniado cuando precisamente ha desarrollado y dedicado su vida a promover un método no violento de derrocamiento de dictaduras. No sólo ha aportado y mucho a la lucha contra el autoritarismo, sino también a una sustancial reducción del nivel de violencia en los conflictos políticos. También es llamativo que los dirigentes políticos corruptos de todo color y calibre, como recientemente lo hizo Pérez Molina en Guatemala, estén empezando a recurrir a la idea de “golpe blando” para victimizarse. El concepto parece darles, no sólo la oportunidad de evadir responsabilidades, sino también de contra-atacar y realizar un intento desesperado por capitalizar políticamente su propia corrupción. Esto debería llevar a la reflexión a aquellos que de buena fe, confundidos por la propaganda autoritaria de los regímenes populistas latinoamericanos, han abrazado el concepto de “golpe blando” tal cual está siendo usado.
Condenemos entonces toda destitución ilegal o golpe institucional contra gobiernos democráticos, pero también las “dictaduras blandas” que en nombre de una hipotética voluntad popular desconozcan la división de poderes y los derechos del pueblo. Y no permitamos que se descalifique como “golpe blando” a las revoluciones y luchas democráticas no violentas que valiente y estoicamente diversos pueblos y líderes del mundo vienen desarrollando y soportando en distintos puntos del planeta.