Hace exactamente dos meses, el 18 de diciembre de 2019, publicamos en esta misma columna un artículo titulado “Alberto gobierno, ¿Cristina oposición?”.
En aquellos párrafos habíamos planteado la posibilidad de que detrás de la disputa de poder, real o fingida, entre Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner se escondiera otro propósito: que la nueva administración ocupara todo el escenario político y se hiciera cargo no sólo del gobierno, sino, también, de la oposición.
Hoy Clarín publicó una excelente nota de Rogelio Alaniz, titulada, justamente, “Ocupar el lugar de oficialismo y oposición, un clásico del peronismo”. En el artículo Alaniz plantea, en un análisis muy afilado y lúcido, analizando la actual coyuntura en perspectiva histórica, esta misma posibilidad.
“El peronismo gobierna, pero al mismo tiempo las críticas más severas provienen del mismo peronismo. La conclusión parece inevitable: el peronismo es- o pretende ser- oficialismo y oposición. No se trata de una decisión conspirativa, de un acuerdo tejido entre las sombra para dominar el país. Nada de eso. La respuesta a este singular modo de concebir el ejercicio del poder hay que rastrearla en nuestras tradiciones y, muy en particular, en las del peronismo con sus mitos fundacionales y su lógica acerca de los despliegues del poder”, dice Rogelio Alaniz en su columna de hoy, en Clarín.
El gobierno tiene apenas unos pocos meses de vida y ya parece transitar una vejez prematura. Lo que parecía ser un misterio, se empieza a vislumbrar cada vez con mayor claridad.
Algunos sostienen que la única dueña del poder es la vicepresidenta; otros, que el poder reside en la investidura presidencial y que a medida que se afiance en el sillón de Rivadavia, Alberto Fernández alcanzará la estatura del cargo que ocupa y, por lo mismo, que su vice se reducirá al papel deslucido que históricamente ha tenido ese cargo.
Y por último están quienes sostienen que se trata de una sociedad fríamente calculada, algo así como un matrimonio fundado en un contrato prenupcial. Cualquiera de estas alternativas tendrá consecuencias no ya en la suerte de la nueva administración, sino que definirá acaso algo tan importante como el gobierno y en el que nadie parece prestar atención: la oposición.
Y en este punto, nos encontramos con la principal novedad. Mientras el gobierno empieza a mostrar sus mecanismos hasta ayer ocultos, hoy el enigma es la oposición. Una oposición sin un líder visible, una oposición que permanece en silencio ante el avance sobre la libertad de expresión y la justicia.
Con las voces aisladas de Patricia Bullrich, Waldo Wolff, Alfredo Cornejo, Gerardo Morales, algunos otros radicales, el diputado Laspina que ayer habló con nosotros sobre el tema de la renegociación de la deuda, fuera de estas voces aisladas, la oposición orgánica permanece en silencio. Y el verdadero peligro es que ese lugar vacante lo ocupe el propio gobierno.
A diferencia de lo que sucede en las democracias consolidadas como la de EE.UU o Inglaterra, países en los que de antemano se sabe que el mapa político no excede las fronteras entre republicanos y demócratas o conservadores y laboristas, en Argentina existe el peronismo de un lado y del otro una alianza cambiante que se le opone.
Pero hay una paradoja: aunque ocupe el gobierno, esa alianza variable es percibida como la oposición al poder permanente que en la Argentina parece ser el peronismo: una suerte de establishment al que a veces se ha podido desplazar del gobierno, pero nunca de los resortes del Estado.
Y del otro lado, desde el peronismo, hay una percepción contraria que señala Alaniz en su columna: “Tras la frase: “Peronistas somos todos”, palpita el concepto de identificar al peronismo con la nación y a sus opositores con la antipatria.
Quienes suponen que ese juicio o prejuicio pertenece al pasado, les recuerdo que durante la gestión de Macri y en los recientes dos meses del gobierno de los Fernández, el principio que unificó a los peronistas sostiene que todo gobierno no peronista es algo así como una ocupación ilegítima del poder”, dice.
El problema que han tenido los gobiernos no peronistas es la imposibilidad ya no de ocupar el gobierno, sino de ocupar los verdaderos espacios de poder. El pecado original de la anterior administración ha sido no ocupar esos lugares de decisión y, al contrario, dejar que crecieran y se reprodujeran en los pliegues del Estado.
La oposición hay que ganarla, no se ejerce por defecto. Y el ejercicio de la oposición es, en este caso, impedir el avance del gobierno en todas áreas, empezando por la defensa de las libertades públicas, amenazadas por un proyecto de cinco senadoras kirchneristas que pretenden matar dos pájaros de un tiro: poner en libertad a los presos kirchneristas con sentencia e impedir que la prensa informe sobre estos casos.
Alaniz pone este problema en perspectiva histórica: “La famosa boutade de Perón, Peronistas somos todos”, frase pronunciada después de enumerar a las corrientes políticas nacionales más diversas, hay que interpretarla como una verdad política.
Perón practicaba el humor, pero no era un humorista dedicado a divertir a su platea, sino un político que se valía de diferentes recursos para expresar sus verdades. También fue un chiste aquella frase: “A los amigos, todo; al enemigo, ni justicia”. Un “chiste” que después padecieron miles de argentinos”.
Ese es hoy, precisamente, el problema más grave que podría afrontar la Argentina: el avance sobre la justicia y la prensa, las dos obsesiones de Cristina Kirchner, obsesiones de las que parece haberse contagiado el presidente.
¿O acaso a esta altura deberíamos hablar del gobierno de Alberto Fernández de Kirchner para terminar de convencernos de la frase de campaña: “Cristina y yo somos lo mismo”?
Cabe destacar el salto de Ricardo Alfonsín al bote del peronismo. El peronismo siempre ha sido una tentación. No sólo para los radicales como Jauretche, conservadores como Solano Lima.
“La historia del peronismo es también la historia de las sucesivas capitulaciones de quienes sin ser peronistas supusieron que las dificultades de la nación se resolvían por el mágico expediente de pasarse con armas y bagajes al peronismo. ‘Total, si me equivoco, me equivoco con el pueblo’, era la resignada coartada de los flamantes ‘infiltrados’, dice Alaniz.
“De estos mitos, prejuicios y retazos de ideologías autoritarias de la primera mitad del siglo veinte, es tributaria esta práctica política de concebirse oficialismo y oposición al mismo tiempo, la pretensión de ocupar todas las letras del abecedario político y tocar todas las notas del pentagrama.
Liberado a sus propias pulsiones, el peronismo fue al mismo tiempo el partido de los explotados y los explotadores, de los torturados y los torturadores, de los desaparecidos y los desaparecedores.
Se dirá que hoy ese clima de violencia no está presente. Puede ser. Pero por las dudas, yo no correría riesgos. En la Argentina que vivimos, no es aconsejable jugar con fuego. Y mucho menos, golpear las puertas del infierno”.