La verdad que ver al presidente envuelto en un torbellino de ignorancias del que trata de salir con una mezcla de mala educación, autoritarismo, malos modales y más ignorancia es realmente triste.
Después de haber alardeado de su condición de profesor de la facultad de Derecho, el presidente da lástima exponiendo sin disimulo un desconocimiento atroz de la Constitución que juró cumplir.
¿Como puede alguien cumplir algo que desconoce?
El presidente sin que se le mueva un pelo acaba de decir que los DNU ¡son leyes!
Es tal la ceguera autoritaria que padece que ignora de un plumazo toda la estructura del orden jurídico que se supone gobierna la Argentina.
El señor parece convencido de que es una especie de capitoste, un capataz de estancia cuya voluntad es suprema y se impone sobre los lacayos que le deben obediencia.
También dijo que la Constitución le permite expropiar al presidente, en una aseveración que lo pone por debajo del conocimiento de un alumno recién ingresado al colegio secundario.
Intentó hacer explícita su concepción del Estado cuando dijo que el juez de Santa Fe era un simple “juez concursal” mientras que él era “el presidente”.
(Dicho esto entre paréntesis, fue muy difícil -al escuchar ese berrinche presidencial- no recordar aquellas secuencias de El Zorro en donde el Capitán Monasterio gritaba encrispado, como un chico malcriado: “Yo soy el que manda”) Fernández confesó tácitamente, una vez más, su orfandad jurídica y la debilidad que lo aqueja en lo que se refiere al conocimiento de nuestra gloriosa Constitución.
El presidente evade, por ignorancia, el hecho de que nuestro sistema de control constitucional es difuso, con lo cual, cualquier juez de la República, el más sencillo magistrado del más postrero rincón del país puede detener el avance del Leviatan sobre los derechos individuales.
Tan certero era el conocimiento que tenían los constituyentes de nuestra cultura y de nuestra idiosincrasia que, con ese sistema, precisamente, quisieron asegurarse que los ciudadanos tuvieran al alcance cercano de su mano una defensa rápida contra el poder siempre avasallante del ejecutivo federal.
Fernández parece haber olvidado leer esa parte de nuestra historia jurídica. La Constitución le teme a él, no a los jueces.
Pretender hacerse el Luis XIV frente al fallo de un juez que, incluso, fue bastante benévolo con su DNU teñido de chavismo cristinista, no solo deja expuesta la orfandad legal del presidente sino que nos da la oportunidad de que no se nos escape la blandura del juez del concurso que, a pesar de reponer al directorio de Vicentin en su lugar, no declaró la inconstitucionalidad lisa y llana del decreto que era en realidad lo que correspondía.
El juez se declaró incompetente en esa área cuando en realidad era el más competente del mundo. De nuevo, los constituyentes querían que la inconstitucionalidad de las normas fuera declarada en la primera oportunidad de la que se dispusiera. Sin demoras.
El juez Lorenzini no terminó de comprender ese rol. Dejó de lado el cumplimiento más importante de su papel: el ser una barrera contra el avance de quienes pretenden pasar por encima de la Constitución.
Cómo se ve los ignorantes de la Ley Fundamental son muchos en el país y ocupan puestos decisivos: el presidente con veleidades de Rey francés y el juez competente para detenerlo que cree que no es competente.
Según la Constitución, cualquier juez del país, sin importar su lugar de residencia y su jurisdicción puede declarar la inconstitucionalidad de cualquier norma que contradiga lo dispuesto por ella.
Lorenzini tuvo la oportunidad de darle una lección rotunda a Fernández y recordarles a todos los secuaces del fascismo que aquí gobierna el Derecho, no una voluntad.
Pero lamentablemente prefirió pasar esa posta a alguien con más temple que él.
Cada vez son más los signos de que un pueblo sumido en una nebulosa tan profunda respecto de las reglas que le aseguran su vida libre, tendrá muchas dificultades para imponerse sobre las fuerzas que se proponen sojuzgarlo.
Lamentablemente, las ignorancias del presidente son equiparadas por las de aquellos que deberían condenarlo a mantenerse en su lugar. Estar rodeados de analfabetos constitucionales no hace otra cosa que agregar unos grados de preocupación a un país que parece decidido a vivir en el pasado.