Hay que decirlo con todas las letras: no hay droga buena. Hay que decirlo de la manera más descarnada posible: no hay droga buena porque no hay muerte buena. Y la droga asesina. Todas las drogas matan: más temprano o más tarde.
Algunas matan en forma fulminante y otras lo hacen por goteo: primero te esclavizan, te hacen adicto, te dominan hasta que finalmente, cuando menos lo esperas, te clavan un puñal por la espalda.
No solamente la droga mata. En general, en la mayoría de los casos, mata a pibes. Es un crimen a la vista de todos que liquida a los jóvenes. Es urgente y nos toca a nosotros levantar esta bandera y llevarla a la victoria. “Ni un pibe menos por la droga” debe ser nuestro objetivo colectivo. Nuestra epopeya nacional. Ni uno menos por la droga. Ni uno menos.
No hay otro camino que matar a la droga antes de que la droga nos mate a nosotros. Lo digo porque hoy es el “Día Internacional de lucha contra el uso indebido y el tráfico ilícito de drogas” Y seguramente es nuestro principal combate como sociedad. Repito el concepto: la droga no discrimina.
No hace diferencias ni por edades, ni por condición social, ni por sexo y mucho menos por ideología. Acá no hay grieta. La droga mata a todos por igual. Solo que como el hilo se corta siempre por lo más delgado, impacta más entre los más pobres y entre los más chicos.
Se estima que la edad de inicio en el consumo es entre los 12 y los 17 años. Chicos, adolescentes que no tienen aún bien firme sus objetivos ni sus convicciones. Sobre esa debilidad trabajan los transas y los narcos.
En julio del 2006, el presidente Mauricio Macri explotó en Mendoza. Dijo lo siguiente: “Sin miedos ni complicidades, vamos a echar a patadas de la Argentina a los narcotraficantes que destruyen nuestras familias y hacen mierda a nuestros jóvenes. No hay excusas para ningún político, juez, fiscal o policía”.
Hay que decir que entre los aciertos y errores que todos los gobiernos tienen, esta batalla se está librando con gran eficiencia y por eso Patricia Bullrich, la ministra de Seguridad, está entre las figuras con mayor imagen positiva del gabinete. Bullrich le declaró una guerra sin cuartel a todo tipo de mafias y sobre todo a los narcos.
Pero hay datos duros que lo corroboran y que son increíbles pero ciertos. Desde que asumió Macri ya se quemaron 300 toneladas de drogas y se detuvo a 85 mil personas. ¿Escuchó bien? Hay 300 toneladas de drogas menos para envenenar nuestra patria.
Las fuerzas de seguridad meten presos a 67 narcos por día. Esto da una idea clara de la gran tarea que están realizando pero también, de la magnitud de estas organizaciones criminales. No hay que olvidar que la droga dinamita las familias y por lo tanto destruye la célula básica de toda comunidad. Hay cifras estremecedoras.
El año pasado se registraron más de un millón de consumidores y se decomisaron 256 mil kilos de marihuana. En el consumo de cocaína se registraron 132 mil adictos y fueron decomisados casi 12 mil kilos. Y eso que no estamos hablando del alcohol que, según todos los especialistas, en su abuso está la puerta de entrada a todo tipo de adicciones.
En el tema de la prevención el titular del Sedronar informó que se pasó de 35 a 200 casas de atención y acompañamiento comunitario en las zonas más vulnerables. Se están desarrollando los programas preventivos y educativos más grandes de la historia. Está claro que se hizo mucho pero que todavía falta mucho.
Repito: se hizo mucho, pero todavía falta mucho. Esta columna es un grito para despertar a la sociedad, para que nadie mire para otro lado y para que cada uno desde su trinchera sea parte de este compromiso social.
El consumo, la producción, la exportación y el lavado de dinero proveniente del narcotráfico son los cuatro eslabones que integran esa cadena criminal nefasta. Todo el país está atravesado por semejante drama y es una de las malditas herencias que les debemos a 12 años de kirchnerismo.
Nos dejaron altísimos índices de pobreza inflación negada, una corrupción colosal y el odio que alimentó la fractura social expuesta. Pero seguramente la peor de las asignaturas pendientes que dejó Cristina tiene que ver con los estupefacientes.
La gran mayoría de los argentinos todavía no generó el suficiente escándalo moral que nos haga levantar la voz y exigir que todos los involucrados trabajen duro y en forma mancomunada para terminar con estos dueños del veneno que mata a nuestros hermanos y que se llenan los bolsillos con dinero sucio.
La droga es el principal enemigo del pueblo. Hay que cortar por lo sano y darle duro al circuito financiero. La ruta del dinero de la droga que enriquece a estos criminales que trafican con el dolor de nuestras familias.
El narcotráfico es una red multinacional con gerentes y CEOs, que saben tanto de complicidades políticas como de comunicación, de maquillar la realidad con teorías novedosas surgidas en universidades prestigiosas, de hacer lobby y buscar leyes favorables a sus negocios.
Esto describe la magnitud de la guerra que nos han declarado. Aparecen cotidianamente en hospitales y salitas humildes, en pueblos y ciudades muchos pibes, gurisas, changos y chinitas que perdieron su libertad por la falta de sentido y oportunidades, y quedaron entrampados en las redes del consumo de alguna droga, tanto legal como ilegal.
Esto sucede incluso en los pueblos más chiquitos, en los que para poder ver a un psicólogo o especialista en salud mental hay que viajar 100 o 200 km. La situación es desesperante.
Hay que rechazar los enfoques represivos hacia las víctimas que consumen y explicar que si a nuestros jóvenes no les ofrecemos oportunidades reales para crecer, para descubrir el sentido de la vida, políticas públicas de prevención y un sistema de salud adecuado, van a ser estructuralmente vulnerables”. Como puede verse, el drama es completo, multicausal y muy dinámico.
En los sectores medios y altos, y en las fiestas electrónicas las drogas sintéticas o de diseño van cambiando su estructura para que sea cada vez más difícil detectarlas. Y está claro que la prevención siempre es el camino más barato y efectivo.
Porque el narcomenudeo llegó a todas las latitudes. Porque la cultura que se instaló muestra al vendedor de droga como alguien exitoso que se llena de plata y que tiene las mejores motos y zapatillas frente a la miseria que lo rodea. Es un liderazgo absolutamente tóxico.
Un patrón del mal que produce una verdadera implosión social allí donde se instala: los robos y los asesinatos se multiplican en forma proporcional a la cantidad de droga que se consume y trafica. Y a las instituciones que han sido perforadas y prostituidas por la corrupción.
El anterior gobierno tenía una actitud cómplice y negadora. No solo por los millones de dólares que embolsaron con el contrabando de efedrina y por el triple crimen. También porque personajes fuertes del gobierno como Aníbal Fernández miraban para otro lado y subestimaban el problema.
Minimizaban el drama diciendo que éramos un país de tránsito. Si de tránsito… hacia el precipicio. Hay que revisar a fondo los aportes que recibieron en la campaña electoral de la mafia de las droguerías y sumar dos más dos. Es en defensa de nuestros hijos y de nuestras familias, es en defensa propia.
Este debe ser nuestro objetivo colectivo que salte por encima de la grieta. Nuestra epopeya nacional. Ni uno menos por la droga. Ni uno menos. No hay otra solución que matar a la droga antes de que la droga nos mate a nosotros.