¿Qué cambia en la campaña de Estados Unidos con el positivo por coronavirus de Donald Trump y de su mujer, Melania? Todo. O casi todo. La sorpresa de octubre, como llaman en la jerga política a un hecho capaz de torcer las posibilidades de un candidato y de acrecentar las del otro en el mes previo a las presidenciales, pone patas arriba la táctica de Trump. Desde febrero quiso restarle importancia al COVID-19 a pesar de gobernar el país más golpeado del planeta, con 208.000 muertes y 7,3 millones contagios.
Si el final de la pandemia está cerca, como anunció después del debate con su rival demócrata, Joe Biden, el comienzo de una nueva etapa está aún más cerca.
Esta nueva etapa mina el intento de Trump de alejar el foco de la gestión de la crisis sanitaria y su impacto en la economía, más allá de su tardía condena de los supremacistas blancos, después de haberlos defendido durante el bochornoso debate con Biden, y de su sospecha de fraude si no resulta reelegido. La campaña entra en una dimensión desconocida, con una agenda de debates y mitines en suspenso.
Después de burlarse del vicepresidente de Barack Obama, de 77 años, por usar barbijo todo el tiempo y de mezclarse con los suyos sin protección alguna, Trump dio de bruces contra la realidad.
Su propia realidad, a los 74, en edad de riesgo, con colesterol alto y sobrepeso.
Las alarmas saltaron cuando dio positivo Hope Hicks, una de sus laderas más estrechas. Primera medida: aislamiento del presidente y de la primera dama. Primera reacción: incertidumbre en los mercados.
Trump, el tercer presidente en la historia en ser sometido a un impeachment (juicio político), no respetó el duelo por la muerte de la jueza Ruth Bader Ginsburg para designar de inmediato a una candidata afín, Amy Coney Barrett, de modo de apurar la confirmación en el Senado, con mayoría republicana, y obtener una ventaja de seis contra tres en la Corte Suprema en caso de que las elecciones deban resolverse en esa instancia, como en 2000.
Ese apuro frente a un voto popular esquivo en elecciones que, en realidad, se definen en forma indirecta, Estado por Estado, mostró el único interés de Trump a pesar de las circunstancias: four more years (cuatro años más). De igual a igual contra sí mismo, ahora, a pesar de sentirse cómodo en el barro, como demostró durante un debate en el cual Biden tampoco se lució.
Otros líderes controvertidos, como Boris Johnson, Jair Bolsonaro y Aleksandr Lukashenko, también contrajeron coronavirus, pero el caso de Trump es diferente tanto por el ejercicio del cargo como por la proximidad de las elecciones.
La vigesimoquinta enmienda de la Constitución de Estados Unidos, ratificada en 1967, prevé que, frente a una incapacidad física, el presidente puede transferir en forma temporal el mando al vicepresidente. El test de coronavirus de Mike Pence dio negativo. De no poder asumirlo Pence, el poder recaería en la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, demócrata, adversaria acérrima de Trump.
Se trata de una medida excepcional, sólo aplicada en 1985, cuando Ronald Reagan delegó el cargo en George Bush (padre), y en 2002 y 2007, cuando George W. Bush debió cedérselo a Dick Cheney. En todos los casos, por colonoscopías.
En el aire quedan los actos que Trump pretendía realizar en Estados clave, así como sus críticas a los gobernadores y los alcaldes demócratas que se mostraron precavidos frente al avance de la enfermedad que sufre ahora en carne propia.
Que el primer ministro británico Johnson, de 56 años, o el presidente brasileño Bolsonaro, de 65, hayan remontado en las encuestas después de haber superado el trance no significa que Trump tenga la misma suerte.
“Al virus no le importa si eres rico o pobre, republicano o demócrata, joven o viejo, porque nadie es inmune, ni siquiera el presidente”, resumió la gobernadora demócrata de Michigan, Gretchen Whitmer.
En Lansing, la capital de ese Estado, estallaron las primeras protestas contra el aislamiento.