“Ciudad maravillosa
llena de encantos mil
corazón de mi Brasil
jardín florido de amor y saudade
que Dios te cubra de felicidad
nido de sueños y de luz”
Cuando Andrés Filho escribió en los años 30, “ciudade maravilhosa”, el himno de Rio de Janeiro de todos los tiempos, no podía imaginar que el corazón de Brasil colapsara en este último tiempo, envuelta en una cruenta guerra, arruinada por el narcotráfico y la corrupción. Una visita corta semanas atrás, me ha dejado consternado, entristecido, al presenciar horripilantes imágenes, oír historias dantescas y revisar estadísticas después de haber seguido de cerca durante muchos años la problemática de esta ciudad. Luego de terminados los Juegos Olímpicos, de tan sólo un año atrás, la degradación de Rio de Janeiro se ha acelerado drásticamente.
¿Cuánto le ha costado al Estado de Río de Janeiro traerle a la ciudad una paz transitoria e ilusoria? ¿Con cuántos millones de reales ha subvencionado Brasilia la celebración de este sueño tropical? Nadie lo sabe con exactitud y nadie sabe lo que ha dejado de positivo al país. Lo que sí se sabe es que tan sólo el Estado de Rio de Janeiro gastó miles de millones de dólares para garantizar la seguridad durante esos eventos sin lograr obtener resultados a largo plazo. Y lo que sí también se sabe es que el corrupto ex gobernador del Estado, Sergio Cabral, se apropió de sumas millonarias de fondos públicos, aproximadamente unos 3,7 millones de dólares, transferidos a cuentas en el exterior. Sergio Cabral se encuentra hoy preso gracias a la valiente actuación del juez federal Moro.
Luego de la euforia volvieron los problemas en la seguridad pública de forma más terrible que antes, y las bandas de narcotraficantes lograron conquistar el terreno perdido, aumentando aún más la inseguridad de la ciudad. Las estadísticas de la policía así lo demuestran. Tan sólo desde enero de este año hasta el presente se han contabilizado unas 2900 muertes violentas en Rio, un 16,5 % más que en el mismo período del año anterior. En los primeros seis meses de este año se registraron en Rio unos 70.000 asaltos a mano armada, un promedio de 350 por día, y la cifra sigue subiendo. Muchos cariocas con dinero abandonan la ciudad, temerosos de ser asaltados o secuestrados en cualquier momento y se dirigen preferentemente a los EEUU, principalmente a Miami, Fort Lauderdale, Palm Beach, donde ya hay importantes contingentes brasileños. La mayoría de las muertes ocurren en las favelas, donde tan sólo en este año, se han registrado unos 1.500 enfrentamientos sangrientos entre la policía y las bandas narcotraficantes. La estrategia de la formación de unidades llamadas irónicamente “policías pacificadoras” y que tienen la misión de combatir el crimen, instalándose con puestos permanentes en las propias favelas, las UPP, han fracasado por completo. Pero ahí están todavía en unas veinte favelas, sobre todo en aquellas zonas próximas a la región sur de la ciudad, habitadas por gente pudiente y visitadas por turistas. Los policías últimamente incluso no reciben sus míseros salarios con regularidad; no hay más dinero público para pertrecharlos adecuadamente, y tienen que ganarse la vida con jornadas extras como guardaespaldas o vigilantes privados, y muchas veces, en esas funciones, son reconocidos por los maleantes y asesinados.
Durante mi última estadía en Río, pocas semanas atrás, tuve oportunidad de vivir en vivo y en directo, en una de estas favelas, toda esta problemática. Afortunadamente acompañado por un amigo de años, miembro de la Fundación Cultural Palmar, dedicada a la protección e investigación de la población negra en el Brasil, y que debido a su trabajo tiene un relativo acceso seguro a esas barriadas. Elegimos la favela Pavao-Pavaozinho, con una entrada al fondo de la Rua Sa Ferreira con la Av. Nossa Senhora de Copacabana. Luego de tomar un café recalentado de todo un día, nada que ver con el famoso cafezinho, en un barsucho de la esquina, subimos a dos motos que nos llevaron al corazón de la favela. Ahí oímos en boca de los habitantes la verdadera carnicería que se lleva a cabo día tras día entre los policías y las narcobandas. La policía de Río es la que más mata y más muere de todo el Brasil, hecho confirmado por organizaciones civiles. Sólo en los primeros seis meses de este año el número de muertes a mano de la policía aumentó en un 45%, comparado con cifras del año anterior, mientras que el número de policías abatidos en el mismo período llegó a más de 100.
De regreso a mi hotel, ubicado en las cercanías, podía divisar con facilidad la silueta de la favela y oír por la noche los tiroteos con gran claridad.
Ante este colapso de la seguridad pública, el actual gobierno de Temer ordenó en estas últimas semanas el envío de un contingente de 8500 soldados del ejército para frenar esta dramática situación. El ejército no sólo está presente en las calles patrullando, sino está colaborando en operaciones relámpago junto a la policía en zonas rojas de la ciudad. Las imágenes de soldados fuertemente armados patrullando las calles de Copacabana, Ipanema y otros emblemáticos lugares turísticos son impactantes. Río no es más un sueño, un ensueño tropical, sino una angustiante pesadilla.
¿Cómo pudo haberse llegado a esta situación de caos? Es la mezcla explosiva de una crisis económica severa con una rampante y endémica corrupción estatal, llevada al extremo bajo los gobiernos populistas de Lula y Dilma Rousseff. Es el destino de los gobiernos populistas corruptos de nuestro continente, tanto aquí en el Brasil como en la Venezuela de Maduro, en la Argentina de los Kirchner, en la Nicaragua de los Ortega y otros más que se embarcaron en la aventura totalitaria del populismo.
¿Y cómo salir de esto? El futuro para Rio de Janeiro y Brasil es incierto y oscuro. Una de las claves para salir de este dramático atolladero está en el hecho que la nueva justicia brasileña liderada por el valiente y altamente calificado juez federal Sergio Moro, pueda continuar con su titánica labor de limpiar la endémica corrupción que ha corroído la justica de este país. El combate que libra Moro desde hace unos pocos años, partiendo desde la ciudad de Curitiba, al sur del país, junto a nueve fiscales de confianza y altamente calificados en temas de corrupción y lavado de dinero, ha dado ya resultados increíbles. Así lo demuestra la exitosa campaña anti-corrupción “Lava-Jato”, que llevó a la cárcel a cientos de políticos y empresarios ligados a ellos, logrando además la separación del cargo de la presidenta Vilma y poniendo a un paso de la cárcel al propio ex-presidente Lula y su camarilla, exponentes máximos del populismo corrupto del país. Hoy estos nueve jueces y fiscales que rodean a Sergio Moro, ocupan posiciones claves en el aparato de la justicia brasileña. Personalmente, me gusta llamarlos los nueve samuráis, porque me hacen recordar a los siete samuráis, del film japonés de Akira Kurasava, samuráis que en el siglo XVI, con su valentía y ética supieron luchar por su pueblo, asolado por una banda de malhechores, resaltando los valores del honor y la justicia. Junto a la nueva justicia brasileña tendrá que actuar y apoyar la prensa independiente de periodistas investigadores y valientes, que se atrevan, como acertadamente lo indica el gran periodista e historiador polaco Ryszard Kapuscinsky, a “prender la luz para que el pueblo vea como las cucarachas corren a ocultarse” y así entonces poder eliminarlas definitivamente. Sólo así, con esta conjunción de justicia y periodismo independiente, podrán la “ciudad maravillosa” y Brasil ver un futuro mejor. Ojalá! Ojalá!