No son pocos los dirigentes que, frente a lo que ocurre, están proponiendo acuerdos políticos, económicos y sociales para los tiempos que vendrán luego de que lo peor del Covid-19 haya pasado.
Se trata de propuestas bien intencionadas que hacen centro en la pandemia para proponer una suerte de Moncloa argentina que trace una línea de denominadores comunes a partir de los cuales se pueda garantizar una alternancia no pendular en el gobierno nacional.
El problema es que ese modelo deseable, sin dudas, está muy lejos de los objetivos del kirchnerismo y, particularmente, del cristinismo más radical.
Ese sector de “halcones” en la coalición gobernante no está para nada interesado en un acuerdo de tipo fundacional que suponga el tender puentes con fuerzas que no piensan como ellos. A ver: el kirchnerismo es un movimiento chavista, totalitario que niega por definición el acuerdo y la alternancia política. Ellos se consideran los dueños del Estado y, si me apuran un poquito, los dueños de la Patria, es más, ellos creen que son la Patria.
Siendo la primera condición de un gran acuerdo nacional el deponer las posiciones irreductibles y los extremos totalizadores que suponen el ir por todo, resulta muy difícil imaginar al cristinismo sentarse y mucho menos convocar a una mesa de diálogo.
Por empezar esa mesa debería tener como condición la reivindicación de la ley como fundamento de Estado de Derecho y el castigo a los funcionarios que la violan, máxime en beneficio propio. Ya ese primer requisito es de imposible cumplimiento: el kirchnerismo aspira a salir airoso (no inocente, sino reivindicado) de todas las causas que se le siguen por corrupción. Lo del “Ministerio de la Venganza” no es una metáfora mediática: late en el centro mismo del corazón de la comandante de El Calafate. Para ella no puede haber otro desenlace que no sea la persecución de todos los que no piensan como el Instituto Patria y el pedido de disculpas públicas por lo que ella considera ha sido el “armado” de causas en su contra.
Con ese comienzo de “halconismo” puro resulta muy difícil imaginar un avance hacia otros puntos del acuerdo.
En el orden económico sucede lo mismo. Obviamente resulta un hecho que el país saldrá de las consecuencias inmediatas del Covid-19 muy maltrecho económicamente. Gran parte de su aparato productivo ha sido seriamente afectado. El tema es que para repararlo, el kirchnerismo y las fuerzas de la oposición tienen visiones muy diferentes. Mientras unos aspiran a la mayor estatización de actividades de que se tenga memoria, las demás fuerzas políticas entienden que debería irse hacia mayores grados de libertad.
Tomemos sin ir más lejos el ejemplo del orden laboral. El cristinismo radicalizado propone mayores regulaciones, trabas, inflexibilidades y una hiperconcentración del poder en manos de los sindicatos que les responden. Sin embargo lo aconsejable para generar trabajo, mejorar las exportaciones y elevar el salario sería necesario cambiar el sentido fascista de la legislación laboral e ir hacia una considerable liberalización. Las posiciones no podrían ser más distantes.
En materia de comercio exterior y hasta de las relaciones internacionales de la Argentina, no caben dudas que la coalición representada por el gobierno pretende una clausura completa de las fronteras, un encierro constante (algo parecido a lo de la cuarentena pero permanente) y un esquema parecido a “vivir con lo nuestro”. La oposición en cambio -y la tendencia no solo regional sino hemisférica- es exactamente la contraria (obviamente con la clara excepción de Venezuela).
Sin ir más lejos la Argentina, de la mano del cristinismo rampante, se dirige a quedar afuera, de hecho, del único vínculo que la mantiene unida al mundo: el Mercosur.
Allí existe un acuerdo generalizado entre los otros tres países de ir hacia acuerdos de libre comercio con bloques y países extra zona que permita aumentar el intercambio y el flujo comercial. La Argentina se niega tozudamente a ello, a punto que la Cancillería retiró al país de la mesa de esas negociaciones entre el bloque y terceros países, como eran los casos de Canadá, Corea del Sur, Líbano, India y la UE.
La sociedad no ha votado un partido democrático para que gobierne el país: ha votado un movimiento fascista, de fuerte sesgo “todolitario”, represor de las libertades individuales y perseguidor de una impunidad declarada en los Tribunales, con reivindicación y pedido de disculpas incluidos.
El país debería hacerse responsable de aquellos a quienes sienta en los sillones de las decisiones. Es posible que muchos de esos votantes estén de acuerdo en la teoría del acuerdo y de la conciliación (al menos una parte de ellos, excluidos los fanáticos) pero si con el acto de votar esa gente permite la asunción de un gobierno fascista que pretende ir por todo, esa gente, al menos, está cayendo en una fuerte contradicción.
“Tarde piaste”, dice el dicho. Y es verdad. De nada vale ahora mostrar esa vocación de diálogo mientras conversas con un amigo en tu casa. Tu voto puso en los sillones del poder a gente que cree que la única verdad son ellos. Y la verdad es la verdad; no se sienta a conversar ningún acuerdo.