Concebida como una respuesta a la frustrada (¿censurada?) conferencia que iba a dar el exjuez y ministro de justicia brasileño Sergio Moro en la facultad de Derecho de la UBA, el viernes pasado la Facultad de Ciencias Sociales de la misma universidad junto con el auspicio del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) organizó una conferencia virtual titulada “Pensar América Latina después de la pandemia” en la que participaron el presidente Alberto Fernández y el expresidente de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva.
La apertura de esta charla estuvo a cargo de la decana de la Facultad y doctora en Ciencias Sociales, Carolina Mera, y fue trasmitida por el canal de YouTube de dicha casa de estudios. Mera señaló: “desde las Ciencias Sociales estamos contribuyendo con diagnósticos y propuestas de intervención para llevar adelante la situación epidemiológica actual. Y también tenemos que pensar cómo se van a configurar las sociedades y la política latinoamericana cuando superemos esta situación. En este sentido, entendemos desde la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires que tanto el presidente Alberto Fernández como el expresidente de Brasil Lula da Silva son dos actores que están pensando en términos regionales e integrales estos desafíos y por eso nos parece valioso generar, desde la universidad pública, espacios para reflexionar al respecto, en el diálogo entre la producción de conocimiento y quienes piensan y elaboran las políticas públicas”.
Participaron también el ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta; el diputado y presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la cámara baja, Eduardo Valdés, así como otros referentes del mundo académico y de los derechos humanos, entre los que se encontraba el Premio Nobel de la Paz y profesor de la UBA, Adolfo Pérez Esquivel. Este último consideró que Lula, durante su presidencia “privilegió la vida y dignidad de su pueblo e impulsó la campaña contra el hambre y sacó de la pobreza extrema a más de 40 millones de personas”. En tanto que Fernández “tomó la decisión política de privilegiar la vida del pueblo, dijo que la economía se puede solucionar, pero la pérdida de vidas, no”.
Es conocido el afecto que ambos dirigentes latinoamericanos se profesan. Fernández se refirió a Lula como “un hombre inmenso para América Latina” y ambos recordaron viejos tiempos signados por la integración regional. Lula expresaba que Dios le dio "la chance de vivir uno de los mejores períodos de política en América Latina".
"Tuve la suerte de convivir con Néstor y Cristina, con Tabaré y Pepe, con Lagos y Bachelet, con Correa, con Evo, con Lugo, con Chávez. Construimos el más importante momento de desarrollo", dijo y terminó confesando que “extrañaba” la relación con estos mandatarios. Fernández no se quedó atrás y se lamentó: “Yo no lo tengo a Néstor, no lo tengo al Pepe Mujica, no lo tengo al Evo, a Michele, a Lagos, a Tabaré. A duras penas, somos dos los que queremos cambiar el mundo, uno está en México y se llama Manuel López Obrador, y el otro soy yo. Y nos cuesta mucho”.
Al recordar la participación central del expresidente brasileño en la construcción del Mercado Común del Sur (Mercosur) primero y posteriormente de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), foro ideado junto con Néstor Kirchner y Hugo Chávez para contrarrestar la influencia de Washington en la Organización de Estados Americanos (OEA), aprovechó para resaltar que Estados Unidos rompió el Unasur para crear el Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur), que hizo todo lo posible para que desaparezca la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y que ahora “fueron por el BID y todo el continente salió a apoyar que los Estados Unidos por primera vez en la historia también presida el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Y nos hemos quedado dos países al margen de ese apoyo: México y nosotros”.
Dos comentarios para nada menores: sería interesante saber qué entiende Lula por “el momento más importante de desarrollo”, pues todas las evaluaciones serias respecto del recorrido de la región en una etapa de precios extraordinarios de los productos de exportación muestran que en rigor de verdad desaprovechamos esa increíble oportunidad para sentar las bases de modelos de desarrollo equitativos y sustentables, más allá de algunos programas que lograron mejores parciales y transitorias. En segundo lugar, cuesta pensar que, si Nestor Kirchner estuviera vivo, Alberto Fernández fuera presidente. Recordemos la dura pelea que ambos protagonizaron en el contexto del conflicto con el campo, que derivó en la salida forzada del primer gobierno de CFK de todos los cuadros del “albertismo” con excepción del actual secretario general de la Presidencia, Julio Vitobello, titular de la Oficina Anticorrupción, debido a sus destacadas prestaciones como mediocampista del equipo de Néstor.
De todas formas, bastaron apenas 15 minutos, que es lo que duró la participación del presidente Fernández en la charla, para tensar aún más las relaciones con medio continente, incluyendo dos países hermanos como Uruguay y Chile, Perú (aliado histórico de la Argentina, sobre todo en Malvinas), pero especialmente con los Estados Unidos y Brasil. Las declaraciones del embajador argentino en Washington, Jorge Argüello, de hace apenas una semana atrás acerca de que Argentina y Estados Unidos atraviesan un "momento de muy buena relación bilateral", quedaron totalmente desdibujadas. Nadie quisiera estar en sus zapatos. Es difícil comprender cómo el presidente puede tener tan mal timing cuando continúan las negociaciones con los acreedores privados para lo cual es crucial contar con el apoyo del Tesoro (el Ministerio de Economía de los Estados Unidos) para llegar a un buen puerto en la negociación de la deuda.
“Debo admitir, querido Lula lo que extrañamos que vos no seas el presidente de Brasil porque otro sería el vínculo y posibilidad de que nosotros podamos trabajar en el continente”, afirmaba Fernández. Vale la pena recordar que, en un mundo en el que cada vez hay menos intercambio entre países y un creciente proteccionismo, Brasil sigue siendo uno de los principales socios comerciales de la Argentina.
En un gobierno que, excepto la innecesariamente dilatada negociación de la deuda y los esfuerzos en torno a la pandemia, no existen prioridades claras, la política exterior hasta ahora ha sido notablemente errática, sin lineamientos estratégicos definidos y con apoyos al menos muy polémicos, como el que días atrás, la Argentina brindó a la dictadura de Maduro en la OEA. Sin embargo, frases como esta afectan muy negativamente los intereses de la Argentina. Nos alejan aún más del, hasta hace poco, principal socio comercial, Brasil (ahora lo es China), que aparece a la vez fortalecido en su vínculo con Estados Unidos y hace tiempo ha dejado de ser “Mercosurdependiente”. Todo esto en el marco de la Cumbre de Presidentes del Mercosur prevista para mañana y que se extenderá hasta el 2 de julio, donde coincidirían Fernández y Bolsonaro, y que se realizará por primera vez de forma virtual debido a la pandemia de Covid-19. Con lo cual esto en todo caso agrega un elemento más para realmente generar una situación por demás compleja, especialmente por las consecuencias a mediano y largo plazo que pueden acarrear para la Argentina.
Sin embargo, al margen de las características improvisadas y sinuosas de la política exterior que caracteriza al mandato de Fernández, lo preocupante es el uso descuidado e imprudente de la palabra presidencial. Es bueno que el presidente trate de comunicar sus políticas y sus ideas y que esté dispuesto a dialogar con los medios de comunicación, pero debe ser cuidadoso en la selección de conceptos y en algunas definiciones que pueden costarle mucho al país, tanto en términos económicos como reputacionales. La Argentina debe negociar un acuerdo con el FMI y otra vez necesitará la ayuda de sus principales accionistas (el más importante, los Estados Unidos). Tenemos serias amenazas en común con Brasil: las redes de crimen organizado, que también operan en Paraguay y Uruguay. La cooperación es la mejor forma de encarar semejante desafío, y debe basarse en la construcción de confianza y en un espíritu de sana convivencia.
Todos los presidentes necesitan un tiempo de adaptación y un periodo de aprendizaje. Pasados siete meses de gestión, tal vez la pandemia impidió que Alberto Fernández pudiera transcurrir ese lapso con una mínima cuota de normalidad. Eso debería ser un motivo de peso para extremar la prudencia y limitar las posibilidades de cometer flagrantes errores políticos y conceptuales.