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Las siete diferencias entre 2001 y 2018

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MACRI NO ES DE LA RÚA
MACRI NO ES DE LA RÚA

El triunfo Cambiemos en las elecciones de medio término de octubre de 2017 parece no haber sido suficiente para ahuyentar los fantasmas que persiguieron a todos los gobiernos no peronistas desde Arturo Frondizi a Fernando de la Rúa: la imposibilidad de cumplir el mandato constitucionalmente establecido, de seis o cuatro años según la época.

 

Ese peligro volvió a instalarse en las últimas semanas con la reiterada advertencia del ex juez de la Corte Suprema de Justicia, Raúl Zaffaroni, en la actualidad miembro de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Zaffaroni lanzó al ruedo el recuerdo del 2001, un año clave en la historia argentina reciente y que con solo mencionarlo trae a la memoria los peores presagios.

Pero ¿hasta qué punto es válida esa comparación? ¿Son equiparables las realidades política, económica, social y laboral de aquella época con las de la actualidad? El debate está lejos de cerrarse y menos en un país acostumbrado a resolver los problemas en discusiones interminables de sobremesa y charlas de café. Pero al menos, para que los deseos de unos y otros no se confundan con la realidad, podrían señalarse siete diferencias entre los dos escenarios.

1. La ley de Convertibilidad: Un detalle que de tan obvio parece no ser tenido en cuenta en la mayoría de las comparaciones. La imposibilidad de devaluar y de emitir sin el respaldo de las reservas del Banco Central pudo haber jugado a favor en los inicios del uno a uno, pero ya era una mochila difícil de sobrellevar en un 2001 que arrastraba años de un déficit fiscal creciente en la Nación y principalmente en las provincias. La brusca devaluación del real brasileño fue el golpe de gracia a una economía que ya había dejado de ser competitiva y el correlato en las finanzas públicas no tardó en aparecer. Con el cerrojo legal que impedía emitir un centavo sin respaldo, surgieron las LECOP, los patacones y un total de diecisiete cuasimonedas que desvirtuaron la poca credibilidad que le quedaba a la economía.

La situación es irrepetible desde que el 6 de enero de 2002 se sancionó la ley de Emergencia Pública que puso fin a la imposibilidad de devaluar y a la necesidad de contar con respaldo de las reservas para emitir. Más allá de las consideraciones sobre lo efectivo de la medida, desde la Presidencia de Eduardo Duhalde hasta, por ahora, la reciente suba del dólar de 17 a 20 pesos, todos los gobiernos cuentan con una herramienta con la que no contaba Fernando de la Rúa. Y, además, el paradójico aval de empresarios y gremialistas a los que les cuesta entender la diferencia entre lo real y lo nominal: los mismos que pusieron el grito en el cielo cuando Ricardo López Murphy propuso recortar un 10% de los salarios aplaudieron a rabiar cuando poco después Duhalde los redujo más del 30%.

Algo similar ocurre con las cuasimonedas. La misma ley de Emergencia les quitó su razón de ser. Si los patacones, lecops, bocanfor, bofes y tantas otras denominaciones fueron dinero sin respaldo, los argentinos hace dieciséis años que convivimos con una cuasimoneda. No nos damos cuenta de eso porque esa cuasimoneda se llama “peso”. Hoy, a valores del 2001, representa el 95% del dinero que usamos cotidianamente.

2. Los planes sociales: Un fenómeno que explica la gran diferencia entre el estado de convulsión de fines de 2001 con la actualidad es la inexistencia por aquel entonces de los planes sociales que surgieron, precisamente, a partir del colapso que derivó en la renuncia de Fernando de la Rúa. Las consideraciones que puedan hacerse sobre el impacto fiscal que representan 8,5 millones de personas subsidiadas por el Estado, así como todas las condenas a las prácticas clientelísticas, son perfectamente atendibles pero no hacen al meollo del asunto que se intenta analizar, que es la diferencia entre los dos escenarios. De una administración que no sabía qué hacer con la situación social y si lo hubiera sabido no contaba con los medios, se pasó a otra que maneja la chequera de la tercera parte de la población. De eso pueden dar fe todos los movimientos sociales que casi a diario piden reunirse con Carolina Stanley.

3. La evolución de la economía: Más allá de la foto de cada momento, vale la pena repasar la película. Con el 2001, la economía argentina había cerrado un trienio de depresión, reflejado en la caída acumulada del PIB del 14%. Gradualismo mediante y tras la caída del 2,3% en 2016, en 2018 se completaría el primer crecimiento de dos años seguidos desde 2011. Desde ya que, como todo indicador, los porcentajes del PBI son un promedio de realidades muy diversas, pero a diferencia de la actualidad, en el que algunos sectores muestran un repunte, en el repaso del 2001 cuesta encontrar una actividad que haya crecido. En octubre de ese año, la desocupación fue del 18,3% y la subocupación del 16,3%, contra el 8,7% y 11%, respectivamente, de dieciséis años después. Las reservas cerraron el 2001 en US$ 15.232 millones, con una caída de US$ 22.000 millones en once meses; hoy superan los US$ 62.000 millones y casi triplican a las de diciembre de 2015. En cuanto al riesgo país, las comparaciones no resisten el menor análisis: de 5.500 a 400 puntos básicos.

Por el contrario, a la luz de las actuales preocupaciones por la inflación, habrá que rescatar que 2001 cerró con una deflación del 1,1%, meta impensada en los tiempos que corren. Otra diferencia en contra es la de la balanza comercial, al pasarse del superávit de US$ 6.223 millones al déficit de US$ 8.471 millones en 2017.

La única coincidencia, o al menos la más visible, es el nivel de endeudamiento, que creció considerablemente en los dos años de gestión de Macri. Aunque en la actualidad, como ya se ha señalado, se cuentan con herramientas con las que no se contaban en 2001, como un mayor acceso al mercado de capitales, un horizonte de baja del déficit (al menos el primario) y un acuerdo de responsabilidad fiscal con las provincias, además de no estar sujeto a las restricciones de la convertibilidad y de tasas por el momento más bajas que hace 16 años.

4. El respaldo político: Muchos meses antes de diciembre De la Rúa había perdido el apoyo de su partido. Diputados como Leopoldo Moreau o Elisa Carrió lo expresaron públicamente en la Cámara de Diputados y la chaqueña abandonó la UCR para formar una nueva agrupación que con pocos meses llegó al tercer lugar en las eleccones. En la interna partidaria de la ciudad de Buenos Aires -un bastión hasta entonces inexpugnable para el delarruismo- su candidato, Rafael Pascual, había sido derrotado, lo que obligaba a partir de diciembre a cambiar de presidente de la cámara baja.

En dos años, el caudal electoral del oficialismo había caído por lo a la mitad, del 48% al 24%. Lo de “por lo menos” es porque en las elecciones de octubre para senadores, se dio la paradoja de que el candidato oficialista era opositor. Rodolfo Terragno, diez meses antes jefe de Gabinete, hizo toda la campaña con críticas a De la Rúa, cuya política económica sólo era defendida por los candidatos de Acción por la República, el partido del ministro de Economía, Domingo Cavallo, quien solo consiguió que se eligiera apenas un diputado. Se llamaba Daniel Scioli.

Por el contrario, en su corta existencia Cambiemos no paró de crecer en su performance electoral. Pasó del 30% en las PASO de 2015 al 34% en las elecciones generales de ese año, al 36% en las primarias de 2017 y a casi el 42% el último 22 de octubre, 18 puntos más que el delarruismo en 2001. Hasta el momento -y ya transcurrida más de la mitad de su mandato- Macri no tiene en su “debe” deserciones de dirigentes de fuste, más allá de la postura de Ricardo Alfonsín, que nunca estuvo en la primera fila de su núcleo de adherentes. Habrá que estar atento a la continuidad de las encuestas, luego de la considerable caída post electoral, pero al respecto no hay más que recordar caídas similares de Menem y Cristina Fernández, que fueron remontadas a la hora de la compulsa electoral.

5. Los personajes: Los defensores del actual gobierno acostumbran a despejar las dudas sobre el futuro de la administración confiados en que “Macri no es De la Rúa”. La aseveración podrá ser cierta, pero es menos relevante que otras tres. En primer lugar, María Eugenia Vidal no es Carlos Ruckauf. Si el peronismo es insoslayable en el mapa político argentino, el peronismo bonaerense es decisivo. Lo fue en 1962 al marcar el final del gobierno de una UCRI que había ganado en otras diez provincias y en un 2001 en el que no faltaron las señales. Desde el ministro de Gobierno provincial, Raúl Othacehé, amenazando en mayo de 2001 que si fuera por el PJ bonaerense la Presidencia de De la Rúa “en doce horas se terminaría”, hasta la participación de varios funcionarios provinciales en los saqueos de diciembre de ese año que continuaron con Rodríguez Saa pero, providencialmente, desaparecieron con la asunción del bonaerense Duhalde.

En segundo lugar, Gabriela Michetti no es Carlos “Chacho” Álvarez. No puede obviarse de la comparación un hecho tan importante como la renuncia del vicepresidente a diez meses de haber asumido. Si esa situación por sí sola generó una crisis institucional, un año después dejó abiertas las puertas a que la oposición tomara el poder. Por única vez en la historia argentina, las presidencias de las dos cámaras legislativas quedaron en poder de un partido que no era el del gobierno. Una enfermedad del presidente o un simple viaje a Montevideo (donde precisamente el 20 de diciembre de 2001 hubo una cumbre de presidentes del Mercosur) dejaba el poder en manos del peronismo. Para agregar una vuelta de tuerca al análisis, Ramón Puerta, primer “beneficiario” de la caída del gobierno de la Alianza, hoy es embajador de Macri en España.

Y en tercer término, Horacio Rodríguez Larreta no es Aníbal Ibarra. Elegido jefe de Gobierno por la Alianza en el 2000, tres años después fue reelecto representando al kirchnerismo, en un proceso en el que fue dejando sin base de sustentación a De la Rúa en el distrito que lo catapultó a la política nacional en 1973.

Todo es posible en política, pero es altísimamente improbable que Vidal, Michetti y Rodríguez Larreta terminen alineados contra Macri.

6. El peronismo político y sindical: Como ya se planteó, es imposible hacer un análisis de la política argentina sin tener presente al partido mayoritario de las últimas siete décadas. Una de las consecuencias de la crisis del 2001 fue la implosión de las estructuras partidarias y el peronismo, junto al radicalismo, fue el que acusó el golpe de manera más evidente. Desde el 2003 en adelante, nunca pudo presentarse unido a una elección, sino en por lo menos tres expresiones diferenciadas. Gran parte del triunfo de Cambiemos -por no decir todo- es tributario de esa fragmentación. Y las posibilidades de una reunificación aún están en veremos, a juzgar tanto por las desavenencias que por estos días muestra la dirigencia, como por lo descolocados que quedaron muchos aspirantes a suceder a Macri con los resultados electorales de octubre. En la actualidad, en el peronismo sobran los dirigentes con capacidad de impugnación, pero ninguno con el respaldo suficiente para erigirse como el primus inter pares.

Y si la estructura del Partido Justicialista está fragmentada, el sindicalismo no le va en zaga. A los pocos días de asumir la Presidencia, Adolfo Rodríguez Saa concurrió a la sede de la CGT, donde fue recibido fervorosamente por la conducción de la central obrera encabezada por Hugo Moyano. En el supuesto caso de reiterarse hoy la situación, el dilema del eventual sucesor de Macri sería a dónde y a quién dirigirse. ¿Moyano, Yasky, Miceli, Schmid, Daer, Acuña?

Pero al margen de las divisiones entre los gremialistas, existe un escenario económico, laboral y social diferente al del 2001 en lo que a la representatividad sindical se refiere. Como exponente de empleados en relación de dependencia, el peso relativo del sindicalismo ha menguado en estos 16 años al compás de crecimiento de autónomos, monotributistas y trabajadores no sindicalizados, además de la posibilidad que ofrece Internet de trabajar a distancia y sin un ámbito de interrelación. Luego de dos fines de semana largos con paros bancarios que no afectaron mayormente la vida cotidiana de los argentinos, no es ocioso plantearse si la efectividad de las medidas de fuerza sindicales es la misma que años atrás. Ni tampoco si el acercamiento del sindicalismo a los movimientos sociales es más por necesidad que por virtud.

7. El contexto internacional: Ya se apuntó el efecto mortífero que significó la depreciación del real para la competitividad de un país que no podía devaluar. Hoy, con todas las alzas y bajas en tres lustros, la moneda brasileña tiene más o menos la misma paridad con el dólar que en 2002 y no hay en el horizonte el peligro de una desvalorización de importancia. Asimismo, los lógicos llamados de alerta por la recurrencia al endeudamiento de hoy dan la pauta del acceso de la Argentina al mercado de capitales, cuya restricción en 2001 fue una de las espadas de Damocles en los intentos de Cavallo por estirar la agonía. Si la dureza de Anne Krueger, subdirectora gerente del FMI, fue determinante en las restricciones financieras del 2001, hoy no tendrían sentido: hace doce años que el ex presidente Néstor Kirchner canceló toda la deuda con el organismo.

La lista puede seguir, tanto con otras diferencias como con el agregado de algunas coincidencias. Pero en cualquier caso, los siete puntos señalados no pueden ser obviados del debate (Agencia NP).

 

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