Gustavo Béliz cenó con su amigo Eduardo Valdés el jueves por la noche. Fue una velada íntima, familiar. Los dos sintieron que era un encuentro que soñaban hace muchos años y coincidieron en que merecían una abrazo fraterno.
No fue una cena más, de esas que suele compartir con amigos, para hablar de política y religión. Esta vez fue más emotiva, menos bulliciosa.
Antes de empezar a comer, pidieron, en forma mesurada, brindar con vino tinto para celebrar los buenos tiempos que se avecinan. Después, se dedicaron a degustar exquisiteces. Como siempre.
El regreso del ex ministro de Justicia a la política genera expectativa e incertidumbre pero sobre todo despierta un clima de revancha silenciosa. Ambos estaban acompañados por sus esposas, María Fernanda y Susana; y era la segunda cena que compartían en menos de cuatros días. Son tiempos de celebración.
La otra tertulia sí había sido mucho más ruidosa y concurrida. Incluso, con cánticos y festejos hasta la madrugada. Incluso con aplausos y algarabía frente a las imágenes que devolvía la televisión.
La “cena de la victoria”, como ellos mismos la titularon, fue el domingo por la noche. Cuando montaron una suerte de “bunker paralelo y familiar” para festejar el triunfo electoral de Alberto Fernández en el Café de las Palabras, en Guardia Vieja 4551, corazón del barrio de Almagro.
De allí provenían las risas estrepitosas y los alaridos repentinos. Disimulado tras un portón ruinoso, antes de cruzar Yatay, emerge el último reducto peronista de Buenos Aires. Mezcla de enorme museo de la historia política argentina con bodegón porteño con aire de pulpería.
El café fue el epicentro de varios mitines políticos pero la del último domingo fue una cena especial. “Somos familia, somos familia y fue emocionante”, repite uno de los presentes al ser consultado por A24com.
Entre abrazos y bandejeo de comida estaban Rafael Bielsa con su esposa Andrea y sus hijos Joaquín y Juan Agustín; Valdés, el dueño de casa, con su esposa y sus hijos Juan Manuel y Martín; Camilo y Sabino Vaca Narvaja; Francisco “Pancho” Meritello y su mujer Adela; y el más emocionado, Gustavo Béliz, junto a su esposa y dos de sus cuatro hijos: José y Felipe.
La noche fue larga en recuerdos. Sobre todo en reconstruir el pasado que desembocó en este presente. Béliz estuvo dos años sin verse ni cruzar una palabra con Alberto Fernández, el presidente electo.
Dos años de silencio reflexivo, de distancia. Hasta que lograron romper con eso y sobrevino un encuentro cargado de emoción y llanto, de abrazos y reflexiones.
Desde ahí, no se volvieron a separar; y hablan casi todos los días. Coincide con el momento de mayor producción de ideas y proyectos por parte de Béliz quien se enfocó en “reformas y modernización del estado”.
Cada documento terminado, cada paper elaborado fue compartido, al instante, con Fernández, que por esas horas de reencuentro, ejercía como “operador” político de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner y ni siquiera soñaba con la candidatura que lo convirtió en el próximo presidente de los argentinos.
Denuncia y autoexilio
Béliz y Alberto se conocieron en la intensa militancia del peronismo porteño. De ahí también vienen los amigos de las tertulias del “Café de las palabras”.
La noche del domingo, los recuerdos los trasladaron al año 2000 cuando Fernández acompañó a Béliz en el armado de la fórmula que compartió con Domingo Felipe Cavallo. También fue inevitable repasar los primeros años del kichnerismo, con todos sus fantasmas incluídos: internas, aprietes y traiciones.
En el año 2004, cuando era ministro de Justicia de Néstor Kirchner, la vida de Béliz cambió para siempre.
Fue el martes 25 de julio de ese año durante la transmisión del programa Hora Clave que conducía Mariano Grondona. Béliz tenía una interna desaforada con sectores de los servicios de inteligencia. Y decidió acelerar.
A las 22 horas con 11 minutos exactamente, el ex ministro se preguntó, mirando a cámara encandilado por la luz roja y en el prime time de la televisión argentina: “¿Quién maneja la SIDE? La maneja, entre otras cosas, un señor que debiera ser el hombre más público de la Argentina, al cual todo el mundo le tiene miedo. Cuando se lo menciona en una reunión todo el mundo dice `no cuidado, no te metas con ese tipo´. No te metas porque es un tipo peligroso. Te puede mandar a matar. Te puede meter en situaciones muy complicadas. Te puede armar operaciones, como habitualmente se dice. Es este señor…”, advirtió Béliz al tiempo que levantaba una fotocopia en blanco y negro con el rostro de Jaime Stiuso, por entonces, director general de operaciones de la SIDE.
Luego acusó al espía más temido de embarrar la causa AMIA y de otros males argentinos. Fue el final para quién se había convertido en el ministro más joven de historia argentina, a quien los menemistas habían llamado “zapatitos blancos” por no querer embarrarse con las corrupción costumbrista de los años noventa.
Ni bien se apagaron las luces engañosas de la televisión el poder le soltó la mano y lo aisló hasta su renuncia. Después sobrevinieron amenazas contundentes hacia su familia y persecuciones personales.
Sin escapatoria decidió exiliarse. Primero puso en alquiler su casa, vendió su VW Gol y se fue a vivir a Washington. Al inicio, trabajó para la Organización de Estados Americanos (OEA) como veedor de distintas elecciones.
Después recaló en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) coordinando proyectos de financiación vinculados con la calidad institucional en diversos países del continente.
El nuevo contrato lo ayudó a salir de la escena pública. Entre otras restricciones le impedía hacer cualquier tipo de declaraciones políticas. Pasó a no tener más voz.
A recluirse. Mientras tanto, Gerardo Conte Grand y Ricardo Gil Lavedra lo ayudaban en el juicio que le inició Stiuso por incumplimiento de los deberes de funcionario público y violación de secreto de Estado.
Un vecino muy especial
En Estados Unidos, el destino lo convirtió en vecino y amigo de Marcelo “El Muñeco” Gallardo, por esos días terminado su carrera en el D.C United, uno de los grandes de la Major League Soccer.
Una relación que pocos conocen como la que mantiene a diario con Ramón “Palito” Ortega.
Los hijos de Béliz, hinchas de Boca pero muy futboleros, hicieron buenas relaciones con los nuevos vecinos. Sobre todo con el jóven Nahuel, el hijo más grande del Muñeco.
Incluso llegaron a ir a disfrutar del fútbol gallardiano acompañandolo al máximo ídolo de River al estadio memorial Roberto F. Kennedy, mítico en la ciudad.
El regreso
Luego de pasar un tiempo en Uruguay, en 2014, Béliz volvió a la Argentina para ocupar el cargo de director del Instituto para la integración de América Latina dependiente del BID.
Ya era otro país: Néstor Kirchner había muerto, gobernaba con dificultades su esposa, el macrismo empezaba a mostrar su fuerza opositora y el propio Jaime Stiuso seguía haciendo de las suyas sin saber que pronto sería expulsado del organismo de inteligencia. Ya estaba en guerra con el kirchnerismo.
El tiempo puso las cosas en su lugar. Fue Francisco Meritello, su cuñado, quien ofició de nexo para que Béliz volviera a frecuentarse con Alberto Fernández. Y fue el presidente electo quién lo ungió para integrar el equipo de la transición hacia el 10 de diciembre.
Béliz sabe que esas serán horas históricas, de bullicio y algarabía peronista, como las que vivieron en el "Café de las Palabras" en las últimas noches de tertulia.
También intuye que serán instantes de llanto y emoción como aquel reencuentro con su amigo, Alberto; cuando ninguno soñaba con escribir otra página de la historia argentina.