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Coronavirus: una puerta abierta a lo impredecible

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No estamos preparados para lo que viene
No estamos preparados para lo que viene

Escribimos estas breves reflexiones “con el corazón en un puño”, como contribución para destacar la evidencia de lo poco que sabemos sobre cómo comportarnos frente a ciertos cambios impredecibles que están azotando a nuestra civilización.

 

Porque en medio de un “crescendo” que inspira grandes temores, solo se advierte que seguimos soslayando nuestra responsabilidad individual para afrontar catástrofes jamás imaginadas hasta hoy.

Algunas de ellas, están golpeando con dureza una suerte de sensación de invencibilidad que nos han procurado ciertos descubrimientos tecnológicos que nos hicieron sentir inmunes frente a cualquier cataclismo pensando que “hay cosas que le ocurren a los demás”, descartando un imperioso proceso de adaptación propia a lo imprevisto y el futuro consiguiente.

Esto nos ha llevado a desechar cualquier consideración más detenida de estos cambios, que deberían concentrarnos en dilucidar de antemano el destino final en el que nos depositarán y en la velocidad con que todo esto está ocurriendo.

Hasta ahora, siempre habíamos estudiado el pasado histórico para dilucidar la comprensión del presente; pero es muy probable que en adelante debamos invertir este análisis, concentrando nuestra mente en lo que ocurrirá “el día después”, para entender de tal modo cuál debería ser nuestra actitud de hoy.

Vivimos, por otra parte, una explosión de noticias de supuesta actualidad plagadas de falsedades, algunas de las cuales nos agobian desde que se propalan hasta el instante en que se terminan evaporando por su inconsistencia, empujándonos a comportamientos colectivos sumamente histéricos.

Porque ¿están preparados los medios audiovisuales para “digerir” acontecimientos que los ponen a ellos mismos a parir?

Las evidencias que tenemos a la mano indican que no.

Tampoco aportan nada útil para resolver estas cuestiones adecuadamente muchos líderes políticos que están tan azorados como nosotros y se muestran abrumados por novedades inesperadas reproducidas a escala planetaria, sumiéndonos a todos en la mayor perplejidad frente a un mundo impredecible que llegó -bueno es que lo aceptemos de una buena vez-, para instalarse definitivamente.

La falta de datos sólidos y confiables empuja a la sociedad a diseñar muchas estrategias equivocadas que obstruyen una mirada “exploradora” y prudente hacia el futuro, intentando poner en práctica desesperadamente algunas soluciones draconianas poco efectivas, que constituyen meras “aproximaciones” que quedan sumergidas por el rigor de un mundo vertiginoso.

Lo sorprendente, es que una gran mayoría de personas educadas y con mejores conocimientos que otras -que deberían haber contribuido a buscar soluciones efectivas y desapasionadas-, percibe los cambios como una amenaza e intentan negar su existencia, sin contribuir a afianzar una nueva cultura que permita la adaptación a hechos nuevos que derrumban cualquier análisis tradicional sobre la realidad.

Y son esas personas, supuestamente educadas: maestros, dirigentes políticos, profesionales, etc., quienes tropiezan con mayores dificultades para transmitir serenidad y aceptación de la misma, evidenciando “a flor de piel” sus temores y vacilaciones, lo cual acelera la vulnerabilidad sensorial colectiva frente al azar.

El psicólogo estadounidense Warren Bennis, experto en investigación sobre liderazgos, dice que; “en los años recientes, el motor de la civilización ha sido forzado hasta tal punto, que ninguna hipérbole ni atrocidad pueden describir la extensión y la velocidad del cambio, y solo las exageraciones parecen ser verdad”.

Suena atemorizador, por cierto, pero es lo que se ve, y en ese sentido la actual pandemia del Covid-19 se presenta como una etapa más de un mundo que requiere, como nunca antes, serenidad, reflexión y una cuota moderada de esperanza.

Es muy probable que nos veamos obligados a botar a un cesto de basura de aquí en más una asfixiante competencia despiadada, donde el valor de las cosas solo se relaciona con la utilidad que éstas nos proporcionan en un orden meramente superfluo, y nos mantiene lanzados sin freno alguno hacia una superabundancia de imposible realización.

Al aumentar el ritmo de cambios imprevistos, es seguro que encontraremos cada vez más dificultades para desarrollar nuestra estabilidad psicológica y ese debería ser el objetivo de nuestra vida futura: preparar herramientas del conocimiento que permitan adaptar nuestras costumbres frente a un porvenir incierto y muchas veces devastador.

Nos guste o no, la nueva realidad indica que es la característica del universo que tendremos por delante.

A buen entendedor, pocas palabras.

 

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