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PATRIOTISMO UNIVERSAL

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UNA ACLARACIÓN NECESARIA
UNA ACLARACIÓN NECESARIA

    Ya los primitivos cristianos entrevieron que junto a la contradicción entre su rechazo a las armas y la violencia, y el juramento obligatorio a César, existía otra que arriesgaba el significado de la Encarnación de Cristo, pues no siendo Dios el Señor de solo Israel sino de la Humanidad y del Universo la universalidad de su mensaje chocaba con un patriotismo nacional de alcance local.
    Por tanto, la universalidad del cristianismo debía corresponderse con la universalidad del patriotismo, entendida, no como una suma de patrias y patriotismos sectarios y oportunistas -el patriotismo nacional-, sino como patria universal. Ciudadanía espiritual universal cristiana y ciudadanía política universal que sólo se alcanzan conjuntamente, sin necesidad de fundamentalismos ni integrismos:
ni la Iglesia asaltando al Estado ni el Estado dominando a la Iglesia.
    El amor a Cristo y el amor al prójimo son suficientemente eficaces para construir la paz mundial, eliminando la guerra, la violencia y la explotación de unas naciones y unos hombres por otras naciones y otros hombres.  
    La universalidad del cristianismo, en su vocación de unidad en la fe sin distinción de rebaños ni pastores, se compadece con la unidad de la conciencia bajo la guía de un humanismo universal que atraviese las religiones, las creencias, las culturas, y las fronteras políticas. Así, ambas vocaciones contribuyen a la búsqueda de Dios, del bien y del amor.  
   
El patriotismo universal se construye en el rechazo al patriotismo nacionalista, al militarismo y al armamentismo, y en la adopción de políticas conjuntas de desarme, de pacificación y de cooperación mundiales, marchando hacia integraciones políticas y económicas más amplias junto con un derecho internacional crecientemente justo, y por lo mismo más aceptado, respetado y acatado por todos.  
    Nuestra propia humanidad nos obliga a la paz, al diálogo y al respeto que faciliten la movilidad, los intercambios de personas y bienes, la posibilidad de arraigarse y trabajar dondequiera y de emigrar sin restricciones. En resumen, más libertad para vivir: justicia, igualdad en la diversidad, multiculturalidad e interculturalidad.

    Como no hay humanismos de derechas ni de izquierdas, los mitos nazis o comunistas del gobierno mundial no representan la patria universal. Los sueños imperialistas y totalitarios disfrazados de humanismos han pregonado paraísos terrenales sin banderas ni fronteras, pero ni los Hitler, ni los Stalin podrán jamás contribuir a la creación de una patria universal. De ellos y sus émulos sólo puede esperarse una cárcel mundial.  

    La patria u
niversal es causa y consecuencia de la paz, útero y criatura, morada y morador. Nuestro futuro hogar planetario, lleno de espejos para reconocernos como humanidad y donde todos seremos dueños de los espejos
   
Ella es incompatible con las patrias oligárquicas y burguesas, pero no con las patrias populares, ni contradictoria con las particularidades nacionales y locales y sus diferentes colores. Tampoco implica anularlas bajo regímenes uniformizadores, ya que la patria universal no puede ser tiranía mundial pues sería una falsa patria, o sea, otra vez la Patria oligárquica o burguesa. Además, ¿cómo podría llegar a constituirse y a perdurar semejante monstruo sin la presencia de otra patria enemiga a la cual demonizar? Sería imposible, salvo en un contexto galáctico con identificaciones patrióticas del tipo planeta contra planeta.
   
En esta utopía los actuales estados-nación no existirán, salvo como divisiones administrativas, despojados de las irracionalidades de las patrias burguesas y oligárquicas y  de cualquier otra futura forma de poder dominante.  
   
“¡Ni Dios, ni patria, ni amo!”, el famoso grito anarquista, no señala el único camino posible para la utopía del patriotismo universal, pues si Dios existe o no, no será porque creamos o no en él.
    Además, el rechazo a la versión de Patria vertical, burguesa u oligárquica, legitimadora y reproductora de las clases dominantes, que diferencia y divide las culturas y los intereses públicos y privados de los hombres y que descansa sobre la eventualidad de la guerra y la aniquilación del enemigo, no es incompatible con la admisión de la importancia y el valor ético y social de la patria a condición de ser otra clase de patria a construir primero: la antítesis de la Patria con mayúscula, la patria horizontal que nace de abajo, de las mayorías que respetan a las minorías que a su vez respetan a las mayorías, que nace del amor al prójimo; es decir, la patria como metáfora de la comunidad donde tampoco existen amos.
    Esta patria horizontal,  nacida de la ilusión y la esperanza solidarias que siempre refleja, cuida  y preserva su singularidad abriéndose simultáneamente a lo diverso y externo, haciéndolo propio como patrimonio común compartido, en cuyo torrente a su vez se integra, transformándose entonces en patria universal.
    En ella los grandes principios humanistas no están reificados, ni las prácticas internacionales ni interculturales marchan a contramano de aquellos. Y en lo interno sucede lo mismo, aunque por ahora sólo sea una hipótesis: los principios y las normas son justos y se cumplen efectivamente y en las prácticas concretas no existe explotación social.
   
¿Cómo pasar de las patrias burguesas a la patria universal? No será, por cierto, sin la acción que articule con la idea justa. Pero la idea no puede ni debe ser jamás un dogma autoritario y totalizante que anule al individuo. Y como los dogmas conocidos por izquierda y por derecha recurren a la fuerza y la violencia para su imposición, ellos no serán nunca el camino a la patria universal.
   
El camino es entonces lo más importante, la porción histórica de camino que cada uno en su finitud habrá de recorrer aportando a su consolidación y mejoramiento, de modo que siempre nos parezca a nosotros y a nuestros continuadores que aún no hemos llegado a la meta pues nos falta mejorar algo que acabamos de hacer consciente. La meta, representada por el bien a realizar e institucionalizar socialmente, volverá algún lejano día a ser reconocida en su carácter acumulativo y sedimentario como civilización, y será objeto nuevamente de reflexión filosófica, después de destituir a la política del pináculo en que ahora se encuentra, tal como soñara Eduardo Falú: “El día que los pueblos sean libres, la política será una canción”.  
   
Construir esta hermosa utopía ya no demandará sacrificar la dignidad y la racionalidad en el altar de las vanidades patrioteras, ni conceder supremacías ni sumisiones ni alienaciones, ni aceptar el sacrificio de varias generaciones tras un inalcanzable paraíso-producto final eterno para nuestros descendientes.
    En definitiva el camino del patriotismo universal es el pacifismo y la no violencia activa, aunque se burlen y opongan los pragmáticos y los partidarios de la real politik de todo tiempo y lugar.

 

Carlos Schulmaister
Autor de La patria. Mistificación y liturgia

 

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