El mundo está otra vez de nuestro lado. La demanda de los bienes que más exportamos –productos del campo y la agroindustria– es mayor a la esperada tras el colapso del comercio mundial por el Covid. Esa tendencia y problemas climáticos en países productores impulsan un ciclo alcista en los precios. La soja supera los 430 dólares, el valor más alto en seis años.
China, nuestro principal comprador, lidera la recuperación global. Brasil, el mayor comprador de bienes industriales argentinos, registra un rebote sólido. Terminará cayendo este año la mitad que Argentina.
Nos demandan más y a mejores precios. Los expertos anticipan que el ciclo se sostendrá en el mediano plazo, a medida que vaya cediendo la recesión global. La UNCTAD, organismo especializado de Naciones Unidas, predice una contracción del 7% al 9% en 2020. La más elevada en décadas, pero muy inferior a la que se preveía a mitad de año.
La Bolsa de Comercio de Rosario estimó que en 2021 ingresarán 26.500 millones de dólares sólo por la cosecha de soja y maíz, a pesar de la sequía en algunas áreas de cultivo. La cifra es un 28% superior al promedio de los últimos años.
Argentina tiene otra vez una oportunidad de empezar a revertir su limitación crónica para generar los dólares que financien su desarrollo.
Inversión y mejoras en la competitividad –con reformas estructurales– maximizarían el efecto locomotora de las exportaciones con eje en el interior productivo. El Consejo Agroindustrial Argentino sostiene que, en condiciones adecuadas, podrían crecer hasta un 50% en pocos años.
Las ventas externas proveerían los dólares que la industria manufacturera, deficitaria en divisas, necesita para crecer (importación de insumos y bienes de capital).
Los obstáculos a remover con mayor urgencia son la alta carga de retenciones y la también elevada brecha cambiaria. El productor recibe 53 pesos por dólar contra una paridad del mercado libre legal en torno a los 150 pesos.
Se requiere abordar otro problema estructural crónico: el déficit fiscal y su financiamiento con emisión –que devalúa la moneda, presiona sobre el dólar y mantiene alta la inflación–, o con un sobreendeudamiento que termina en default.
El Ministerio de Economía encaró un ajuste fiscal que apunta en esa dirección. El resultado dependerá de su capacidad de ejecutarlo también de cómo se diseñe. Se insiste en una estructura impositiva gravosa para la inversión y las exportaciones, las locomotoras que necesitamos encender.
Los vientos financieros internacionales también soplan a favor. Todo indica que el ciclo de altísima disponibilidad de fondos a “tasa cero” se prolongará. Un caso extremo es el de Alemania, donde se cobra 0,5% a los inversores por recibir su dinero. Tal es la confianza que genera.
La oferta de crédito barato es enorme. Pero la lluvia de dólares nos encuentra con un tenedor en la mano. A la Argentina le cobran el 15% en dólares por prestarle. Tal es la desconfianza que provoca.
No tenemos moneda ni crédito y nos cuesta producir los dólares indispensables para crecer.
La causa subyacente es la falta de credibilidad. Además de una política económica racional se requieren consenso y madurez política para sostenerla. Paradojas argentinas, ahí las trabas provienen del oficialismo.