La historia es a la sociedad lo que la memoria a cada uno de nosotros. Si no aprendemos de la experiencia, de los errores, no aprenderemos de ninguna otra forma. Creo firmemente en la democracia.
Nunca hay que subestimar al electorado. Frente a lo inesperado, es necesario hacer el esfuerzo de entender, escuchar y ser humildes. Como dice Santiago Kovadloff “gobernar bien no es jactarse de saber sino de haber aprendido”. Repudio los mensajes de intolerancia que circulan en la redes a esta hora.
A veces, para entender los procesos históricos y las demandas sociales conviene alejarse del propio ombligo y ver qué pasó en otras latitudes. Mi colega Marcelo Birmajer me recordó el caso de Churchill. Vale la pena evocarlo.
En Inglaterra, Winston Churchill venía de ganar la Segunda Guerra Mundial. Todavía tenía los laureles cubriéndole la sien y resonaban en los oídos de la gente el eco de la devastación y también las frases épicas de los discursos encendidos.
Venía del triunfo más grande de la historia no sólo de Inglaterra, sino del que guardara memoria el mundo. La prensa, las incipientes encuestas y los análisis políticos pronosticaban que Churchill permanecería en el poder de manera vitalicia.
Sin embargo, la historia fue diferente porque el electorado, cuando nadie lo esperaba, decidió otro camino.
El 26 de julio de 1945 el líder británico Sir Winston Churchill, sufrió una derrota totalmente inesperada en las elecciones. Los laboristas se alzaron con una victoria aplastante sobre los conservadores que encabezaba Churchill.
Tanto, que el célebre primer ministro que parecía destinado a la eternidad, se vio obligado a renunciar inmediatamente después de la humillante derrota en las elecciones.
Doce millones de personas votaron al Partido Laborista, liderado por Clement Attlee, segundo en la cadena sucesoria durante el gobierno de coalición del Primer Ministro Churchill.
El laborismo había prometido en campaña una cantidad de reformas sociales; entre las principales, el pleno empleo, que la gente exigía después de la gran depresión y de los terribles sacrificios que pasó el pueblo inglés durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero a pesar de todos los pronósticos, Churchill perdió las elecciones generales aun conservando un 83% de aprobación hasta mayo de 1945.
El espaldarazo a los laboristas fue muy fuerte entre los 5 millones de militares que temían el desempleo y la falta de vivienda en una Inglaterra literalmente en ruinas.
Este fue el detonante del triunfo de Attlee, a pesar de la popularidad de Churchill, quien tuvo un índice de aprobación, insisto, del 83% tras la derrota de Alemania en mayo, cuando los Laboristas dejaron la coalición y provocaron las primeras elecciones generales en una década.
Pero la popularidad de Churchill cayó abruptamente durante la durísima campaña electoral y cayó más todavía cuando dijo que un “Estado saludable requeriría de una Gestapo”, en referencia a la terrorífica policía secreta alemana.
Recordemos que hace algún tiempo un gurú electoral dijo que “Hitler fue un tipo espectacular”. Las palabras no se las lleva el viento.
A diferencia de los oficiales de las Fuerzas Armadas y de los civiles, los soldados rasos que habían estado en el frente y que nunca tuvieron simpatía por ese Churchill que fumaba habanos y se ponía el uniforme militar, se ofendieron con semejante exabrupto.
Quedan registros fotográficos de las tropas votando en Birmania, de Churchill en su último día como Primer Ministro y del triunfante Attlee frente a una multitud como imagen de la derrota.
El intento de Churchill de caracterizar a los laboristas como imprevisibles y peligrosos, contrastaba con la actuación del partido laborista durante la guerra.
Los estrategas de las campañas de los partidos durante la guerra trazaron planes diferentes entre sí.
Y en ese punto los conservadores también perdieron votos: ¿Por qué? Porque Churchill se concentró exclusivamente en el aspecto bélico, mientras los laboristas criticaban muy fuertemente a Churchill por no haber podido detener a Hitler antes de la guerra y enfrentar el desempleo.
Los laboristas también nacionalizaron una cantidad de industrias como el carbón, el acero y los ferrocarriles, en un intento por generar empleo. Churchill tuvo su revancha. En 1951 ganó las elecciones, pero el mundo ya era otro.
Pero la historia de aquella derrota tremenda en 1945, la figura de Churchill se agigantó en el tiempo. En una encuesta de 2002 fue elegido como el más célebre británico, mucho tiempo después de haber sido derrotado en la cima de la gloria.
Y si le sucedió a Winston, que es Churchill, por qué no habría de pasarle a Mauricio, que es Macri.