La solidaridad que nos acaba de imponer el nuevo gobierno a través de la ley ómnibus aprobada con inusual urgencia y escaso análisis en ambas cámaras del Congreso funcionará solamente para “disciplinar” a un sector de la sociedad y no como producto de la decisión de todos para ayudar a los más necesitados.
La pregunta que nos surge instintivamente es: ¿A qué precio?
El paso de algunos cínicos del moralismo a la charlatanería es generalmente muy corto. Y si ese moralismo que ahora intenta el Frente para Todos proviene de quienes jamás exhibieron atisbo alguno de razonabilidad en materia presupuestaria, pasa a ser simplemente la confirmación de que Alberto Fernández nos ha lanzado a una aventura de final incierto.
Que en solo cuatro días se haya aprobado un proyecto ómnibus sobre cuestiones neurálgicas de la economía siguiendo la partitura de un director de orquesta –Martín Guzmán-, que hasta ayer nomás practicaba sus gorjeos académicos en los recoletos claustros de la Universidad de Columbia, significa que nos hallamos a las puertas de un “manotazo” que permita ganar tiempo y ver de qué manera funcionará el nuevo garrote con que nos han atizado mientras estábamos embelesados siguiendo con fruición las penurias de Pampita (que nos tiene harto con sus historias personales “mínimas”) y su secretaria “estómago resfriado”, las renuncias de algunos mediocres conductores de programas de TV con motivo de fin de año y las “purgas” cuasi soviéticas de Riquelme en el “nuevo Boca”.
Suerte por ahora para los Fernández. Sobre todo, para la Vicepresiden…ta…ta (recordar el nuevo género para no irritar a Cristina), que podrá vengarse de la clase media que siempre la despreció y del campo, al que a pesar de un hostigamiento coronado por la recordada Resolución 125 no pudo someter por la presión popular y el voto “no positivo” de Julio Cobos.
Estamos de acuerdo con Guillermo Calvo -rival académico de Stiglitz-, y creemos que quizá hubiera sido mejor que el discípulo de éste se hubiese quedado en Estados Unidos, en vez de viajar para proclamar públicamente qué es lo correcto en materia de economía, utilizando a dicho efecto una retórica moralizante que no funcionará para argentinos adeptos a sentarse en los bares a degustar “un cafecito” y reemplazar cualquier academicismo con sus visiones psicológicas y proféticas de entrecasa.
Un futuro que siempre llenamos de desesperanza y apelaciones del tipo “conmigo no se metan porque armo lío” (¿a instancias del Papa Francisco?), que nos ha vuelto hipercríticos y desganados por costumbre.
Es muy probable que ante la cuasi tiranía de un Poder Ejecutivo omnímodo, haya cada vez más gente que se ponga del lado de los ciudadanos “sacrificados a mitos colectivos”, como dice Fernando Savater, afirmados en este caso por un Presidente que para lograr sus objetivos debería conocer mejor “los mecanismos depredadores de nuestros apetitos y asumir que durante mucho, mucho tiempo sentiremos las incomodidades de vernos forzados a cambiar de piel” (siempre Savater).
La pregunta que cabe hacerse es: ¿estará el “gran pueblo argentino” dispuesto a realizar los sacrificios necesarios para abandonar la irritante adolescencia en la que vivimos por autoimposición?
Porque todo acuerdo de voluntades presupone la existencia de una sociedad, como dice Ortega, “de gentes que conviven; y un acuerdo no puede consistir sino en precisar una u otra forma de esa convivencia, de esa sociedad preexistente”.
En ese aspecto pues, el ucase enviado por el actual Poder Ejecutivo al Congreso, con el supuesto patrocinio del economista instalado ayer nomás en el escenario nacional, no parece ser el mejor auspicio para el éxito futuro del plan.
Más aún, al observar con sorpresa la gran cantidad de pequeñas trampas “caza osos” que contienen algunos artículos del mismo.
Quien se viste demasiado apurado, debiera tener presente que al abrocharse una prenda corre el riesgo de errar al ojal correspondiente y meter los botones fuera de su lugar. O, peor aún, dejar alguno sin alojamiento.
Así es que no nos sumamos al deseo generalizado de que a Alberto F. le vaya bien “porque nos irá bien a todos”, sino que decimos que ojalá esto marque el fin de la utopía argentina: repetir siempre las mismas apuestas temerarias pretendiendo que arrojen resultados diferentes.
Porque alguna vez, el fondo deberá ser finalmente el fondo para llevarnos a aceptar la realidad y volver a ser la Argentina pujante que fuimos antes del advenimiento de dos “hombres era”, Irigoyen y Perón, que contribuyeron a deformar nuestra cultura popular hasta convertirnos en un país donde los derechos han suplantado, virtualmente de facto, casi todas las obligaciones inherentes a una vida comunitaria justa y equitativa, donde las leyes se aprueben luego de análisis “académicos” y perduren en el tiempo, entonces sí “para bien de todos”.
A buen entendedor, pocas palabras.