Muchas veces las palabras resuelven enigmas que en principio no se explican. Es lo que ocurre con la palabra “Derecho”.
Muchos entienden que el “Derecho” es el conjunto de normas escritas que conforman el orden jurídico de un país determinado.
Se trata del resultado de la nefasta influencia que sobre el pensamiento filosófico han tenido intelectuales como el jurista austriaco Hans Kelsen, autor de la “Teoría Pura del Derecho”, que lograron trasmitir la idea de que el “Derecho” es un sinónimo de la ley positiva, fabricada por el legislador.
Se trata de una concepción que, sin dudas, se basa en la proverbial soberbia humana.
En efecto, el hombre es un ser que, desde su indomable imperfección se cree, por el contrario, tan poderoso que entiende que puede “crear” derecho sobre la base de sentarse en un escaño, levantar la mano, aprobar una normativa, escribirla en un papel al que le da el pomposo nombre de “ley” y…. voile!! el mundo y la realidad se modificaron a su antojo.
Se trata de una pretensión tan altanera que el enojo del Universo puede ser, a veces, mortal. La realidad de la Naturaleza no es así.
Precisamente, la palabra “Derecho” es muy sintomática.
Estar “al derecho” significa lo opuesto a estar “al revés”. Esto significa que, efectivamente, hay un “derecho” y un “revés” en la vida. Hay cuestiones que están “al derecho” y cuestiones que están “al revés”.
Pero “derecho” y “revés” son, a su vez, palabras relativas, es decir, palabras que cobran significado en su comparativa contra algo, contra un patrón o contra una guía determinada.
Efectivamente, cuando uno coloquialmente dice, por ejemplo, “¡esto es el mundo al revés!” refiere a una realidad que contrasta abruptamente contra un patrón entendido a priori como justo y perfecto, respecto del cual aquella realidad choca.
Hace unos días comentábamos aquí la diferencia entre “Derecho” y “ley” porque éste contraste entre estar “al derecho” o estar “al revés” es muy recurrente en el mundo jurídico.
Y lo que allí decíamos es que ese patrón que guía universalmente la justicia y la corrección son las reglas de la Naturaleza y del orden cósmico.
El cosmos tiene un orden, inmenso, perfecto. Es más, es perfecto porque tiene un orden.
La tarea del hombre en la Tierra debería ser, por empezar, bastante humilde. Humilde en el sentido de aceptar su interminable pequeñez frente a esa inmensidad tan perfecta.
Asumir un rol soberbio y pretender cambiar ese orden acarreará furias enormes de las fuerza naturales.
Creer que el poder legislativo humano puede revelarse contra el orden natural y, en ese entendimiento, dictar normas contradictorias de lo establecido por el orden cósmico, generará tormentas de furia cuyas consecuencias terminarán pagando, paradójicamente, aquellos a los que el legislador quiso beneficiar.
Por eso siempre habrá “Derecho” aunque no haya “ley”. Ese orden inmaterial que está “al derecho” del orden universal siempre imperará sobre la simple legislación humana. Por eso el “Derecho” usa esa palabra: porque está “al derecho”, está alineado, no está “al revés” del orden universal que gobierna la Naturaleza.
El comunismo internacional, con el invalorable aporte de Antonio Gramsci, inició en los primeros años del siglo XX, un intento monumental, titánico, de imponer un nuevo orden cósmico con la pretensión de que pasara a ser creído por la inmensa mayoría humana.
Su objetivo consistía en “desconvencer” a la humanidad de la existencia de un orden natural para pasar a convencerla de que ese orden podía ser fabricado por el hombre.
Para ello, lógicamente, era preciso convencerla de que el “Derecho” podía ser humanamente creado y que “Derecho” podía ser cualquier norma que fuera impuesta por una autoridad reconocida, independientemente de que estuviera “al derecho” del orden cósmico e incluso estando “al revés” de éste.
Fue el comienzo de la debacle. La historia es larga, pero a este embrión maléfico debemos gran parte de la actual legislación penal que favorece al delincuente y condena a la víctima.
Las figuras de “delincuente” y “víctima” que pueden aparecer como muy claras a los ojos del sentido común gobernado por las verdades universales del cosmos, pueden ser convertidas en figuras relativas si logramos que la gente crea que el orden natural y corriente de las cosas es uno diferente al dictado por la perfección de la Naturaleza.
Si logramos trasladar al convencimiento colectivo, por ejemplo, la idea de que la sociedad (capitalista) es perversa porque condena a la exclusión a determinadas personas que luego salen, por su cuenta, a “emparejar los tantos de la Justicia“ robando y matando, no tardaremos en sancionar leyes que reflejen ese “nuevo orden” favoreciendo a quien para el viejo orden era el delincuente y condenando a quien para el viejo orden era la víctima.
Sin embargo, más allá de este monumental esfuerzo comunista, la Naturaleza sigue siendo la Naturaleza y el orden del cosmos sigue siendo el orden del cosmos.
Por eso, cuando se consagran leyes que benefician a los delincuentes y descuidan a las víctimas, decimos: “¡esto es el mundo al revés!”. Porque esa ley no está “al derecho” con el cosmos. Será ley, pero no es Derecho.
Por eso es tan sintomático el uso de esa palabra: el Derecho está “al derecho” con la Naturaleza (está alineado, es coherente, es compatible).
Y siempre existirá, haya o no haya ley, porque el Derecho no precisa de ella para tener vigencia; su vigencia deriva de un orden superior.
La ley, a su vez, puede estar o no “al derecho” de la Naturaleza. Cuando lo está todo fluye suavemente, sin brincos, sin tropiezos, sin ruidos.
Cuando la ley contraviene el Derecho y se pone “al revés” del orden natural y corriente de las cosas, la realidad brama, la Naturaleza se enoja y se escucha el barullo del error.
El positivismo le ha hecho un gran daño al Derecho, y el comunismo lo ha aprovechado bien. Pero eso sería lo de menos, si, al mismo tiempo no hubiera sido útil para arruinar la vida de millones.
Es (y debe ser) el Derecho la fuente de la ley y no la ley la fuente del Derecho. Mientras tengamos una corriente intelectual que nos pretenda convencer de lo contrario siempre encontraremos ocasiones para repetir nuestra coloquial frase: “¡Este es el mundo del revés!”.