Voceros del albertismo decían ayer que el ministro empezó a ejecutar el guión de Cristina. No si ironía, sostuvieron que la carta pública de la vice habilitó al gobierno a retomar el diálogo con la elite empresaria.
El rayo paralizador de la jefa abortó un primer intento tras la foto del 9 de julio que reunió a la dirigencia del establishment con el presidente. En realidad no se privó de zamarrearla otra vez en el mismo texto en que la llamó a negociar.
También el Fondo Monetario pidió un consenso amplio para el ajuste que negociará con Guzmán. Esta vez el auditor externo quiere compartir con la dirigencia argentina el costo de un eventual desenlace fallido.
Kristalina y Cristina, al fin, coinciden. La vice reconoció con pragmatismo, como predicaba Néstor, que no hay gobernabilidad con el dólar y la inflación desbocados. Y que, aun apretándose la nariz, hay que llamar a los bomberos, al FMI.
Tomó sus recaudos. En la “carta documento”, como ya se caracteriza a su bajada de línea epistolar, Cristina se distanció de los resultados. Descargó toda la responsabilidad en el presidente. Ella ejerce la conducción política, Alberto la administración del Gobierno.
Guzmán es refractario a los gestos ampulosos. Habla a media voz. Actúa con sigilo y discreción. Por personalidad y por una comprensible cautela política. Ayer no quiso fotos de su reunión con los dueños de las principales compañías, nucleados en la Asociación Empresaria Argentina. Los villanos favoritos de la jefa.
Les pidió apoyo al programa que negociará con el FMI y mostró iniciativa propia en esa dirección. Prometió más energía en la reducción del déficit público y de las necesidades de emisión, líneas maestras de cualquier plan ortodoxo de estabilización.
Fuentes empresarias refirieron que el ministro le puso un número a esos objetivos. Les dijo que se propone achicar el déficit fiscal presupuestado para 2021 del 4,5% del PBI al 3,9%. En línea con lo que habrían pedido los enviados del Fondo, que en dos semanas volverán al país.
También reafirmó un ambicioso programa de endeudamiento en pesos para financiar una proporción mayor del rojo y reducir la impresión de billetes, que está en la base de las expectativas devaluatorias. La antigua épica del desendeudamiento ya sucumbió ante un nuevo festival de bonos.
Guzmán deberá ensayar una alquimia compleja: compatibilizar esos objetivos con la contención del conflicto social, con la necesidad de no matar la recuperación económica y de sostener las chances electorales del oficialismo.
Los empresarios quisieron averiguar cuánto del ajuste se ejecutará por recortes de gastos y cuánto por un eventual apriete tributario. Por las dudas le señalaron que ya no hay margen para más impuestos. Le reclamaron incluso disminuir la carga fiscal que penaliza a las exportaciones, la producción y las inversiones.
Un reclamo testimonial. Nadie espera semejantes reformas en este contexto.
Le preguntaron también a Guzmán por los alcances de un eventual acuerdo político. Repitió que el gobierno lo piensa como un consenso parlamentario. Pedirá que se respalde por ley el acuerdo que negocia con el Fondo.
La duda no radica tanto en la actitud que asumirá la oposición, sino en la capacidad de Alberto Fernández de alinear al Frente de Todos. No sólo para levantar la mano, sino para articular el soporte político del ajuste.