Anteayer el presidente Donald Trump, casi sin querer, puso la cuestión del Covid en una dimensión que quizás muchos la tenían flotando en el fondo de sus cerebros pero no se animaban a expresarla, a ponerla en palabras.
Como sabemos, Trump fue diagnosticado positivo de coronavirus después del primer debate con Joe Biden en Cleveland el pasado 29 de septiembre. Allí también se contagiaron algunos de sus funcionarios y su esposa Melania. Las informaciones dieron cuenta de que el presidente contrajo el virus por su contacto con una colaboradora que lo padecía, pero en realidad muchos creen que fue en la noche del mismísimo debate en que prácticamente todo su staff y su familia desafiaron la regla del uso del barbijo que había sido convenida entre los dos partidos y la Comisión Nacional para los Debates Presidenciales, que el presidente se contagió.
Luego del hisopado y de las primeras 24 horas en la Casa Blanca, Trump fue trasladado por precaución al Walter Reed Hospital donde permaneció internado 2 noches.
Según los partes médicos el presidente llegó fatigado al hospital y con 38 grados de temperatura. Fue sometido a un cóctel de drogas experimental y al día siguiente mostraba una franca mejoría, habiendo tuiteado varias fotografías en donde aparecía en mangas de camisa trabajando en el escritorio de un inmenso salón.
En un primer momento el equipo médico, dada su evolución, planteó una externación para mañana 7 de octubre, pero, sorprendentemente, el presidente volvió a la Casa Blanca el lunes.
Desde un primer momento fue evidente intentó transmitir la idea de que el coronavirus no es una enfermedad respecto de la que se tenga que tener miedo. Pero el punto más alto de esa postura lo alcanzó cuando dejó el hospital y grabó un video para su cuenta de Twitter y de Instagram “@realdonaldtrump”, en donde directamente dice que no se debe permitir que el virus le tome la vida a nadie por temor a salir o a vivir una vida normal: “No permitan que el miedo al virus los domine, no dejen que les impida hacer sus vidas, trabajar, ir de un lugar a otro… Somos los Estados Unidos de América, el país más grande y más exitoso del mundo; este virus no podrá con nosotros… Estoy muy orgulloso de la medicina norteamericana de sus médicos, de sus enfermeras, de los socorristas… No tenemos que tener miedo; de un momento a otro tendremos la vacuna… Vamos a derrotar al virus chino”. Al entrar a la Casa Blanca se quitó el barbijo delante de las cámaras. Algo que también había hecho Bolsonaro meses antes.
Obviamente estamos en medio de una campaña electoral, todo el mundo entiende que Trump ha jugado, justamente, el papel de invencible; de bravo y valiente líder que enfrenta los obstáculos y los doblega (no estoy queriendo decir que lo sea; digo que él se ha preocupado por transmitir esa imagen) y esta era una ocasión ideal para multiplicar al infinito esa postura.
Pero desagregado ese componente político innegable, volvamos al inicio y preguntémonos si el Covid-19 no va a terminar produciendo una enorme grieta entre los que se le animan y los que no se le animan.
Yo entiendo que es un tema vidrioso porque, pese a que estadísticamente esta pandemia está muy lejos de haber producido una letalidad siquiera cercana a otras pestes que ha sufrido el mundo, es muy duro plantear la cuestión en estos términos cuando han muerto más de 1 millón de personas. Pero lo cierto es que el mundo (y en particular la Argentina) no va poder continuar mucho tiempo más bajo estas condiciones de anormalidad.
Hablando de la Argentina, no hay que traer muchos datos al argumento para demostrar que el país es uno de los únicos en el mundo que sigue con restricciones severas, aun cuando, en términos prácticos, los resultados han sido catastróficos en relación con otros países que manejaron la cuestión con un mucho mayor grado de libertad.
Uruguay, por ejemplo, para no mencionar países “ricos” y centrales, tiene una vida casi normal: la gente puede ir de un lado a otro, el turismo funciona, la hotelería está abierta, hay vuelos, restaurantes, colegios, hay fútbol, el Congreso trabaja presencialmente, las tareas laborales son prácticamente normales. Otro tanto ocurre en Chile o en Brasil a pesar de que, al inicio, eran señalados por la administración Fernández como los anticristos de la salud.
Lo que quiero decir es que Trump ha puesto sobre la mesa, a su manera (que generalmente es una manera brutal) una cuestión que tarde o temprano algunos países más que otros (y la Argentina más que nadie) deberán resolver, esto es: enfrentar al virus.
Está claro que como en los EEUU se está jugando una carta política, en la Argentina también ocurre lo mismo. A esta altura solo un inocente puede poner en duda que el aislamiento ha sido una herramienta de utilización política por el gobierno que ya venía con un plan pensado de restricción severa a la libertad y encontró en la pandemia un acelerador y un aliado imprevisto para sus intenciones.
El final del himno de los Estados Unidos hace referencia a la “tierra de los libres y al hogar de los valientes” en una arenga al carácter nacional que le presenta batalla a las dificultades. Es ese espíritu el que Trump quiere movilizar con sus actitudes y con las jugadas palabras que tuvo ayer al dejar el hospital.
Asumir la responsabilidad como presidente de decir “no tengan miedo, salgan, vivan sus vidas” es evidentemente muy arriesgado. Pero, efectivamente, llega un momento en la vida en que hay que arriesgar, salir de la zona de confort y enfrentar los obstáculos.
La impresión en la Argentina es que el gobierno también especula (para su propio provecho político) con una cultura que es adversa al riesgo y que, si no es directamente miedosa, en la duda, está más cerca de temer que de enfrentar.
Sé que muchos pueden encontrar esto ofensivo para con la personalidad nacional a la que muchos emparentan con el gallito compadrito. Pero la mayoría de las veces ser bravucón no es lo mismo que ser bravo. El “vayan que lo matamos” (que incluye al gallo en la cacareada pero no en la acción) es, lamentablemente, muy argentino. Ya pasaron 7 meses de “cuidados”. Los resultados son catastróficos. Es hora de probar con el temple de “salir y vivir la vida”.