Cuando, en diciembre de 2017, poco después de que Mauricio Macri ganara las elecciones legislativas de mitad de mandato, Alberto Fernández aceptó una invitación de Cristina Kirchner para conversar después de 10 años de críticas distancias, no imaginó que ese paso insignificante en la vida de una persona lo terminaría convirtiendo anoche en presidente electo de su país. Luego elaboró un teorema simple, pero de difícil aceptación para buena parte del peronismo: "Sin Cristina no llegamos, con Cristina no es suficiente".
La aceptación posterior del peronismo sucedió cuando, en el segundo semestre de 2018, la economía de Macri encalló. Astuta, Cristina Kirchner decidió que el autor del teorema merecía la candidatura presidencial, porque antes percibió que si ella encabezaba la fórmula podría atraer a muchos y espantar a otros tantos. La victoria de Alberto Fernández es el fruto del retroceso de la economía de Macri. El comienzo de la crisis económica abroqueló al peronismo en torno de la estrategia de Alberto Fernández; la no resolución de esa crisis durante un año y medio lo llevó anoche al poder real.
En el otro extremo del arco político, Macri se convirtió, a pesar de la derrota, en el líder de una oposición importante y probablemente articulada del futuro gobierno peronista. Macri (un ingeniero sin experiencia política, según sus detractores) demostró desde las primarias del 11 de agosto que es un animal político. Recorrió el país al frente de movilizaciones multitudinarias en un esfuerzo físico propio de los políticos con alma de políticos. Colocó dosis de heterodoxia a su plan económico, cambió al ministro de Hacienda por el más eficiente Hernán Lacunza y enhebró una alianza más sólida con sus socios de Cambiemos.
Tragó sapos, olvidó rencores, miró más el futuro que el pasado. Esa clase media que Macri sacó a la calle, y el significativo aumento de votos que cosechó el Presidente en medio de una larga recesión económica y de una inflación alta, modifican claramente la experiencia kirchnerista anterior. El kirchnerismo fue kirchnerismo tal como se lo conoció también porque su oposición estaba fragmentada y carente de liderazgo.
De presidente a jefe opositor
En adelante, el no peronismo (o el antiperonismo o el antikirchnerismo) tendrá un líder y un proyecto al frente de un sustancial porcentaje de la sociedad argentina. Macri le dijo ayer a un amigo mucho antes de que cerraran los comicios: "Pase lo que pase, esto recién comienza". ¿Significa que ya pensaba en intentar el regreso en 2023 si perdía? ¿O, acaso, solo quiso decir que se pondría al frente de la oposición al peronismo si la derrota se abatía sobre él? Sea como fuere, los casi cuatro últimos años no han pasado en vano para una parte no menor de la sociedad, para la coalición Cambiemos ni para el peronismo. Otros valores políticos, morales e institucionales unieron a casi la mitad de los argentinos. Lo que vendrá no será lo que pasó, simplemente porque las condiciones políticas y sociales no son las mismas. El Congreso quedó con una conformación equilibrada. No será una escribanía de las decisiones del Ejecutivo. "Es preciso conocer el pasado, pero no es necesario quedar atrapado en sus redes. Hoy no es ayer", decía Santos Juliá, un notable historiador español que murió prematuramente hace pocos días.
El presidente actual y el que viene tienen algo personal entre ellos, que va más allá de la política y de las diferencias ideológicas. Hicieron un enorme esfuerzo para juntarse hoy civilizadamente, como debe ser. Si se los escucha a los dos, pueden establecerse puntos de vista distintos en algunas cosas, pero no lo suficientemente distintos como para llevarse tan mal. ¿Será ese encono lo que llevó a noche a Fernández a hablar de un Macri "muerto" políticamente, cuando la sorpresa fue la supervivencia política del Presidente?
Es cierto que Alberto Fernández es extremadamente crítico de Macri en el manejo de la economía. No concibe que el Presidente (y suele agregar al extitular del Banco Central Federico Sturzenegger) tenga una visión tan monetarista de la inflación. "¿Quién le dijo que con solo secar de pesos el país, y matando por lo tanto a la actividad económica, se resolvería la inflación?", se pregunta. La obsesión de Alberto es volver a poner en funcionamiento la economía. "Todo está parado, y así ningún problema económico se resolverá", dice mientras se lamenta porque el consumo cayó el 18 por ciento en el último año. Su apuesta es un gran acuerdo social y económico con empresarios, sindicatos y partidos políticos. Acuerdo durante un semestre, anticipa, para establecer las futuras reglas del juego. La caída de reservas lo preocupa sobremanera. Despotrica aún más contra Macri: "Que libere totalmente el precio del dólar o que ponga un cepo casi total a la venta de dólares mientras haya incertidumbre. ¡Está perdiendo reservas todos los días con una política que no es ni una cosa ni la otra!", se ofusca. Lo martiriza la poca cantidad de reservas que podría recibir el 10 de diciembre. De eso hablarán hoy, seguramente. No sabe por qué la gente se preocupa tanto por el dólar. Ahora los depósitos en dólares están en el Banco Central y no son de libre disponibilidad. "Los dólares de la gente están. ¿Quién duda de eso?", enfatiza. En la crisis de 2001, los dólares estaban en manos de los bancos.
Con todo, lo que menos le preocupa es la deuda pública. Considera que los vencimientos del próximo año no son tan acuciantes y que tendrá margen de tiempo para reestructurar la deuda. ¿Con quita o sin quita? Fernández siempre propuso que fuera sin quita, pero al parecer (a él no le consta) el Fondo Monetario está reclamando que sea con quita de capital. Le llegó una noticia imprecisa de que un grupo de bonistas privados de la Argentina presentaría una demanda judicial contra el Fondo por esa posición en los tribunales de los Estados Unidos.
Una fuente de recursos
Vaca Muerta, una de las mayores reservas del mundo de petróleo y gas no convencionales, es una prioridad para él tan importante como lo fue para Macri. Fernández nunca anticipa cuál será su política precisa para ese sector energético, aunque es obvio que el yacimiento está entre sus planes. Intuye que algo no funciona bien entre el sistema laboral argentino y las empresas industriales. De hecho, debió mediar entre la automotriz Toyota, la única que mantiene sus exportaciones, y el sindicato de los mecánicos (Smata). La automotriz planificaba construir en la Argentina los asientos de sus automóviles para todo el mundo, pero no lo haría bajo las reglas de Smata. Eran 800 puestos de trabajo. El Smata aceptó las condiciones de la empresa y esos asientos se construirán en la Argentina.
Sabe que con el país fragmentado como está (hundido en la famosa "grieta") no se puede gobernar. ¿Cómo dejar atrás la grieta? "Yo creía que con hablar con Radio Mitre y con Clarín y con ir a TN empezaba a suturar la grieta. Pero evidentemente no fue suficiente", cuenta. ¿Qué otro hecho simbólico puede hacer para ir cerrando la grieta? No lo sabe, pero no descarta hasta una reunión pública con Macri cuando él sea el presidente formal del país. Alberto Fernández dijo en los últimos días que él y Cristina son lo mismo. ¿Es verdad?
En un reciente encuentro con el presidente boliviano, Evo Morales, explayó su teoría según la cual los gobiernos progresistas de América Latina deben respetar las reglas de la democracia, la alternancia en el poder y buscar las formas de renovación en el liderazgo de sus espacios. Se engolosinó con su teoría hasta que se dio cuenta de con quién estaba hablando, un líder que lleva 14 años en el poder. Entonces calló. "Progresismo sin autoritarismo. Y tampoco la continuidad eterna en el poder", sintetiza.
La política exterior le gusta. Eso es evidente cuando se lo escucha hablar. Estados Unidos y Trump. ¿Se llevará mal con ellos? "¿Por qué me voy a llevar mal con los Estados Unidos? No soy un necio ni un estúpido. Solo pido respeto en la relación y nos llevaremos bien". Alberto Fernández cultivó siempre una buena relación con Washington. En tiempos de Barack Obama, tuvo un diálogo frecuente con altos funcionarios de su administración cuando él ya se había ido del gobierno.
El problema es Venezuela, aunque él considera que el primer problema para Washington en América Latina es el desembarco de China en la región. "De todos modos, asegura, yo soy crítico de Venezuela", agrega. El conflicto está en la descripción de lo que es el gobierno venezolano. Fernández lo define como un gobierno autoritario, cuando es realmente una dictadura. "¿Esa diferencia es todo el problema?", se pregunta socarronamente.
Su primer viaje como presidente lo hará a México. Por dos razones. Una: cree que el presidente Andrés Manuel López Obrador expresa un progresismo democrático, que no aspira a modificar la Constitución y que sabe que se irá cuando se cumpla su mandato. La otra: aspira a que México, la segunda economía más importante de América Latina, ponga más atención en la relación con los países latinoamericanos y se aleje de la relación comercial casi exclusiva con los Estados Unidos. Está hablando de las relaciones comerciales. Le cambiará el nombre al Ministerio de Relaciones Exteriores. Será Ministerio de Relaciones Comerciales, Política Exterior y Culto. Lo primero es lo primero, dice.
¿Por qué no irá primero a Chile? "Con Piñera no tengo problemas. Puedo llevarme muy bien con él. La elección de México responde a otras razones, no a la presencia de Piñera en Chile. Nunca haré una evaluación ideológica para llevarme bien o mal con los gobiernos de otros países. Ni siquiera con Bolsonaro. Además, ¿por qué me voy a llevar mal con Piñera? Es un buen presidente comparado con Macri". La bronca contra Macri surge hasta cuando no habla de Macri. Son los dos que liderarán el gobierno y la oposición en los próximos cuatro años. Haya o no una cuestión personal entre ellos (La Nación).