Mauricio Macri subió al escenario, miró con sus ojos celestes y humedecidos a la multitud, anunció el triunfo, lagrimeó con emoción genuina y saludó a los ganadores. Con magnanimidad, felicitó a todos los votantes sin distinción y cuando esperábamos lo mejor, nos privó del acostumbrado baile.
Después del breve y emotivo acto, el presidente mandó a la gente a la cama, barrió el salón, apagó la luz del bunker y se fue a su casa.
Llegó agotado pero feliz. Había conseguido la ansiada epopeya: que ganara su ignoto candidato, Esteban Bullrich, por seis puntos de diferencia. Tenía motivos para celebrar con Juliana. Sacó un Champagne de la heladera, entró en el cuarto envuelto en una robe de chambre de seda y se acercó delicadamente a su esposa, cuya fina figura se adivinaba bajo las sábanas. Iba a posar sus labios sobre la mejilla de ella, pero descubrió que estaba dormida. No sin resignación, se quitó la bata y, dándole la espalda a Juliana, abrazó el osito de peluche con la cara de Fabio Quetglas y se durmió con una sonrisa satisfecha.
Contó ovejitas cubiertas de lana rizada como los bucles de Lousteau y se durmió al llegar a 13: una por cada punto porcentual del pérfido ex-embajador. Ese número fatídico, lo predispuso a torcer el rumbo de ese mundo onírico al que acababa de ingresar. Todavía resonaba en sus oídos el coro que cantaba “Sí, se puede, sí se puede”, cuando, entre sueños, el cántico se fue deformando y, como un coro diabólico, se transformó en un tétrico “A volver, a volver, vamos a volver”. El rictus del presidente dormido se desfiguró. Su respiración se agitó.
El sueño se desplegaba como en una pantalla de televisión, en cuyo zócalo, sobre la foto de Bullrich, aquél 37 % empezaba a reducirse lentamente, mientras el número de Cristina crecía en la misma proporción. Macri se revolvió entre las cobijas. Un tul de sudor helado le cubrió la frente. De pronto, la foto de Cristina se fue deformando: sus ojos se inyectaron en sangre, la piel se arrugaba como si se estuviese quemando y un sombrero raído le cubría la cabeza. Era ella, la dueña de todas pesadillas: Freddy Kirchner.
El coro se hacía cada vez más vívido: “A volver, A volver, vamos a volver”. El presidente, consciente de que era víctima de un mal sueño, quiso despertarse. Pero estaba atrapado en la pesadilla. La foto del graph cobró vida, salió del recuadro y con una risotada satánica, amenazó con esas manos rematadas en garras filosas.
-¿Pero quién es? -preguntó aterrado Macri, en sueños.
-Soy yo, Cristina Kruger, pelotudo -contestó con voz cavernosa y socarrona.
Entonces, esos números que se iniciaron con el fatídico 13 % de Lousteau, siguieron modificándose lenta pero inexorablemente a medida que avanzaba la noche. Cuando la pesadilla parecía no poder ser más siniestra, apareció Freddy Kunkel vistiendo una remera de rayas rojas agitando las garras en V. El rostro sonriente de Esteban Bullrich se iba tornando sombrío a medida que sus números seguían decreciendo. Preso en su propio sueño, Macri transpiraba entre estertores. De pronto, se le cortó la respiración al descubrir que los guarismos eran dibujados por un pequeño personaje aterrador: Freddy Kiciluger. Debajo de los párpados, cerrados como sarcófagos sellados, los ojos del presidente se movían desesperados. Cuando ya nada podía ser peor, se sumó al grupo el monstruo más horroroso que sólo en las pesadillas puede aparecer: ¡Alicia Kruger! Tan espantosa fue esta última aparición, que hasta los otros espanatajos pegaron un alarido. Pero siempre puede ser peor: el cuadro se completó con Florencia y Máximo Kruger.
Entonces todos los Kruger se abalanzaron sobre el presidente para clavarle las garras, mientras coreaban “A volver, a volver, vamos a volver”. En el preciso momento en que estaban por convertirlo en un lampazo de jirones, Mauricio Macri se pudo liberar de las garras de la pesadilla. Se despertó agitado, empapado en sudor y con el corazón en la garganta. Respiró tranquilo cuando descubrió que sólo se trataba de una pesadilla. Entonces, a las 4 en punto de la madrugada encendió la tele para confirmar los números con los que se fue dormir. Ahí estaba ella: Cristina Kruger, hablando como en las épocas de las cadenas nacionales frente a un grupo de fanáticos que gritaban “A volver, a volver, vamos a volver”. El presidente quiso despertarse. Pero todavía, y hasta octubre, seguirá viviendo la pesadilla que vino a perturbar la verdadera síntesis de la jornada: que Cristina sacó menos votos que Aníbal, que en el resto del país ni figura y que en Santa Cruz perdió por paliza.
El kirchnerismo quedó enterrado donde nació. ¿Volverá de la muerte? De acá hasta octubre, el presidente soñará cada noche con la tenebrosa figura de Cristina Kruger. Pero no está solo. El peronismo vive la pesadilla de la familia Kruger hace años. Noche tras noche, los jefes del PJ sueñan que ella regresa para suturarlos con sus garfios siniestros una y otra vez.