La teoría política internacional ha desarrollado toda una idea extensa y omnicomprensiva sobre el carácter excepcional de los Estados Unidos. La tesis de esa teoría se basa en la idea de que los Estados Unidos aplican a problemas similares que pueden compartir con el resto del mundo soluciones completamente diferentes.
Desde la organización de autogobierno que se dieron a sí mismos con la Constitución de 1787 hasta la forma en que desarrollan sus procesos ante la Justicia, pasando por los deportes que juegan, las unidades de medida que usan, hasta la organización política territorial con que conformaron su confederación y las soluciones ingeniosas que encuentran a la cotidianidad, los Estados Unidos son, en efecto, un país excepcional en el sentido de que, con la posible salvedad de Australia, no hay ningún otro que se aproxime a problemas similares de la manera que se aproximan ellos.
Por supuesto esa “excepcionalidad” se expresa en un sentido positivo, es decir que, teniendo en cuenta los resultados obtenidos, esas maneras norteamericanas se han mostrado como más eficientes que las del resto del mundo en términos de obtener resultados satisfactorios.
Quizás esa característica derive del hecho de que el país ha sido uno de los pocos en aceptar natural y mansamente la imperfecta naturaleza humana y obrar y legislar en consecuencia, sin asumir que el hombre es lo que no es.
Alguna vez Tocqueville dijo “feliz país el del Nuevo Mundo, en donde los vicios de los hombres son casi tan útiles a la sociedad como sus virtudes”, en una clara alusión de cómo los norteamericanos aprovechaban hasta los costados teóricamente reprobables del ser humano para sacar de eso alguna consecuencia favorable. Es típica esa conducta en lo que se refiere al “egoísmo” o hasta la “codicia”.
Los norteamericanos, en lugar de enojarse contra esa naturaleza y legislar como si los hombres fueran ángeles filantrópicos, se han amoldado humildemente a esa realidad y han sacado del egoísmo, y hasta de la codicia, resultados extraordinarios para el beneficio de todos.
Con la Argentina ocurre algo parecido pero al revés. Después de amagar con replicar el modelo norteamericano en el sur de América, en donde claramente el país hacía las cosas de modo distinto a sus hermanos latinoamericanos, las cosas se han dado vuelta como una media desde hace más o menos 80 años.
El país cada vez se convierte cada vez más en una isla inexplicable para el resto del mundo porque hace cosas que muy pocos hacen o aplican a los problemas “soluciones” que casi nadie aplica.
Y si algo faltaba para confirmar esta “excepcionalidad” para lo malo ha sido lo que el kirchnerismo decidió para el país como consecuencia de la pandemia de coronavirus. De hecho, todos los días el país confirma que es el “único” en algo.
La Argentina transita la cuarentena más larga y más ineficiente del mundo, con la sociedad encerrada desde marzo pero sin que por eso se haya podido evitar que el país sea hoy el octavo del mundo en número de infectados.
La Argentina es casi el único país en el mundo en donde no hay clases y donde tampoco hay ningún plan para que haya. En Gran Bretaña hay 25.000 escuelas públicas primarias sólo cinco están cerradas. Hace unos días, conspicuos kirchneristas, casi se alegraban por la noticia de que Francia había cerrado 600 colegios, pero olvidaban mencionar que habían abierto 60 mil.
El país es el único en donde no hay vuelos desde hace 8 meses, con argentinos varados en todas las provincias o en la Capital, sean cuales sean los lugares en los que los sorprendió el decreto del encierro.
La Argentina es el único país que no tiene un plan razonable para el retorno a las sesiones presenciales del Congreso, y, al contrario, planea la continuidad de la excepción telemática prácticamente para siempre.
Los funcionarios de la Argentina son los únicos de la región que no se han bajado un centavo el sueldo, ni siquiera como una medida simbólica de empatía con tanta gente que la está pasando muy mal.
Hasta en las frivolidades somos únicos: la Argentina es el único lugar en donde no hay fútbol y donde se ha decretado que no habrá descensos cuando el campeonato arranque.
También la Argentina es el único país que redujo a cero la libre circulación doméstica en cualquiera de sus formas, en un dramático alzamiento de hecho contra la Constitución.
También es uno de los poquísimos países que ni siquiera ha estudiado la idea de bajar impuestos para aliviar los extenuados bolsillos de los ciudadanos.
También la Argentina es uno de los pocos países que no tiene ningún plan conocido para salir de esto.
La Argentina en definitiva se ha transformado en un país excepcional, como había amagado serlo a fines del siglo IXX y principios del XX solo que en el sentido opuesto: en el sentido de contrariar el sentido común, desafiar las recetas largamente probadas como exitosas en el resto del mundo y de empecinarse con una originalidad que solo lo distingue por su cada vez más profunda miseria.