Es seguro que el viaje del presidente Barack Obama a Buenos Aires va a crear titulares periodísticos de gran magnitud en todo el mundo. Es que, antes de partir hacia Cuba, el mandatario de EEUU se comprometió a desclasificar documentos gubernamentales estadounidenses relacionados con la tragedia de la última dictadura militar.
En respuesta, Obama recibió —con razón— elogios de los que creen que, si lo hace realmente, puede ofrecer un alivio significativo y muy necesario para las víctimas de atrocidades contra los derechos humanos y sus familiares.
En un artículo publicado en octubre de 1987 por The Nation, escribí en forma de primicia la historia de cómo el entonces secretario de Estado Henry Kissinger dio a los generales argentinos "luz verde" para la matanza. Fue parte de un cuento de terror que, cuando surgió la revolución de los derechos humanos del presidente Jimmy Carter, una máquina de matar que incluyó más de 340 campos de concentración clandestinos ya estaba en pleno funcionamiento.
La idea de la Casa Blanca es que, más allá de los documentos del Departamento de Estado que ya han sido desclasificados (cuya desclasificación la decada pasada confirmó el papel que ostentó Kissinger), también se haga lo mismo con los papeles pertinentes en poder de la CIA, el FBI y el Departamento de Defensa. Todos ellos también deberían ser puestos en manos públicas.
Sin embargo, aunque de por sí el gesto es importante, también es una forma de avanzar en una suerte de relaciones públicas: un “milk run"; esto, como un gesto de verdad pobre destinado a un país cuyas relaciones con los Estados Unidos han sido profundamente dañadas por el legado de la “guerra sucia”.
"La desclasificación de un conjunto más amplio de documentos también centrará con mayor intensidad un período vergonzoso de la política exterior de Estados Unidos, durante el cual Washington toleró y en algunos casos apoyó las tácticas brutales de los gobiernos de derecha en la región", publicó el diario New York Times en un editorial. Y agregó: "Es hora de que el gobierno estadounidense haga lo que todavía puede para ayudar a llevar a los culpables a la justicia y dar a las familias de las víctimas algunas de las respuestas que buscan."
Según fuentes fidedignas, altos asesores de Obama (quizás para aplacar la aparición inesperada del ex secretario de Estado, algo “radioactivo”, en el debate de las primarias presidenciales Democráticas) dicen en privado que el Presidente no se disculpará ante el pueblo argentino —como podría esperarse de una máxima autoridad del Estado— por el papel jugado por Kissinger.
A pesar de que parece que la suerte ya está echada, como mínimo el presidente Obama debe decirles a los argentinos que, en lo que involucra la desclasificación documental, también se hará pública toda la información de los expedientes relativos a los negocios que había en curso por parte de la empresa "Kissinger Associates". También sus otras “turbias” relaciones en la Argentina.
No fue casualidad que Kissinger no sólo fuera "invitado de honor" de los partidos de la Copa Mundial de 1978 en la “Argentina de los generales”, sino que también jugó el mismo papel en la toma de posesión en 1989 del corrupto Carlos Menem, quien perdonó rápidamente a aquellos gobernantes de la guerra sucia, condenados y encarcelados luego de una suerte de mini-Nuremberg durante el gobierno del auténtico héroe de los derechos humanos, Raúl Alfonsín .
Los militares, supuestamente anti-comunistas, afirmaron que su represión ilegal fue la "primera batalla de la Tercera Guerra Mundial", aun cuando mantuvieron relaciones carnales bien engrasadas con la Unión Soviética.
Sin embargo, como me dijo el entonces agregado legal del FBI en Buenos Aires, Robert W. Scherrer, la supuesta amenaza ofrecida por la guerrilla en el momento del golpe era muy exagerada. De hecho, Mario Firmenich, jefe de la organización Montoneros (furiosamente presentada como la mayor organización terrorista urbana en América Latina), era en realidad un doble agente que trabajaba para el Ejército Argentino. Todos aquellos archivos deberían ser desclasificados también.
Como he escrito en mi primicia investigativa original sobre Kissinger, incluso antes de que el presidente Carter asumiera el cargo en enero de 1977, hubo un héroe dentro del Departamento de Estado que, entre bambalinas, luchó con uñas y dientes contra Kissinger por el tópico de los derechos humanos.
Se trata del cinco veces designado como embajador por su militancia en el Partido Republicano (y amigo de Richard M. Nixon) Robert C. Hill, a quien Scherrer —del FBI— le tenía la mayor admiración, ya que luchó para restaurar valores explícitamente estadounidenses a la diplomacia. Esto incluso mientras la guerrilla trató de matar a su familia y asociados de Kissinger amenazaron con que iba a ser despedido si seguía con lo suyo.
(Curiosamente, el supuestamente intrépido reportero investigador Horacio Verbitsky, quien recientemente fue desenmascarado por Gabriel Levinas por ser un doble agente que trabajaba para la Fuerza Aérea Argentina, regularmente acusó a Hill de ser la “eminencia gris” EEUU detrás de la creación de los escuadrones de muerte de las Tres A.)
La administración Macri y el pueblo argentino deberían exigir que el presidente Obama sea reconocida dentro del grupo bipartidista de luchadores norteamericanos por la libertad, entre aquellos que hicieron todo lo que entendían entonces que era posible para levantar la bandera de los derechos humanos en la era “post Vietnam” y “post Watergate”.
Esto incluye, por supuesto, al presidente Carter, la defensora de los derechos humanos del Departamento de Estado Patricia (“Patt”) Derian, y el valiente funcionario de derechos humanos de la Embajada Franklin "Tex" Harris. También incluye al Embajador Hill y al omnipresente salvador real de vidas Bob Scherrer.
(En 1989, Scherrer ganó el Premio de Reconocimiento Especial en Derechos Humanos Letelier-Moffitt del progresista Institute for Policy Studies por su papel en el descubrimiento del rol del régimen de Pinochet en las muertes del ex embajador chileno Orlando Letelier y Ronnie Karpen Moffitt a causa de la explosión de un coche bomba a poca distancia de la Casa Blanca en Washington, D.C.)
Después de la triste revuelta de Semana Santa llevada a cabo por los carapintadas, en la comunidad de derechos humanos se disparó una preocupante hiperpolitización. Emilio Mignone, valioso líder de los derechos humanos, me dijo en esos días que era Raúl Alfonsín, y no él —ni la comunidad a la que ayudó a conducir— quien había hecho los más inteligentes movimientos para la justicia antes del levantamiento.
La manipulación y el bastardeo de la narrativa sobre derechos humanos post Alfonsín, llevada cabo por “El Topo” Verbitsky —no fue el único que lo hizo, ojo—, ha hecho un daño incalculable. Es hora de corregir un error histórico basado en hechos, así como el derecho del pueblo argentino a conocer tanto su propio pasado como el del país del Norte, que ahora dice querer renovar su amistad.
Además de lo establecido en la propuesta de Obama, todos los documentos de las siguientes categorías necesitan ser desclasificados. Ello si el Gobierno de los EEUU realmente busca —al examinar cuidadosamente el pasado y las relaciones a cuadros entre nuestros dos países— impulsar una amistad real, así como un grito común y contundente de “¡Nunca Más!”:
1. El asesinato de John Patrick Egan, el consejero honorario de EEUU erróneamente identificado como perteneciente a la CIA y asesinado por una facción de Montoneros en Córdoba en 1975. Scherrer fue muy claro al mencionar que, a pesar de la lealtad a la inteligencia militar de Firmenich, una facción semiindependiente de Montoneros torturó y luego asesinó al nativo de Montana. Scherrer confirmó específicamente que Firmenich en realidad trabajó para el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército y reportaba directamente al general Alberto Valín (quien al principio en la década de 1980 fue utilizado por el gobierno de Reagan para organizar en secreto la “contra” nicaragüense).
2. La relación Montoneros-SIDE. En junio de 1987, informé sobre el reclamo, notable por su valor propagandístico tanto de la derecha como de la izquierda, que los Montoneros exigieron —y se dice que recibieron— de $60 millones en efectivo por el rescate (en el momento fue calificado como un récord mundial) tras el secuestro en 1974 de los hermanos Born. La liberación del último del dúo Born, Jorge, fue promocionada en una conferencia supuestamente clandestina pero altamente publicitada el 20 de junio de 1975.
De hecho, la "casa de seguridad" de los Montoneros en realidad estaba operada por agentes de los escuadrones de la muerte que trabajaron para la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) bajo la influencia de los militares. Los agentes no sólo torturaron y asesinaron a un adolescente en la casa en un caso de secuestro extorsivo; ellos mismos estaban en la conferencia de prensa montonera que se llevó a cabo allí.
3. Lo que conoce las agencias EEUU de la relación de Lorenzo Miguel con la Triple A. Después de haber sido reportero en Argentina durante los primeros cuatro años del gobierno de Alfonsín, parecía extraño que —dado el involucramiento continuo de Miguel en el movimiento obrero— el líder del sindicato no fuera visto como una posible amenaza para el nuevo gobierno democrático de la misma forma que sus antiguos aliados militares y de la policía. Aún queda mucho por saber sobre las amenazas inherentes a la reaparición de Miguel y lo que significaba para los esfuerzos de reforma del gobierno de la UCR.
4. ¿En qué medida los presuntos vínculos de Isabel Perón con los traficantes de drogas dieron a los líderes militares argentinos la ventaja que necesitaban para hacerse con el poder en 1976? Scherrer ha escrito que el tráfico de drogas y el uso de narcóticos en la Casa Rosada pueden haber sido factores que contribuyeron al golpe militar. Un ambivalente EEUU, de pie en el derrocamiento de Perón, puede haber sido coloreado por la disposición de los militares de entrada para ayudar tanto a la DEA como el FBI en la lucha contra narcotraficantes internacionales albergados en la Argentina. Al menos uno de ellos había ayudado a crear las circunstancias peligrosas en las que fue asesinado Egan. Sin conocer la decisión eventual de Kissinger para dar a los guerreros sucios una “luz verde,” ayuda a explicar, sino a justificar, las primeras actitudes de la embajada después del golpe.
5. La muerte de Roberto Quieto. Todos los documentos relacionados con el secuestro y aparente asesinato del líder montonero necesitan un examen para determinar si, de hecho, Quieto fue víctima —por lo menos en parte— de un trabajo interno por la propia Orga.
6. La muerte del líder del ERP Mario Roberto Santucho. Sobre la base de sus contactos de alto nivel dentro de las comunidades militar y de inteligencia, incluyendo a Valin, Scherrer estaba bastante seguro de que Santucho fue perseguido con la ayuda de Firmenich. A pesar de su trabajo silencioso en favor de los derechos humanos, Scherrer, como profesional en la aplicación de la ley, sabía cómo trabajar con sus fuentes, incluyendo Valin, que una vez invitó a Scherrer a su propia fiesta de cumpleaños en su oficina. Menos de una docena de personas asistieron al festejo.
7. El caso del obispo mártir Enrique Angelleli, que los militares asesinaron en agosto de 1976. La muerte de Angelleli, tras el asesinato el mes anterior de los sacerdotes palotinos en Buenos Aires, aseguró el silencio de los altos mandos de la Iglesia, cuando no su complicidad. Lo que el ejército y el pueblo de La Rioja afirmaron a Hill y a otros funcionarios del gobierno de Estados Unidos, que ocurrió con la “Iglesia del Pueblo” sigue siendo clave, como se reveló recientemente en notas falsas pero muy publicitadas de Verbitsky contra el papa Francisco.
8. La captura y tratamiento de excepción a la esposa de Firmenich. Scherrer declaró inequívocamente que cuando la esposa embarazada de Firmenich fue "capturada" por la dictadura militar en agosto de 1976, en medio de la peor represión, no fue torturada y el segundo hijo de la pareja nació en realidad en una cárcel legal, en lugar de uno de los más de 340 “gulags” secretos.
Como señala mi libro “Dossier Secreto: El mito de la guerra sucia en la Argentina”(Editorial Sudamericana, 2000, p. 241): " ... a diferencia de los tantos casos de hijos de detenidos nacidos en cautiverio, el pequeño no le fue sustraído a la madre. Tampoco fue asesinado como ocurría con otros recién nacidos, por estar ‘contaminado’ por la subversión o por tener la tez más oscura. [La esposa de Firmenich] quedó en libertad en 1981, antes de la Guerra de Malvinas, y se permitió que madre e hijo —que portaban documentos legales— se refugiaran en el exilo”.
9. Las cuestiones de seguridad que rodeaban al Embajador Hill y su familia. El heroísmo de Hill no era sólo su posición en contra de Kissinger y los guerreros sucios; según los informes, hubo varios intentos de matarlo a él y a su familia, llevados a cabo por insurgentes de izquierda. Hasta dónde llegaron aún no se sabe en la historia de los derechos humanos.
10. La relación Hill-CIA. Al hacer una investigación para un libro sobre el Embajador —que un accidente automovilístico casi fatal me ha impedido completar—, supe que Hill —la misma persona que El Topo aseguraba que en realidad ayudó a establecer las Tres A—envió a varios jefes de la estación de la CIA de vuelta a la central, en Langley. ¿Qué es lo que pasó y por qué?
11. Tal vez uno de los comentarios más tristes sobre el debate de los derechos humanos en la Argentina de hoy es que a Verbitsky —a quien mordazmente atacó por “claudicación ética” Alfonsín durante su presidencia— todavía se hace pasar por defensor de los derechos humanos. El silencio de los verdaderos impulsores de esa lucha, es llamativo.
Toda la información sobre el papel —en gran medida heroico— de Alfonsín durante los años de plomo necesita ser desclasificada.
12. La ofensiva final de los Montoneros de los años 1979 (cuando Verbitsky ofició de “escritor fantasma” para los militares argentinos, con Jacobo Timerman todavía encarcelado) y 1980 resultaron un fracaso total, tanto a nivel político como militar. ¿Qué sabían los militares, antes, cómo, y por parte de quién?
13. El rol del diplomático Terence Todman. Aunque todavía elogiado en algunos círculos del Partido Demócrata, el ex-embajador de EEUU en la Argentina bajo el gobierno de un Menem corrupto, luchó contra las políticas de derechos humanos de la Administración Carter. Sus papeles en relación con la Argentina y los derechos humanos durante el período de Carter, así como su estadía como embajador —y socio— de Menem, deben llegar al público.
14. Valín y los guerreros sucios argentinos en América Central. Las afirmaciones de la izquierda de que Valín no era una fuente viable para Scherrer contradicen directamente a la CIA de la administración Reagan, que le alistó para ayudarles a evitar las restricciones del Congreso EEUU y entrenar y armar a los Contras nicaragüenses y los agentes de escuadrones de la muerte de la derecha en otras partes de Centroamérica. Toda la información acerca Valín y su trabajo en Centroamérica, incluyendo su relación con el Coronel Oliver North del escándalo Iran-gate, debe ser desclasificada.
15. Alfonsin v. i amici degli amici en América Central. Los trabajitos de los guerreros sucios en Argentina, además de su reclutamiento como representantes de la Administración Reagan en América Central, deberían haber dado a Washington cierta comprensión de la negativa de Alfonsín a estar involucrado como socio.
Por desgracia, al menos hasta el final del mandato del embajador Frank Ortiz (a quien el gobierno de Carter casi despidió por su coqueteo con los violadores de derechos humanos mientras que fue embajador en Guatemala), la postura de EEUU vis-a-vis Alfonsín estaba fría en las mejores circunstancias. No obstante, fuentes directas dicen que Alfonsín fue movido por el tratamiento vicioso del pueblo miskito de Nicaragua por los sandinistas y, junto con Dante Caputo, se aseguraron de que una serie de miskitos recibieran entrenamiento militar avanzado en Buenos Aires. Esa historia, también necesita estar contada.
16. La herencia de Juan Pirker. Una de las mejores —y en su momento menos apreciadas— reformas llevadas a cabo por Alfonsín, fue la refundación de la Policía Federal Argentina, un nido de maleantes y escuadrones de la muerte. La llevó a cabo el entonces jefe Juan Pirker.
Lo que Pirker hizo —y cómo lo que hizo— se lo informó a la Embajada. Su muerte en 1989, en un momento crítico para el gobierno de Alfonsín, fue sospechosa, por decir lo menos. ¿Qué pasó con Pirker? Es particularmente importante saberlo, dada la situación de la Argentina de hoy.
A ello debe agregarse el hecho de que el gran amigo de Kissinger, Carlos Menem, repitiera —tanto en privado como en público— que el ex jefe PFA Alberto Villar, uno de los organizadores de la Triple A, fue un ejemplo que su gobierno quería seguir.