El ariete es el pedido de juicio político, flojo de papeles, al presidente del tribunal, Carlos Rozenkrantz. No prosperará. No reúne los dos tercios de ambas cámaras necesarios para destituirlo. Es, con todo, una pieza relevante de una escalada mayor.
Human Rights Watch criticó el pedido de juicio político al presidente de la Corte Suprema: “Es un abuso de poder”
Leopoldo Moreau, ex talibán de Alfonsín devenido en talibán de Cristina, atacó a todos los integrantes de la Corte. “Ésta es una Corte desgastada y sin jerarquía”, embistió.
El presidente se sumó hace una semana al coro. Arremetió contra Rosenkrantz y cuestionó la primera decisión de la Corte sobre el reclamo de los jueces desplazados que incomodan a la vice.
Antes había convocado a su defensor Carlos Beraldi para liderar la comisión que debe revisar la integración y el funcionamiento de la Corte. Una amenaza pendiente sobre la conducción del Poder Judicial.
En los niveles inferiores se desplegó una trama operaciones simultáneas. Ya no hay relato que pueda encubrir el propósito de exculpar a la ex presidenta en las causas por corrupción que se le siguen.
Esa es la urgencia, aunque no el fin último de la ofensiva. El kirchnerismo busca instalar un nuevo régimen político.
Cristina ya avisó que no cree en la división de poderes, cuando hace dos años postuló cambiar la Constitución. Hoy tampoco dispone de las voluntades ni del contexto necesarios para instaurar ese cambio institucional.
Eso no quiere decir que haya renunciado a la idea. Ahora apela a las vías de hecho con el mismo propósito de concentración de poder. Es la continuidad, por otros medios, del “vamos por todo” –por todo el poder– que proclamara en Rosario ante una multitud militante, en su segunda presidencia.
Eugenio Zaffaroni defendió con aires doctrinarios, en un foro de jueces convocados por el Papa en Roma, la necesidad de “jueces partisanos”. Jueces que tuerzan la interpretación del derecho a favor de los gobiernos “populares” y sus causas.
El ex intendente camporista de San Antonio de Areco Francisco Durañona los expresó con brutalidad durante la campaña. Vale recordarlo. Los niños, los borrachos y los militantes fanatizados dicen la verdad.
Dijo entonces Durañona: “Tenemos que ganar para lograr mayoría simple en el Congreso y el primer día enviar un proyecto de ley para que se amplíe la cantidad de miembros de la Corte. Los nuevos miembros tienen que ser militantes nuestros. Con eso –explicaba– se blindan absolutamente todas las posibilidades para avanzar”.
Esta perspectiva sigue vigente. Cristina pelea con ferocidad para que los jueces validen la absolución que según ella ya le otorgó la historia. Y también construye ladrillo a ladrillo los cimientos del legado de su proyecto político.
Máximo Kirchner y Axel Kicillof son las figuras emergentes de una sólida estructura de poder, hegemonizado por La Cámpora y dirigentes afines, que ya disputa el futuro. Control de las cajas, algunos ministerios claves y las segundas líneas del gobierno. Enorme despliegue territorial, con epicentro en el conurbano y la provincia de Buenos Aires, y con ramificaciones en todo el país.
No hay en el peronismo otro proyecto de alcances y ambiciones equiparables.