Una pregunta insistente está dando vueltas. ¿Habría existido la actual tranquilidad de la transición argentina si el resultado electoral hubiera sido otro? ¿Habría existido la cómoda serenidad que hoy existe, en medio de una región latinoamericana sobrecargada de violentas protestas sociales, si hubiera ganado Mauricio Macri? La respuesta es no. Hasta el propio Presidente acepta que un triunfo suyo lo habría condenado en poco tiempo a un destino parecido al de su amigo Sebastián Piñera. Su victoria hubiera sido en segunda vuelta y por un puñado de votos.
La Argentina viene de un año y medio de recesión económica y las recetas de cualquier solución no son generosas. Hay también una vieja constatación política: ni los sindicatos ni los movimientos sociales (ni la sociedad en general) le tienen a un gobierno no peronista la paciencia que le tienen al peronismo. Un nuevo presidente, además, instala siempre un clima de cierta esperanza en los primeros tiempos, al menos. Es el papel que le toca jugar ahora (y en los próximos meses) a Alberto Fernández.
Una transición pacífica, aburridamente pacífica, sucede en la Argentina entre dos gobiernos de signos muy distintos. No es la economía. Chile, Bolivia y Colombia tienen una economía mejor que la Argentina. No es la política. La Argentina fue siempre políticamente más inquieta que algunos países hoy en llamas. Es un milagro. "Un milagrito", atenúa Macri. Alberto Fernández sostiene la tesis de que es mejor así antes que complicar las cosas con los trámites propios de una transición. "¿Para qué voy a mandar gente a los ministerios si sé que van a terminar discrepando?", suele preguntarse. Los dos presidentes hasta han resuelto algunos problemas juntos.
Dos hijos de Evo Morales, que estaban en Bolivia (refugiados en la embajada argentina), querían instalarse desesperadamente aquí, no en México, donde está su padre. Alberto intercedió ante Macri y este hizo los trámites ante el gobierno interino de Bolivia. Resolvió el problema en el acto. También contribuyó el canciller Jorge Faurie, a quien Alberto ahora le reconoce su buena predisposición. El "hecho desgraciado de la diplomacia" (como Alberto calificó a Faurie en medio de la crisis por la caída de Evo Morales) se convirtió en una persona "diez puntos". La política aconseja no apresurarse con los juicios (menos con los prejuicios). Los hijos de Evo Morales están desde ayer en la Argentina.
Macri no puso ningún reparo al asilo de los hijos del expresidente boliviano. Hay en Macri un costado de sensibilidad humanitaria que sus adversarios no le reconocen. Cuando el gobierno norteamericano le canceló la visa al excanciller Héctor Timerman (porque estaba procesado por la firma del tratado con Irán) fue Macri el que intervino personalmente -también Faurie- para que se le concediera una visa por razones humanitarias. Ya gravemente enfermo de un cáncer terminal, Timerman necesitaba viajar a los Estados Unidos para someterse a un tratamiento alternativo. La visa fue expedida por Washington y los médicos norteamericanos pudieron extender un poco, solo un poco, el tiempo de su vida. Los Macri y los Timerman (con los patriarcas, Franco y Jacobo, a la cabeza) vivían en el mismo edificio, en los años 70.
El problema de Macri y de Alberto Fernández es que la transición no es tan apacible dentro de sus propios espacios. A Macri lo persigue la indisciplina de los radicales en cuestiones tan cruciales como la del aborto. Alberto vive dentro de una nube de rumores sobre su relación con Cristina Kirchner y sobre el poder que esta tendrá en el gobierno que comenzará el 10 de diciembre. Debe convenirse que Cristina no hace nada para despejar el ambiente de rumorología. ¿Por qué siempre es el presidente electo el que debe visitar a la vicepresidenta en su casa? ¿Esas imágenes no traen, acaso, recuerdos de los tiempos en que Héctor Cámpora, ya presidente, visitaba a Perón en sus casas de Madrid o de Vicente López?
Ni Cristina es Perón ni Alberto es Cámpora. El último Perón arrasaba en las urnas, mientras Cristina debió aceptar tácitamente con la elección de Alberto Fernández que ella sola no podía ganar. Fernández tiene, a su vez, más carácter que Cámpora; de hecho, el actual presidente electo le estampó la renuncia y se fue cuando ella era presidenta. Si el argumento consiste en que son los gestos propios de un caballero ante una dama, hay que señalar entonces que no se trata de quién ingresa primero a un ascensor. Es una relación de política y de poder. La imagen es más importante que la realidad.
Cristina Kirchner hizo valer su acuerdo con Alberto Fernández de que ella gobernará el Congreso. El acuerdo integral incluye la cláusula de que Alberto controlará el Ejecutivo. ¿Lo controlará? La versión, nunca confirmada ni desmentida, de que Carlos Zannini sería el próximo jefe de los abogados del Estado es una idea que no puede ser de Alberto Fernández. Nunca hubo amistad ni química entre el presidente electo y ese viejo amigo de Cristina.
¿Un pedido de Cristina? Sería entonces un pedido impropio. Por lo pronto, el presidente electo negó todas las versiones sobre quién será su ministro de Economía. No será Guillermo Nielsen. Ni Martín Redrado. Ni Matías Kulfas. "Será una sorpresa. Una buena sorpresa", desliza, pícaro, Alberto Fernández. Nielsen se hará cargo de YPF, porque hace mucho tiempo Alberto le encargó que estudiara el caso de Vaca Muerta, donde hay multimillonarias inversiones extranjeras. Y debe seguir habiendo.
El Congreso sí será de Cristina. La integración de los senadores peronistas en un solo bloque conducido por José Mayans, hombre de encendidos discursos revolucionarios en nombre del caudillo feudal formoseño Gildo Insfrán (la contradicción es inagotable en el peronismo), no fue seguramente la mejor solución para Alberto Fernández. Aunque Alberto prefería un bloque peronista antes de que existieran dos, con sus posiciones e intereses cada uno, lo cierto es que le hubiera gustado más ver en la jefatura de la bancada al excanciller Jorge Taiana, quien ingresará al Senado para ocupar la banca que dejará vacante Cristina Kirchner.
La jefatura de Máximo Kirchner en el bloque de diputados peronistas significa la instalación de una dinastía en el Congreso. El cargo es difícil, y lo será más aún en Diputados porque muchas leyes deberán ser negociadas con Juntos por el Cambio, que retendrá la primera minoría en esa cámara. "Sabé que vas a tener que trabajar. Y mucho", le deslizó Alberto Fernández al heredero de los Kirchner.
Macri se entretenía con el primer cruce entre Alberto Fernández y la Iglesia por el aborto cuando le estalló en sus pies un escándalo por el aborto. El secretario de Salud, el radical Adolfo Rubinstein, firmó un protocolo que avanzaba considerablemente sobre el aborto de niñas preadolescentes (de hasta 15 años), que están todavía bajo la patria potestad de sus padres. Rubinstein ignoró también que el año pasado el Congreso rechazó un proyecto sobre el aborto (el Senado, para ser precisos) y que Alberto Fernández anunció que su bancada o su gobierno presentarán un nuevo proyecto el año próximo. Peor: un día antes, Rubinstein había estado con Macri y no le anticipó nada.
El Presidente se había pronunciado personalmente contra el aborto. Rubinstein le faltó el respeto a su presidente. Su jefa directa, Carolina Stanley, le preguntó a Rubinstein por qué no la había consultado antes de firmar el protocolo. Respuesta: "Porque sabía que me dirías que no". El Presidente sacó una rápida conclusión: "Se declaró culpable".
Macri les hizo una sola concesión a los radicales: no despidió a Rubinstein y esperó su renuncia. Renunció y la interna radical -cuándo no- se alborotó. Alberto Fernández sabe que lo espera la reacción adversa de la Iglesia Católica, doctrinariamente opositora al aborto, pero tomó la decisión de que nunca se enfrentará discursivamente con los obispos. Tampoco postergará el debate sobre el aborto; quiere resolverlo cuanto antes. Oficialistas y opositores no necesitan intranquilizar la transición entre unos y otros; están ya demasiado intranquilos con ellos mismos (diario La Nación).