Que Cristina Fernández se iba a presentar a las próximas elecciones, no cabía duda alguna. Nadie escribe un libro autorreferencial sin tener un objetivo claro detrás.
Además, Cristina conoce bien una máxima histórica en el Peronismo: no existen los herederos, por lo tanto, entregar su suerte a otro “compañero” significa una probable traición a las huestes propias.
El matrimonio K se lo hizo a Duhalde. En su momento Menem aconsejaba NO votar la fórmula Duhalde-Ortega, allá por 1999. Y más atrás lo sufrió el propio Perón con el desastre que le hizo en 49 días Héctor J. Cámpora.
Por eso Cristina en el 2015 colocó a Carlos Zannini como candidato a Vice y cancerbero de Daniel Scioli, con el objetivo de controlar sus intereses. Y aun así, mandó a operar contra Scioli para debilitarlo por si lograba triunfar.
Ahora, como nunca ha ocurrido en la historia del mundo democrático, Cristina anunció que Alberto Fernández la “invitó” a acompañarla como vicepresidente en su fórmula.
Y fue así, sin previo aviso del virtual candidato a Presidente y sin que este pronunciara palabra alguna al respecto.
De esta manera Cristina deja bien en claro su centralidad, su conducción y que Alberto Fernández está dispuesto a inmolarse vaya a saber uno a cambio de que “incentivos”.
Como si fuese poco, este anuncio le hace “tragar sapos” a varios dirigentes (Solá, Rossi, entre otros).
Paralelamente provoca una hecatombe en el PJ Federal que no tiene una posición monolítica al respecto.
La realidad es que Cristina vio amenazado su futuro político luego de la aplastante victoria de Juan Schiaretti en Córdoba el domingo pasado, y el aglutinamiento que el dirigente intentó llevar a cabo esta semana. No perdamos de vista que ese movimiento tenía otro líder hace unos meses atrás, el trágicamente desaparecido Juan Manuel De la Sota.
Por otra parte, Cristina siempre fue consciente que las encuestas que la daban triunfadora contra Macri eran absolutamente falsas: su techo no superaba el 30/32% a nivel nacional.
Alberto Fernández, ya como Jefe de Campaña de Cristina, era poco creíble.
Sus críticas, esbozadas hace un tiempo atrás, hacia el gobierno que ella encabezó no eran superficiales, sino que atacaban el corazón del modelo: denostó el fanatismo, la pobreza, la política económica y el entramado político que conducía “La Cámpora”.
Sin perjuicio de que su gestión, como Jefe de Gabinete, siempre estuvo en una nebulosa.
Cristina, naturalmente, no compite. Impone.
Seguramente querrá armar sus propias listas, como siempre lo ha hecho, y colocar a sus fieles laderos para que le garanticen su escudo protector. En la primera vuelta se eligen todos los cargos legislativos.
Participar de las PASO dentro del PJ, la coloca en serios riesgos. Eso, en mi opinión, no lo hará.
La jugada de Cristina apunta a seguir polarizando con Macri y que el PJ Federal quede tercero en la contienda.
Y en caso de haber una segunda vuelta, que Alberto Fernández negocie el apoyo a “su candidatura” con sus pares del peronismo. Eso le permitiría subir el techo, siempre y cuando los seguidores fanáticos de Cristina no se sientan desencantados y voten por Alberto Fernández.
Si pierden, habrá perdido Alberto Fernández.
Si ganan, el mismo día Alberto Fernández renunciará a su cargo admitiendo que la “jefa espiritual” de su espacio es Cristina.
Y así Cristina podría volver a dirigir los destinos de nuestro país utilizando, por un lado, a los dirigentes del PJ que le sean funcionales, y por el otro gracias al rol “servil” que como “trampolín” Alberto Fernández se ha prestado a jugar.