“Acuérdense, hasta mi último suspiro tengo mis derechos, nadie va a arrebatar eso en mi persona”. Solange
Hace unas pocas horas, Solange murió, pero no sin antes dejar para todos nosotros una carta aleccionadora, un grito rebelde de quien ya no le quedaban fuerzas físicas, pero cuya valentía nos enfrenta a la pregunta: ¿qué estoy haciendo para defender mi libertad y la de los míos?
¿Qué decía la carta? Analicemos cada palabra, cada letra escrita con lágrimas y sangre. Lo que sigue son sólo algunas observaciones que en su honor y en el de tantos otros hago.
“Soy Solange Musse, hija de Pablo Musse y sobrina de Paola Oviedo. Quiero que entiendan que mientras viva tengo mis derechos, quiero que sean respetados”.
Se auto presenta con nombre y apellido, con la dignidad de quien resalta su individualidad y exhibe con orgullo su pertenencia y su amor a su familia. Luego escribe una sentencia lapidaria, terminante; asegura que sus derechos son parte inseparable de su vida y exige que estos sean respetados.
Lo terrible del atropello a sus derechos es que quien le arrebató sus derechos, es, precisamente, quien solo justifica la razón de su existir (el estado) en la protección de los mismos.
“Lo escribo porque no puedo hablar mucho, lo que han hecho con mi padre y mi tía es inhumano, humillante y muy doloroso. Siento tanta impotencia de que sean arrebatados los derechos de mi padre para verme y a mí para verlo. ¿Quién decide eso si queremos vernos?”.
“Ansiaba ver a mi tía y a mi papá. Estoy muy triste por todo lo que le hicieron a los dos, los trataron muy mal, los maltrataron, hicieron lo que quisieron como si fueran delincuentes. Quiero estar con mi familia y que no sean maltratados por nadie. Amo a mi familia y nadie va a hacer lo que quiera con ellos. Quiero que quede bien claro todo esto. Lo único que necesito es que escuchen a mi familia y a mí”.
No fue un ladrón o un asesino quien les privó de sus derechos a ella y a su familia. Fue el estado quien secuestró a su padre. ¿es mucho decir que el estado lo secuestró? Al menos desde una interpretación alegórica no.
Dice la Cámara Federal argentina que “para la existencia del delito de Privación Ilegítima de la Libertad basta que se haya producido la violación del derecho de la persona para determinarse libremente en los diferentes actos lícitos de la vida”. Al papá de Solange se le prohibió el ingreso a la provincia de Córdoba contra su voluntad, se le prohibió ir a despedir a su hija que agonizaba y cuya última voluntad era verlo. ¡Ni siquiera a los delincuentes sentenciados a la pena de muerte se les niega el derecho a una última voluntad!
Fue una privación ilegítima de la libertad de ambos. Y digo ilegítima porque por más que fuese legal (algo que es muy debatible), es absolutamente ilegítima pues va en contra de uno de los derechos humanos. Fue un claro ejemplo de abuso de autoridad que produjo un daño irreparable perpetrado por el estado. Quizás no es descabellado enmarcar este abuso, junto a las desapariciones de este 2020, como crímenes de lessa humanidad en democracia.
Solange, en sus últimas palabras, también reivindicó el valor de la familia, tan maltratado por los ideólogos posmodernistas que hoy brillan en el mundo y sobre todo en los populistas que nos gobiernan. Puso en valor el vínculo familiar, el amor al padre y a su familia, todo lo opuesto de lo que nos buscan imponer desde el estado, “la educación” y los medios con el bombardeo continuo de etiquetas como machirulo, heteropatriarcado, ESI (educación sexual estatal y no parental) y tantos otros disparates que buscan destruir las familias y dejar huérfanos a los niños para que el estado los adopte y adoctrine. Es claro, gramsciano, maquiavélico y brillantemente disimulado.
“Las decisiones ante esta pandemia están en cuidarse, con todas las precauciones, y eso es lo que iba a pasar”.
Solo para aclarar que aún con todo por perder y nada por ganar, Solange nunca dejó de ser responsable y respetuosa de los derechos de los demás. Algo que debe resultarle incomprensible a los adoradores de “papá estado”, el mismo que me impone qué tengo que hacer y que si me porto bien, hago caso y muevo la cola, me da un hueso podrido y sin carne de premio (subsidio).
“Espero que esto que le ha pasado a mi familia no le suceda a más nadie. ¿Hasta dónde llegan nuestros derechos? Quiero que se sepa todo esto por el dolor de la familia, no quiero que más nadie sufra por estas situaciones. Ni mi familia, ni ningún ser humano que está pasando por esta situación porque estoy segura que no soy la única. Gracias por difundirlo. Solange”.
¡Cuánto valor! ¡cuánta empatía (palabra tan bella y tan manoseada) mostró Solange aún en sus últimas palabras! Seguramente era consciente de que su última voluntad le sería arrebatada. Aun así, quizás con bronca y con dolor, con resignación pero con entereza, quizás con su último hálito nos dejó un mensaje: No se rindan. No se entreguen. Hagan valer sus derechos. NADIE, nadie tiene porqué robárselos, defiendan su dignidad y su libertad.
Te invito a que busques la carta de Solange en las redes y la leas, es corta y tremendamente contundente. Lee su mensaje, porque ya no podrás escucharla. Su grito de batalla quedará por siempre impreso en ese pedazo de papel.
La Rebelión de los Mansos no es una opción, no es un quizás. Es un imperativo ético, es un deber imprescindible e impostergable.
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