Es bien cierto, ningún país del mundo esperaba que se produzca una crisis sanitaria de la magnitud que generó el coronavirus. El tema, por consecuencia, no escapa de las crisis económicas de una vasta cantidad de países cuyas estructuras monetarias no estaban preparadas para afrontar tal problemática.
Obviamente la Argentina no es la excepción. De por sí el sistema económico argentino se encuentra en crisis desde hace décadas, complicándose aún más con el paso de los Gobiernos, la maximización constante del Estado y la incorporación de una interminable cantidad de nuevos impuestos.
A principios del siglo XX, el país se encontraba en el auge de la industrialización, llegando a ser sexta potencia mundial justo antes de que Hipólito Yrigoyen fuese derrocado por el Gobierno de facto de José Félix Uriburu.
Luego de la crisis de 1890 y tras pasar la Primera Guerra Mundial, Marcelo Torcuato de Alvear, quien fue presidente entre octubre de 1922 y octubre de 1928, se encargó de que la desocupación decreciera a grandes niveles.
La Argentina se encontraba en una situación privilegiada frente al mundo antes de la conocida “década infame” que inició en 1930.
La dirigencia política de entonces, se fue encargando de los fraudes electorales, cada uno de los que pasaron por el sillón de Rivadavia luego de Uriburu, detentó el poder de forma inmoral y con una falta de ética que, por aquellos años, era poco conocida.
Todo ello llevó a empobrecer al pueblo argentino. Durante el 1946/1947, mientras presidía Juan Domingo Perón, los lingotes de oro y plata que resguardaba el Banco Central desaparecieron.
El Estado se fue agrandando de manera sostenida. Cargos y cargos creados para acomodar amigos familiares, acreedores, entre otros tantos.
Es agrandamiento constante del Estado se tradujo en tres factores económicos principales como forma de sostenimiento de la estructura: Mayor presión impositiva, endeudamiento y emisión.
Ello, a su vez desemboca ineludiblemente en mayor inflación, volcándose al acrecentamiento de desocupación, pobreza, aumento en el trabajo informal (como consecuencia del alto costo tributario) entre otras cuestiones que hacen al desorden social.
A ello se le puede sumar la ineficiencia del Estado y la entrega de planes en nombre de un “derecho social”. ¿Quién no ha escuchado alguna vez a alguien decir que esa plata le pertenece?
Es necesario imaginar, por un momento, un Estado reducido, menos burocratizado, sin nepotismo y más eficiente. Donde no exista la posibilidad de que los organismos que deban controlarlo puedan ser cooptados por el poder de turno.
Es dable fantasear con un país donde los planes no existan y parte de esa plata sea destinada a medidas que favorezcan a la industria, al empresariado, sobre todo el pequeño y mediano, aquel que genera aproximadamente el 70% del empleo.
La otra parte del dinero debería pasar a manos de hospitales, colegios y fuerzas de seguridad. Para que aquel que contribuye al Estado no necesite pagar escolaridad, obra social y en muchos casos hasta seguridad privada.
Todo ello con un pequeño Estado mucho más eficiente que permita que la economía se autosustente con un sistema superavitario que consigne el “enriquecimiento” de las reservas.
Las mismas reservas que hoy permitirían al Estado argentino tomar decisiones que no contribuyan a desfavorecer la ya alicaída y malherida economía nacional.
Argentina podría haber sido una gran potencia. Se podría haber seguido por el camino por el cual el país desfilaba hace casi 100 años atrás. Pero no.
Se decidió lo fácil, se decidió derrochar el dinero. Despilfarrarlo. Saquearlo. Agotarlo…
De más está insistir con el hecho de que nadie sabía que una pandemia se avecinaba, pero ello no quita el hecho de que había que estar preparado. Ello no quita que de por sí la economía local ya flaqueaba con una fragilidad peligrosa.
Hoy las consecuencias están a la vista, el Estado debe auxiliar con dinero que no posee. ¿Qué pasará cuando pase la turbulencia epidemiológica?
Hoy se elige la demagogia. El Estado se muestra como la salvación al problema económico cuando es el principal responsable de la crisis que atraviesa hace décadas esta golpeada Argentina.
El ex primer ministro británico Winston Churchill, alguna vez mencionó unas palabras que bien debería entender la dirigencia política: “El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar después por qué fue que no ocurrió lo que el predijo”.