El gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, acaba de calificar al banderazo del lunes como un “aluvión psiquiátrico”. El concepto está directamente ligado al de “aluvión zoológico”, que usó en 1947 el entonces diputado radical Ernesto Sammartino en el Congreso para denigrar a los seguidores del peronismo.
La expresión de Sammartino, efectivamente, desbordaba desprecio y racismo. Y por más que él después quiso explicar que se refería a grupos de activistas y no a los peronistas en general, el concepto “aluvión zoológico” quedó en la historia como un ejemplo de discriminación.
Ahora, Kicillof, nada menos que la esperanza blanca del progresismo argentino, se sube a la tarima para discriminar desde esa altura a miles de argentinos que participaron del banderazo. Su ofensa es doble. Los que reclaman en paz y en un día feriado contra la política oficial sólo pueden hacerlo porque experimentan algún tipo de alteración.
Pero, además, Kicillof intenta denigrar a los manifestantes asociándolos a personas que sufren algún tipo de enfermedad mental, como si esa condición fuera resultado de una elección o algo reprobable.
¿Sufrir una condición psiquiátrica es algo reprochable para Kicillof, como para mucha gente todavía es tener cierta orientación sexual o determinado color de piel? ¿Suficiente como para usarla como un insulto? ¿Para eso se la pasan todo el tiempo hablando en lenguaje inclusivo?
¿Qué falta? ¿Que a algún opositor le tiemble la mano y Kicillof escriba en las paredes “viva el Parkinson”? ¿No vamos a aprender nada de la violenta historia de este país?
Un agravante para Kicillof. Entre aquel agravio de Sammartino y el del gobernador pasaron 73 años. Sammartino vivía en un mundo donde las distintas formas de discriminación estaban mucho más naturalizados que hoy.
La cuestión es que, si lo que dijo Kicillof lo hubiera dicho alguien de la oposición, estarían todos poniendo el grito en el cielo. Pero en este caso es difícil que el Inadi haga algo. El progresismo camporista que ha copado el peronismo sólo se sube a la lomita de su corrección política para condenar a los demás. Pocas veces se aplica su rígida moralina a sí mismo.
Mucho más difícil es que a Kicillof le pase lo mismo que le pasó a Sammartino. Aquel diputado radical fue retado a duelo por su insulto. Y después el peronismo le quitó su banca de diputado y lo expulsó de la Cámara de Diputados por haber usado la expresión “aluvión zoológico”. Es más: Sammartino se exilió en Uruguay para que no lo detuvieran por 8 causas de desacato (no de corrupción ni nada de eso) que se impulsaron en su contra. Y volvió al país recién en 1955, cuando un golpe de Estado derrocó a Juan Perón.
¿Kicillof? Kicillof, a la hora en que leemos esto por la radio, ni siquiera ha pedido disculpas todavía. Debe andar por ahí, hablando con palabras todas terminadas en “e”.