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Los verdaderos exámenes que debe sortear Alberto Fernández

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No vale decir "pasapalabra"
No vale decir “pasapalabra”

Cuando Alberto Fernández juró como Jefe de Gabinete de Ministros de Néstor Kirchner en 2003, renunció a su cargo de profesor adjunto regular por concurso en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Quizá haya sido un poco drástica esa decisión y bastaba con tomarse una licencia sin goce de sueldo, sobre todo porque llevaba veinte años en la cátedra de Righi, pero lo cierto es que nadie podía objetarle la coherencia.

 

Ahora resulta que es el Presidente de la Nación y adjunto interino del Departamento de Derecho Penal pero decide ir a tomar exámenes. Como sucede con casi todo en la Argentina: hay algo que no cierra. De movida porque es la propia gestión que encabeza Fernández la que dice asumir el gobierno de una “tierra arrasada”. De ahí que bien podría el Presidente ocuparse de revertir esa presunta devastación haciendo germinar los campos… Bueno no parece ser esa una metáfora apropiada justamente hoy.

En cualquier caso, Alberto superó el examen tribunero con un muy-bien-diez-felicitado. Si bien a nadie debería importarle eso en un mundo donde un Papa le prepara un sandwich de jamón y queso a un guardia suizo. Si total, no hay nada que hacer y cada quien hace lo que se le viene en ganas, excepto aquello que debe hacer.

Pero sabiendo de la afición del flamante Presidente por los exámenes, no está de más repasar algunos de los que él mismo tiene por delante en el corto plazo.

Para decirlo con apego a las más elementales normas de urbanidad y decoro, la política argentina es un club que exhibe una lógica poco menos que enrevesada. Tanto es así que con una excentricidad a escala planetaria el epicentro de las especulaciones no ha sido Fernández sino Fernández, ¿no sé si me explico?

Es sabido que el protocolo no es el fuerte de la Señora y, aunque podrían haber sido peor, los berrinches que hizo el martes pasado no son más que anecdóticos a esta altura del partido. A propósito, de esto quería hablarle, de los partidos.

Ciento cuarenta y un años le tomó a la palabra “partidos” verse reflejada en el texto constitucional. No es una forma de decir ni una exageración: la primera vez que la Constitución Nacional habló de partidos políticos fue en la reforma de 1994. Y claro, como era de esperar y a poco de ponernos a tono con el mundo normal reconociéndole a los partidos políticos carácter fundamental del sistema democrático (Art. 38, párrafo primero de la Carta Magna), inmediatamente en este país comenzamos a hablar de “espacios”. Eso explica bastante la mezcolanza que presenta la fauna política argentina.

Todo esto viene a cuento para preguntarnos quiénes nos están gobernando. Sí, ya sé que el justicialismo, pero cuál de todos. Y es verdad que Alberto los conoce a todos y desde dentro (casi tanto como nuestro Canciller), pero lo cierto es que la última vez que el peronismo se propuso volver la cosa no terminó nada bien.

Todo empezó “con el conductor” digitando el candidato a presidente. Lo puso. Lo sacó. Se puso él. Se murió y nos dejó a su viuda. Todo esto sin que nadie atinase a decirle: “Che Pocho, ¿te parece?” No. Nadie dijo nada. Y por no decir nada un brujo y una bataclana terminaron en la Rosada.

Después vino todo lo que Usted ya sabe y los pibes ignoran porque creen que esto era un páramo oligárquico-clerical-protoimperialista y que no había nada hasta que llegó Perón y organizó todo. ¡Y lo peor de todo es que la batalla cultural perdida les enseña a los millennials que las cosas volvieron a quedar de nuevo en stand-by y no pasó nada hasta que llegaron Néstor y Cristina! ¿Qué quiere que le diga? A mí me parece que no hay que quedarse callado, menos cuando se coquetea con el déjà vu de la vuelta del líder o, mejor dicho, de la Jefa…

La cosa es qué papel piensa desempeñar Alberto en este rejunte que lo depositó en Balcarce 50. Sus seguidores repiten cual mantra que no es un títere, pero él mejor que nadie sabe que el caudal electoral propio no le alcanzaba ni siquiera para ser legislador porteño y que el plazo del contrato de comodato que le hizo CFK ya empezó a correr. Y no debería extrañar que entre las cláusulas del préstamo de uso que le hizo la arquitecta egipcia figure finalizar el proceso de saneamiento de las cuentas públicas (léase: completar el ajuste que Macri no terminó), para endilgarle luego la traición al campo nacional y popular e intentar poner en funcionamiento la ley de acefalía. El peronismo sabe de eso.

Es posible que este sea el plan de Cristina y es mucho más probable todavía que Alberto lo conozca; mas el punto es si el presidente podrá construir el poder propio necesario como para lograr que se activen los contadores y que el tiempo empiece también a resultar apremiante para su vice.

Claro que el desafio es enorme para un hombre que no tiene dónde apoyar el poder real sino en el que brota de la formalidad de su investidura; ciertamente, no es poco, sólo que es todo con lo que por ahora cuenta. No le responden ni partidos políticos, ni sindicatos, ni universidades, ni movimientos sociales, ni legisladores, ni gobernadores, ni intendentes. Es él y la voluntad que lo puso donde está. Es un inquilino de la Casa Rosada, que flota en votos prestados y apenas si apuesta por recrear la mística del Profesor Fernández -cosa que tampoco es, la verdad sea dicha-.

Con semejante panorama, no hace falta ser muy despierto para darse cuenta que el peor error político que puede cometer Alberto Ángel Fernández es pelearse con Mauricio Macri.

Aún habiendo ganado en primera vuelta, Fernández es un presidente debil; más todavía: se trata de una debilidad estratégicamente construida y monitoreada desde dentro y no tiene mucho resto más allá de pagarle un alquiler sobrevaluado al siempre impredecible Sergio Massa, excepto que teja tan sigilosa como raudamente para el costado y haga de Macri su principal aliado. He aquí la paradoja de Alberto: no son muchas las piezas que puede mover hoy, pero con seguridad no sería una buena jugada confrontar con el 41% que votó por Cambiemos porque podría encontrar precisamente allí la eventual red de contención ante una crisis interna con la jefa espiritual del Frente de Todos.

El presidente no la tiene para nada fácil y tanto él como su enemiga íntima saben que no hay espacio para los dos. De momento le toca responder la pregunta más difícil del primer examen: ¿Será “el jefe supremo de la Nación, jefe del gobierno y responsable político de la administración general del país” (como lo establece el Art. 99, inc. 1°, de la Constitución Federal de la República Argentina) o el conserje de “Los Sauces”? No vale decir: pasapalabra.

 

5 comentarios Dejá tu comentario

  1. Se equivoca, la lapicera. la tiene él; el FMI viene a hablar con el.....Presidente no con el ordenanza, los empresarios hablan con...el Presidente; los sindicalistas ¿con quien arreglan? con el Presi; los Granaderos ¿a quien le pegan los tacos y le hacen saludo uno? al Comandante en Jefe o sea. el Presidente. No se equivoquen, cuando se llega ahí y ve todo esto que detallo, es muy fácil de desentrañar "todo esto me lo hacen a mi porque soy el que manda" y los Gobernadores, la mayoría esta con Alberto (tiene la lapicera y firma los cheques, no el ordenanza)y ni que decir de los Intendentes, a ella no la pueden ver ni pintada; concurrió a La Matanza y es en el único lugar donde puede despotricar y si se ve el vídeo y se le baja la voz, se la ve sacada y esquizofrénica porque perdió el control. Lo que si rescato, no fue para mejor la elección, seguimos haciendo la cuenta dos más dos y queremos que de cinco, tres, seis, pero da Cuatro, no hay otra. El último que apague la luz, cierre la puerta y tire las llaves.

  2. Primero lo primero. Profesor es el titular de la cátedra. Un adjunto no tiene una cátedra, y tampoco es lo que se dice un profesor.

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