Prácticamente todas las culturas actuales remiten la sexualidad al plano de la intimidad. El sexo es cosa de quienes lo practican; está vedado (salvo en la pornografía) a la vista de los demás. Así, el espacio público generalmente no ha sido diseñado para soportar en él las prácticas sexuales. Un enfoque sociológico funcionalista tendría mucho que decir en favor de esta normativa para la mantención del orden social, pero no es el objeto de este breve artículo abordar a fondo esta cuestión, sino simplemente reconocerla.
La razón por la cual tengamos la tendencia de ocultar en el espacio común las partes de nuestro cuerpo significativamente sexualizadas, deriva de este anclaje de lo sexual a lo privado. ¿Es esto incompatible con una sociedad libre? No en la medida en que a cada uno, en el ámbito privado y/o en espacios públicos específicamente destinados a tal fin (playas nudistas), se le permita mostrar o no mostrar lo que plazcan.
El caso de las mujeres mostrando sus senos en la Playa de Necochea violó esta normativa cultural y legal. Guste o no, la policía llegó a la zona porque el público playero así lo solicitó; no una vez, sino varias veces. Quien crea que en el espacio común la libertad puede ser plena, o es un ingenuo o es malintencionado. La defensa que los liberales hacen del ámbito privado (y de su ampliación) parte precisamente de este reconocimiento: que sólo en la privacidad un hombre puede gozar de plena libertad, porque el espacio público, en virtud de la convivencia armoniosa, queda siempre regulado.
Trataré de explicar cuál es el problema entonces en un solo párrafo: el feminismo radical, como movimiento político e ideológico que forma parte de una nueva izquierda post-soviética, no vive de la convivencia armoniosa sino del conflicto permanente. Importantes teóricos del post-marxismo, como Ernesto Laclau, han llamado a reconstruir la izquierda ya no “identificando al sujeto de la revolución”, sino sencillamente “construyéndolo”: es decir, generando conflicto allí donde no existía antes, a los efectos de hacer emerger la lucha política. Traducido al caso que comentamos: la resolución armoniosa hubiera sido concurrir a una playa nudista; la resolución conflictiva, funcional al feminismo, fue el escándalo mediático y político que derivó en el famoso #tetazo que le concede a aquél otro minuto de fama más.
El feminismo radical está articulado por el dogma del “machismo”, según el cual todo lo que no sea feminista radical, es entonces “machista”. Así, si a un hombre se le ocurriera mostrar el pene en una playa no nudista, eso sería “machismo” y las fuerzas legales pondrían orden sin que nadie se escandalice. Pero si una mujer muestra los senos en playa no nudista, es una reivindicación femenina que genera la reacción machista de las fuerzas legales, lo que conduce a un #tetazo y a la indignación de los medios hegemónicos que se lamentan por tanto machismo.
Se dirá que el ejemplo es inválido, porque los senos no son genitales (no obstante, podría probarse cambiando “pene” por “ano” y se obtendrían idénticos resultados). Pues aquí hay un error argumentativo: lo que tendemos a tapar no son simplemente los genitales, sino aquellas partes del cuerpo que están altamente sexualizadas. Al respecto, mucho se ha dicho sobre la igualdad del pecho de la mujer respecto del pecho del hombre. Y es que, si efectivamente fueran cosas idénticas, tapar unos y mostrar otros sería un acto de clara injusticia.
Pero anatómica y fisiológicamente, el pecho femenino no tiene nada que ver con el pecho masculino. Los hombres no carecen por completo de pechos, es cierto, pero éstos no son mucho más que un mero apunte o una intención sin completar. El pecho femenino tiene un sinfín de terminaciones nerviosas de la cual carece el masculino: es por eso que, en el plano de la relación sexual, los senos constituyen una zona erógena privilegiada. Tan así es, que el Journal of Sexual Medicine ha mostrado que la estimulación de los pezones femeninos activa una respuesta cerebral en la corteza genital que es capaz de producir un orgasmo en la mujer. No hay en la sexualización del seno puro capricho cultural: hay una realidad natural evidente.
El antropólogo J.A. Jáuregui, en Las reglas del juego: los sexos, entiende que “los pechos de la hembra son un importante mecanismo bionatural de diferenciación”. Dicha diferenciación, y la antedicha sexualización, pueden comprenderse a partir de una simple comparación: ¿Cuáles son los costos sociales y legales de tocar sin consentimiento un pecho femenino, y cuáles son estos costos respecto de uno masculino? El primer caso lo encasillaríamos claramente como acoso sexual; el segundo no pasaría de ser una anécdota. ¿Esto obedece a los oscuros intereses del “patriarcado”? De existir estos intereses, serían diametralmente los opuestos; a lo que obedece, sencillamente, es a la calidad sexual atribuida cultural y biológicamente a cada tipo de pecho que, a la postre, son sustancialmente diferentes.
Pero el pretendido exhibicionismo feminista evidencia sus objetivos políticos si atendemos a otra noticia de este mismo verano: si una chica que gusta del ejercicio físico y que ha logrado conseguir ciertos atributos corporales decide que quiere participar del “concurso de colas Reef”, ya no puede hacerlo porque la famosa marca dio de baja tal certamen como producto del miedo de recibir escraches feministas, tan corrientes y virulentos en nuestros tiempos. “¡Pero eso es cosificación!”, dirán las feministas, como si las mujeres que allí modelan fueran llevadas obligadas, como “cosas”, cuando la verdad es que no sólo van voluntariamente, sino que se preparan específicamente durante mucho tiempo para tal fin. Lo que al feminismo radical disgusta, en verdad, es todo lo que al hombre le gusta: por eso las feministas radicales no dudan en decir que las mujeres participantes de estos concursos de belleza son “esclavas del patriarcado” (¿no las están ellas mismas cosificando, al quitarles toda capacidad de voluntad en sus actos y decisiones, reduciéndolas a pobres infelices que “no saben lo que hacen”?).
Por fin, llegó el famoso #tetazo. Más personas cubiertas que senos al aire; una chica se quejaba en TN de que había hombres que habían ido simplemente a ver tetas (ironías políticas). Por supuesto, no faltaron las consignas de “muerte al macho” ni las reivindicaciones en favor del aborto, todo mezclado en la misma ensalada de indisimulable simbología de izquierda. Porque, en última instancia y como ya se dijo, todo esto no es mucho más que el producto de una izquierda que, tras fracasar el paradigma clásico del marxismo, ha reemplazado los conflictos de clase por los “conflictos de género” para poder sobrevivir en un mundo post-Guerra Fría.
(*) Agustín Laje es director de la Fundación Centro de Estudios LIBRE. Su último libro se titula “El libro negro de la Nueva Izquierda – Ideología de género o subversión cultural”.