Es el fin del mundo… tal y como lo conocemos. La frase, en todo apocalíptica, no deja de ser fácilmente verificable con solo analizar el terreno desconocido en el que avanza la humanidad.
Los mercados se volvieron locos la semana que pasó. Otra vez, pues ya la anterior se habían encabritado. A muchos economistas de fuste se les quemaron los papeles. No hay diagnóstico preciso para lo que vaya a suceder en el futuro. Todo es nuevo e impreciso; lo que pueda funcionar un día no necesariamente se mantendrá al siguiente. Al revés es lo mismo. Pero quienes hagan pronósticos oscuros serán siempre más certeros que los optimistas.
El mundo está deteniendo sus motores. Todos, en mayor o menor medida están declarando cuarentenas, aun aquellos donde la catástrofe sanitaria todavía no se ha declarado. Eso hace que lo que empezó como un juego de poder con el petróleo se justifique en el tiempo. Al precio del crudo, el proyecto Vaca Muerta se extingue. Pero con todo es igual, no solo ese negocio.
Aunque ya se sabe que toda crisis tiene su final. Algún día, no lejano, este virus que espanta comenzará a ceder terreno y el mundo volverá a recobrar la hoy perdida normalidad. El problema es el “mientras tanto” y sus consecuencias inexorables.
Alberto Fernández tenía decidido declarar la cuarentena general hace una semana. El domingo 15 sorprendió a sus interlocutores cuando en dos reportajes confió que pensaba en la posibilidad de “parar todo por 10 días”. Al caer la tarde, luego de una jornada de reuniones con su gabinete y especialistas en el tema en Olivos, minimizó tal alternativa. Pero no la desechó; solo demoró su implementación, convencido de que más temprano que tarde sería imprescindible. De hecho, los epidemiólogos que asisten al gobierno coincidían en la necesidad de avanzar en ese sentido. El tiempo transcurrido hasta la decisión anunciada fue para analizar sus efectos en la economía. Que serán devastadores, qué duda cabe…
La oposición acompañó la medida del gobierno de extremar el aislamiento. Así se lo hicieron saber al Presidente durante la reunión realizada en Casa Rosada el miércoles. Al cabo de la misma se supo que la decisión estaba tomada y la única duda era si entraría a regir desde el viernes o el sábado. Las escenas registradas en los supermercados los últimos días precipitaron la medida.
En el tiempo más crítico de su breve gestión, Alberto Fernández disfruta de su momento de mayor ponderación. Propios y extraños no solo coinciden en respaldar las medidas, sino también el manejo de la crisis. Aunque no faltaron los claroscuros.
El martes pasado Fernández se quedó en la quinta presidencial manteniendo reuniones con eje en la pandemia. Pero en un momento dado se subió a un helicóptero junto al ministro Gabriel Katopodis. No hubo ese día difusión de esa actividad, salvo la de que habían sobrevolado hospitales de Lafferrere y Rafael Castillo que aún no están activos. Al día siguiente el propio mandatario lo contó en un tuit que incluía un video y la siguiente cita: “Las obras quedaron paralizadas hace 4 años, cuando quienes gobernaban pensaban que no hacían falta más hospitales”. El mensaje contrastó con las señales de proximidad con la oposición brindadas el último tiempo, en el marco de la crisis y despertó encendidas réplicas en las redes. Lo mismo cuando el jefe de Gabinete difundió al día siguiente una información donde se lo veía encabezando un operativo del gobierno en el depósito del Correo Argentino en Tortuguitas, donde “se hallaron equipos de electromedicina en desuso y abandonados por la gestión anterior, que pertenecían al Programa Nacional de Cibersalud lanzado en 2014”.
Acciones del gobierno que contrastan, como dijimos, con un Presidente que se muestra en la emergencia con los principales dirigentes de la oposición. El domingo pasado apareció en una conferencia de prensa flanqueado por Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof. El miércoles lo hizo con los principales dirigentes de la oposición parlamentaria. Y el jueves, cuando anunció la cuarentena general, exhibió un preciso equilibrio en la escenificación de ese histórico momento, porque hay veces que las imágenes valen tanto como las palabras. Y ahí estuvieron dos gobernantes de la oposición, uno del Pro y otro radical; y dos del oficialismo, uno cristinista -Axel Kicillof- y otro cercano al albertismo -Omar Perotti-. Podrá decirse que eran referentes de los principales distritos, pero en todo caso el santafesino reemplazó al gobernador cordobés. Juan Schiaretti estaba en el auditorio, pero no es del Frente de Todos.
El presidente eligió a dos opositores y dos oficialistas para ser acompañado durante el anuncio de la cuarentena general.
Con el jefe de Gobierno porteño Alberto se ha mostrado seguido los últimos días. Incluso se difundieron imágenes de ambos juntos, más allá de las citadas presentaciones. Para un futuro impreciso quedará la decisión del gobierno nacional de reducir la coparticipación de la Ciudad. Es notorio el trabajo conjunto entre ambas administraciones en esta coyuntura, donde se ha valorado la actitud de la administración porteña en la emergencia. Previsiblemente ha sido muy ponderado el papel del ministro de Salud porteño, Fernán Quiroz. Una figura a quien Larreta ya quería al frente de esa cartera en 2015, pero debió postergarlo por resistencias del gremio médico, reticente a su designación por provenir del sector privado.
Dicen que “toda crisis encierra una oportunidad”, y aunque difícilmente pueda encontrársele a ésta un resquicio favorable, algunos en el gobierno piensan que esto terminará favoreciéndonos en la negociación por la deuda. Tal vez, aunque no es lo que sugiere el riesgo país, que esta semana pasó la barrera estratosférica de los cuatro mil puntos. Con todo, el gobierno ha encontrado un FMI comprensivo, que reconoce que la Argentina no podrá pagar intereses por la deuda en dólares hasta 2024. Y que apoya el pedido de quita que el gobierno le hace a los acreedores privados. En este contexto, la propuesta extrema que el equipo económico les hará en su momento a los bonistas hoy tiene más sentido.
Lo cual no implica que vayan a aceptar. Pero lo cierto es que en este mundo que ha mutado por el coronavirus todo puede sorprendernos. Incluso hay quienes desde el ala K del gobierno sugieren la conveniencia de entrar en default, especulando sobre supuestos beneficios de mantenerse al margen de un mundo en picada.
Cierto es que hasta hace cinco minutos el gobierno encadenaba su plan de gestión a un eventual arreglo por la deuda. Hoy esa disyuntiva ha pasado a un segundo plano y el plan A es cómo seguir adelante con un país en cuarentena. ¿Se levantará la misma, cumplido el plazo que establece el decreto 297/20? La decisión de acumular feriados en este período podría sugerir tal intención, aunque todo indica que es muy poco probable. Como sea, dependerá de los resultados: si el encierro termina cumpliéndose de una manera más estricta que lo que mostraron las primeras jornadas, habrá más posibilidades; y -lo más importante- si las cifras de infectados no se incrementan, permitirán eventualmente aflojar las medidas, en caso de existir cierta certeza de que la gente cumplirá las normas de prevención. Pero en principio, la verdad sea dicha, no es lo que las imágenes ofrecen, y hay un pronunciado fastidio del Presidente en ese sentido.
Las autoridades sanitarias saben que es imposible evitar el brote en la Argentina, como no se ha podido evitar en más de las dos terceras partes del mundo. El objetivo entonces pasa por impedir que la enfermedad alcance picos alarmantes, que nos embista como un tsunami -como ha sucedido en Italia, con virulencia, o en España y Francia-, sino en pequeñas olas. “No es lo mismo que entren mil casos en un día, que lo hagan cien durante diez días”, explica el infectólogo Gustavo Lopardo -uno de los que asesora al gobierno en esta emergencia-, al argumentar la necesidad de “aplanar la curva” para enfrentar esta crisis.
Italia y España son “espejos que adelantan” lo que puede pasar en la Argentina y que se busca evitar. Tampoco es que la enfermedad se haya desatado en esos parajes hace tanto, pues lleva allí solo dos meses. Pero Argentina está a tiempo de evitar una catástrofe humanitaria al adoptar las medidas correspondientes cuando los casos son foráneos y todavía no existe lo que se denomina “circulación comunitaria”. En esos países se llegó a la cuarentena cuando el virus ya estaba diseminado en la población.
Lo seguro es que no podrán abrirse por varios meses los colegios: los niños no son las principales víctimas del coronavirus, pero son considerados “dispersores sociales”.
Habrá que celebrar al menos que la pandemia nos dio tiempo a prepararnos para enfrentarla; tal vez podamos evitar un dramático número de víctimas… Lo malo es que la vuelta a la “normalidad” demandará más tiempo.