Es injusto y hasta “machirulo” hablar del presidente Alberto Fernández sin detenerse un momento en la mujer que, con sus aciertos y errores, apuntala a su modo, desde el pasado 10 de diciembre, al gobierno de científicos.
En efecto, alejada de los reflectores que tampoco la iluminaron durante su carrera artística, y autosegregada estoicamente a un segundo plano, la Primera Dama Fabiola Yañez “posibilita” -como dijo un prestigioso medio nacional- el acceso de los más necesitados a los adelantos de la ciencia con los que el Conicet bendice nuestro suelo. En efecto, se ha visto a la Primera Dama inaugurar pozos de agua, que es llevada a través de caños a los feudos más alejados de nuestro país. Gesta similar a la de los antiguos romanos, que mediante sus famosos acueductos, lograron proveer de agua a los confines del Imperio. “¡Pero eso fue hace dos mil años!”, sostienen sus malintencionados detractores, desmereciendo este inocultable avance científico.
Es que en su ceguera apátrida, muchos opositores se niegan a advertir que Argentina nació con la llegada de Néstor, hace tan solo diecisiete años. No es menor, entonces, que en tan poco tiempo, el progreso haya irrumpido, irremediablemente, en algunos parajes regenteados por destacados miembros del club de la sutura.
Impecablemente teñida de rubio, y enfundada en vestidos de princesa “Disney”, que son la envidia de la realeza europea, la Primera Dama prefiere los gestos antes que las declaraciones estridentes. Es que Fabiola no vino a disputar el poder político, ni pretende adornar la 9 de Julio con su imagen, y menos aún desea opacar a su marido. Para esto último, ya hay otra dama que se encarga con éxito. Fabiola, lejos de toda pretensión desmedida, reina pero no gobierna: ¿O alguien creyó que éramos una República?
Cultora del bajo perfil, la Primera Dama prefirió no dar explicaciones cuando se dieron a conocer los gastos en que incurrió el Estado, para que su estilista la acompañara en la primera gira presidencial. Lejos de responder a las críticas, Fabiola puso la otra mejilla para que se la siguieran maquillando.
Injustamente, la Primera Dama padece en estos días el mote de “florero”, que le han dedicado algunos de sus detractores. Destacar su pasividad e inutilidad política como algo negativo no parece justo. Por el contrario, exigirle más protagonismo sería ir contra la naturaleza de las cosas, porque no está en la naturaleza protocolar de una primera dama el ejercicio del poder.
Por otra parte, evaluando comparativamente los antecedentes históricos de otras actrices peronistas que acapararon el escenario político, la inapelable conclusión a la que se arriba es la siguiente: Fabiola está sobrecapacitada.
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