Se ha producido un giro a la ortodoxia bastante notable en la gestión económica, y es comprensible que tanto Cristina como Alberto se esfuercen en disimular que están borrando con el codo no solo lo que durante años escribieron con la mano y prometieron a diestra y siniestra, sino lo que hasta ayer mismo estaban tratando de hacer.
Del “Estado presente” y los famosos “multiplicadores peronistas”, la idea ridícula según la cual siempre que el gobierno suba el gasto la economía se reactiva, ya no queda nada de nada. Se entiende: el giro no se debe simple ni siquiera principalmente a que el FMI viene presionando sobre los funcionarios de gobierno, sino a que los resultados estaban siendo catastróficos y nos conducían a una crisis de gobernabilidad de impredecibles consecuencias, y que en cualquier caso a esos funcionarios se los iba a llevar puestos.
El gobierno se acerca a su primer aniversario, falta solo un mes, y el balance es difícil que fuera peor. Mientras la gestión sanitaria nos condujo, bajo el lema del “Estado te cuida” y la tontera de la cuarentena eterna, al podio de muertos por millón de habitantes, su contraparte económica, la asistencia pública para compensar la caída de la actividad privada, nos fue empujando rápida e irresponsablemente a una megadevaluación, que es difícil saber dónde ni cuándo termina, y ya provocó un fenomenal y desordenado ajuste tanto de la economía pública como privada. ¿Ahora, porque Guzmán prometa un ajuste más ordenado y decidido, va a alcanzar para evitar el desastre? Difícil. Va a hacer falta mucho más.
Para empezar, va a hacer falta algo que tanto Alberto como Cristina siguen retaceando: que se esfuercen en generar confianza respecto a que la cosa va en serio. Es que la falta de confianza en su gobierno es el mayor déficit de la Argentina, no es el fiscal, ni el financiero, y siguen sin entenderlo.
Encima, ahí está la carta de Cristina, escrita como si ella estuviera en el exilio y no cogobernando, para alimentarlo. Y también está la pretensión de Alberto de hablar de la vacuna rusa y demás pajaritos de colores, en vez de invertir lo que le queda de capital político en hacer creíbles las promesas de ajuste que su ministro le está haciendo al FMI y a los actores privados, internos y externos. ¿Será que el presidente sigue suponiendo que todo se arregla si él deja de pagar los compromisos externos por unos años?
Por más que el Fondo haga lo mismo que BlackRock, simule que nos cree, y firme un nuevo compromiso, pateando más pagos hacia delante, volvería a suceder lo que ya nos pasó en agosto. Cuando los nuevos bonos en manos privadas volvieron a derrumbarse, ante la falta de señales contundentes de que el gobierno sí se había creído lo firmado, y estaba dispuesto a usar la oportunidad que se le había brindado para hacer su trabajo, estabilizar la economía.
Guzmán, mientras tanto, sobreactúa. En el espacio de pocos días, anunció el fin del IFE, no se sabe muy bien cómo pero termina el mes próximo; el fin del congelamiento tarifario, que tampoco se sabe muy bien cómo se va a administrar ni compensar; y el fin de la movilidad jubilatoria según inflación. También adelantó que hasta fin de año solo tomará otros 400.000 millones del BCRA para financiarse, lo demás lo deberá conseguir endeudándose en el mercado. Para preparar un fin de año a toda orquesta ya con eso tenemos bastante.
¿Creerá Guzmán que con estos anuncios va a alcanzar para bajar el déficit a 7 puntos del PBI este año y a 3 el próximo? Y más importante que eso, ¿podría alcanzar con eso para ablandar el corazón de los negociadores del Fondo, recién llegados al país? Difícil saberlo. Por de pronto, y para reforzar esas señales, Economía adelantó que enviará un proyecto de ley al Congreso para respaldar el acuerdo al que se llegue con el organismo.
No está muy claro si, entonces, se modificará el proyecto de presupuesto que el Ejecutivo se había apurado a enviar al Congreso, y que perdió sentido, y si se buscará aprobar rápido y por ley, también, el nuevo esquema de movilidad previsional, mucho más mezquino que el de 2017, que tantas protestas generó en su momento.
El proyecto de presupuesto, recordemos, habla de 8% de déficit este año y de 4,2 para el próximo, dos números que ya nadie se tomaba muy en serio. ¿Por qué alguien se va a creer ahora que 7 y 3 van a ser “números reales” y no promesas aún más vanas? ¿No habrá acaso en la misión del Fondo buenos motivos para sospechar de una tan fresca y oportuna disposición del gobierno argentino a prometer el oro y el moro, no pensarán ahí que les están dorando la píldora, para firmar un crompromiso rápido pero que no se pretende cumplir, y que les de la oportunidad de volver a las andadas? El ministro Guzmán debe saber que también él arrastra su propio déficit de confianza.
Así que es probable que la misión del Fondo pida algunos compromisos más firmes. Y también es muy probable que se tome su tiempo. Es curioso cómo se dieron vuelta las cosas en este terreno: es el organismo el que ahora no tiene tanto apuro, hasta que a la Argentina le llegue el momento de pagar, avanzado el año próximo, tiene tiempo, y en cambio los representantes argentinos son los que lucen ansiosos, quieren tener cerrado todo ya, en un mes como máximo. Seguramente pensando que de ese modo se sacan de encima la presión, se consolidan en sus cargos, y cuando empiecen a incumplir las metas, el mercado y los burócratas de Washington tarden un poco más en cobrárselo: ya estaríamos en marzo o abril.
El problema es que tanto en el FMI como en los mercados a estas manganetas ya las conocen. Lo más razonable de su parte es, por tanto, además de tomarse su tiempo, reclamar que el gobierno en pleno, tanto Alberto como Cristina, den más muestras de que se toman el asunto en serio. Cambiar el equipo podría haber sido una vía, pero la han descartado. Tal vez se les exija entonces que den pasos más sustantivos en el Congreso, en materia tributaria, fiscal y financiera. ¿Hasta dónde estarán ellos dispuestos a ceder, a comprometerse, y a borrar con el codo lo que con el resto del cuerpo siempre han hecho y pretendido que definiera su identidad política? Se entiende que una quiera comunicarse solo por carta, y el otro prefiera dedicarse a la vacuna, al aborto, a cualquier otra cosa que no sea la economía.