Siempre digo que es imposible comprender el presente si desconocemos la historia. Estamos asistiendo al incendio más anunciado de los últimos tiempos.
La historia de la humanidad es la historia del saqueo y el oportunismo. Antiguamente, los ejércitos entraban en las ciudades enemigas y antes de apoderarse de ellas, las incendiaban. Hoy los bomberos son héroes que arriesgan su vida para salvar la de otros y rescatarlos de las llamas. Pero no siempre fue así.
La primera brigada de bomberos fue creada en Roma en el siglo I a.C. Era una fuerza de 500 hombres compuesta por arquitectos y maestros de obra que fundó Marco Licinio Craso.
¿Quién era Marco Craso? Era un magnate poderoso que llegó al senado romano a través de la política y los negocios. ¿Cuál era uno de los grandes negocios del senador? Su fuerza de bomberos privada que le vendía servicios al Estado y a los particulares. Cuánto más grandes eran los incendios, tanto más grandes eran las ganancias. Muchos notaron que desde que Marco Craso creó su empresa de bomberos, los incendios habían aumentado de manera preocupante. Pronto se supo lo que muchos sospechaban: eran los propios bomberos los que encendían los edificios para justificar el lucrativo servicio del senador.
Era un cuerpo de profesionales que sabía perfectamente cómo dejar los incendios latentes y dónde iniciar los focos para que el fuego resultara aterrador. Porque, además, el precio del servicio se pactaba en el momento mismo en el que ardían los edificios. ¿Se puede negociar en condiciones de razonables mientras se incendia la casa de la víctima?
Más aún, si la propiedad quedaba destruida, el propio Craso compraba el terreno devastado por monedas. Cuenta Plutarco que Craso llegó a ser el dueño de la mayor parte de las propiedades del Imperio Romano.
Las coincidencias de la Argentina con la historia universal son asombrosas. Hemos tenido un senador que se presenta todavía como el gran bombero de la Argentina, siempre presto a apagar los incendios que su mismo cuerpo creó pacientemente. Me refiero al senador Duhalde, desde cuyo imperio en la Provincia de Buenos Aires provocó los incendios más devastadores junto a su equipo de profesionales. Hoy, en medio de las llamas económicas, el senador que llegó a presidente a fuerza de nafta y fósforos, se mostró con la tripulación de su autobomba dispuesto a salvarnos de las llamas.
Fue patético ver al viejo senador Duhalde con su equipo de bomberos que se resiste a la jubilación. Con los dedos todavía olientes a nafta, ahí estaban reunidos Aldo Pignanelli, Alfredo Atanasof, Jorge Matzkin, José Pampuro, Ginés González García, José Ignacio De Mendiguren y Horacio Jaunarena que junto con Ricardo Alfonsín forman la brigada radical de bomberos, lo que quedó del vergonzoso pacto de Olivos que fue la mecha del incendio que se devoró a Raúl Alfonsín.
En ese encuentro, Pignanelli dijo: “Vemos la situación económica y decimos otra vez sopa”. Sí, esa sopa hecha con gasoil, querosene y pólvora.
Es necesario recordar qué hizo nuestro Marco Craso, el bombero Eduardo Duhalde. Primero veamos cómo preparó el terreno. El 20 de diciembre de 2001, dijo: “O el presidente cambia, o habrá que cambiar al presidente”. Por si no había quedado claro, Rodolfo Daer, por entonces presidente de la CGT, vociferó con su habitual delicadeza durante el discurso en la Plaza de Mayo en diciembre de 2000: “Hay que sacar este gobierno a las patadas”. ¿Les suena familiar?
Estos mismos bomberos peronistas, que después de incendiarle el país a De La Rúa quieren salvarnos del fuego cambiario, son exactamente los mismos que entre diciembre 2001 y marzo 2002 provocaron una devaluación del peso del 200%.
La brigada de bomberos puntanos, que se acaba de quemar con el fuego de su ministra de Cultura que anduvo de sexshopping (mercado floreciente el de los juguetes sexuales en San Luis) deleitándose con churros holandeses, en ese entonces, el hermano de su jefe, Adolfo Rodríguez Saá, decía durante su discurso de asunción como presidente el 23 de diciembre de 2001: “Voy a poner a la Argentina en orden y vamos a crear un millón de empleos. Vamos a tomar el toro por las astas. Anuncio que el Estado argentino suspenderá el pago de su deuda externa”, dijo ante el delirio y los aplausos del Congreso.
Y cómo olvidar las palabras de nuestro Craso del conurbano cuando, todavía con su uniforme de bombero, dijo sin que se le moviera un pelo de la manguerita: “El que depositó pesos, recibirá pesos. El que depositó dólares, recibirá dólares”.
El incendio no se inició ahora, sino el siglo pasado, cuando vimos arder, literalmente, las iglesias, la sede del partido Socialista y cuánta institución quiso discutir con aquél Perón del segundo gobierno a quién, con justicia, se podría caracterizar como Juan Domingo Nerón. Y los incendios continuaron con el infame bombardeo a Plaza sobre Mayo y luego el de los bomberos delirantes de la llamada Revolución Libertadora.
En los setentas, la furia piromaniaca se multiplicó hasta la locura: Montoneros por ultraizquierda y la Triple A por ultraderecha dejó la Argentina hecha cenizas. Llamas que atizó la siniestra dictadura militar. Pero el fuego ya estaba hecho. Digamos, de paso, que durante la dictadura, los Kirchner vivieron del incendio provocado por la circular 1050.
Con el fin de la dictadura, el peronismo dijo, una vez más que venía a apagar el incendio. Pero todos pudimos ver cómo Herminio Iglesias le prendía fuego a un ataúd, como muestra de lo que nos habría de esperar si el peronismo ganaba las elecciones. Pero aún derrotado, el PJ quemó al gobierno de Alfonsín a fuerza de paros y golpes económicos y lo obligó a una retirada prematura.
Después llegaría otro peronista, Carlos Menem, que encendió las empresas públicas como quien enciende un habano y se fumó los dólares de las privatizaciones. Entonces preparó la bomba de tiempo más temible, cuyo estallido aún resuena en nuestros oídos: la convertibilidad. Una vez más los bomberos peronistas llegaron a apagar el fuego, sin metáfora, que destruyó la ciudad de Río Cuarto para borrar las huellas de venta de armas a Croacia.
El tiempo no pasó en vano. Algo hemos aprendido. Por ejemplo, que la caída de Fernando de la Rúa no fue una pueblada, sino un golpe de Estado llevado a cabo por la misma brigada de bomberos incendiarios de siempre.
El incendio de hoy lo explican los cuadernos de Centeno. Los 200 mil millones de dólares que faltan son los que saqueó el kirchnerismo, cuya única política fue un plan de saqueo sistemático. Por momentos, se pierde noción del volumen del despojo. Para que nos demos una idea: el préstamos del FMI fue 50.000, cuatro veces menos que el monto del robo a la arcas públicas.
Durante 12 años, el gobierno anterior se financió con los precios de los commodities y con las reservas. Hasta que se acabaron. Les recuerdo a los bomberos que se rasgan las vestiduras por el precio del dólar que antes existía un cepo y que el común de los mortales no tenía siquiera acceso a la divisa. Y de paso, le señalamos a los bomberos que la Argentina, siguiendo la receta populista, hubiese quedado dentro del cepo que hoy asfixia a Venezuela. Esa Venezuela que no sólo no tiene acceso al dólar. No tiene acceso, siquiera, al papel higiénico.