Las medidas anunciadas esta semana confirman que emitir pesos alocadamente no es inocuo y que construir confianza le cuesta al gobierno mucho más de lo que pensaba.
Hay más pesos que dólares. Si ese desequilibrio no se corrige por precio, una devaluación, se ajusta por cantidad. Eso explica la acelerada evaporación de las reservas netas líquidas que sufrió Banco Central.
Está obligado a abastecer la demanda por falta de otros oferentes en el mercado oficial para evitar un salto descontrolado en la paridad.
Los exportadores liquidan lo menos posible. Descontadas las retenciones, un agricultor gana 52 pesos por dólar. Pero si quiere ahorrar algún excedente en divisas deberá pagarlas a 131. La brecha es del 151%. Por eso retienen todo lo que pueden la soja en los silobolsas.
Los importadores y los ahorristas compraban todos los dólares baratos que podían en el mercado oficial. La brecha entre el dólar mayorista en ese segmento y el paralelo legal –el dólar Bolsa o el Contado Con Liquidación– superaba hasta ayer el 70%. Y la del dólar ahorro con respecto al blue era mayor al 25%.
Menos oferta y más demanda. Lejos de aprovechar el superávit comercial para comprar dólares y aumentar reservas, el Banco Central se vio empujado a quemar las que disponía, para evitar una devaluación mayor. Ya no tiene con qué.
Quedan dólares para dos meses de importaciones de los insumos y equipos que la economía necesita para crecer. Sin contar otros giros al exterior.
El endurecimiento del cepo agrava esa restricción. Como explicaba hace unos meses el profesor Fernández, es como trabar una puerta giratoria. Evita la salida pero impide también la entrada. En este caso, de dólares.
En el fondo, la brecha expresa la desconfianza del público en el peso y en la política que debería sostener su valor.
El ministro de la deuda, Martín Guzmán, esperaba que un acuerdo con los acreedores privados despejara dudas y aquietara las expectativas devaluatorias –que en Argentina son además automáticamente inflacionarias–. La brecha debía bajar.
No alcanzó. El ministro supuso entonces que el comienzo de las negociaciones con el Fondo Monetario sería la señal indicada para lograrlo. La adelantó. Tampoco fue suficiente.
Imaginó –y lo dijo en público– que el presupuesto sería la hoja de ruta que le reclamaban. Su enunciación eliminaría el último vestigio de incertidumbre. Al fin podría “tranquilizar la economía”, la modesta épica que propone para su gestión.
Con esos argumentos sostuvo –hasta la entrevista del domingo con el diario La Nación— un firme rechazo al endurecimiento del cepo. Que al final llegó, implacable, apenas 48 horas después. Guzmán perdió la interna en el gobierno y perdió credibilidad.
La conducción política cooperó con fervor. Vicentin, el proyecto de manipulación judicial, tolerancia a la toma de tierras, intrusión en el mercado de las comunicaciones e internet. Todas, señales que cuestionaron la seguridad jurídica y el derecho de propiedad.
La peor decisión fue el arrebato ilegal a la caja porteña. ¿Qué impide pensar ahora que el próximo manotazo alcance a los ahorros privados? Ya sucedió en el pasado, ¿no?
La acumulación de errores no es gratis. Se paga con desconfianza. Y ese es un precio demasiado alto.