El año que termina confirmó lo que muchos esperaban cuando el kirchnerismo ganó las elecciones PASO de 2019: el regreso de la mentira al gobierno.
Porque si algo caracterizó a 2020 (al menos en la Argentina), además, claro está de las múltiples vicisitudes sanitarias, es el regreso al poder de una fuerza política que hace del embuste y de la construcción fantástica de historias falsas el centro de su existencia.
El sentido común indica que toda agrupación política que llega al gobierno tiene como finalidad mejorar las condiciones de vida del pueblo y elevar los estándares de bienestar para todos los ciudadanos. Es más se suele decir que los partidos pueden diferir en las maneras de alcanzar los fines pero que éstos son comunes, esto es, el crecimiento, el desarrollo, el alejamiento de la pobreza, la mejora en las condiciones de confort.
Nada de todo eso es aplicable al kirchnerismo. En primer lugar, cuando ellos hablan de “pueblo” no se refieren a todos los ciudadanos sino sólo a aquellos que han logrado cooptar electoralmente. Los demás no son “el pueblo” son gorilas equivocados, cipayos antipatria.
En segundo lugar, el mejoramiento de las condiciones sociales (aun cuando solo sea interpretado a favor de su colectivo electoral) tampoco es cierto porque los requisitos que impone esa dinámica económica son contradictorios de las posturas (ni siquiera me animo a decir “convicciones”, porque “convicciones” no tienen ninguna salvo la de enriquecerse por la vía de robar el Tesoro Público) que sostienen en materia económica, de relacionamiento exterior y de posicionamiento de la Argentina en el mundo.
En efecto, el desarrollo económico, la mejora de la condición social media de la ciudadanía, el crecimiento y la elevación del PIB, solo se producen cuando se aplica un plexo de medidas que responden a una naturaleza común, sea cual sea el lugar de la Tierra donde aquellos objetivos se intenten.
Así, por ejemplo, el crecimiento económico sucede donde los sistemas impositivos son sencillos, simples, claros, permanentes y livianos; donde las leyes laborales tienen la flexibilidad necesaria para que el giro del empleo multiplique las oportunidades de generación de puestos de trabajo; donde la legislación de la cual depende la creación de empresas sea fluida y expedita; donde las industrias de avanzada se faciliten; donde la libertad comercial tanto interna como externa (en lo que hace a la conexión con el mundo) permita una multiplicidad de interrelaciones que incrementen las actividades, la inventiva, el emprendimiento y la creatividad; donde el peso del Estado sea pequeño en relación al producto; donde el premio al mérito guíe las relaciones sociales y donde el esfuerzo por ser mejor (entendiendo a su vez por “ser mejor” el hecho de estudiar, esforzarse, ahorrar, respetar la ley, trabajar honradamente, tener espíritu comunitario) se vea recompensado por el sesgo de la ley y por la consideración social.
Esta síntesis -que no ocupó más de 10 renglones- está en directa contradicción con la esencia del kirchnerismo, por no decir, directamente, que uno es el anatema de lo otro.
Para colmo de males, el kirchnerismo no es que se opone a ese conjunto de reglas universales para crecer y desarrollarse porque cree en otras mejores: simplemente se opone a ellas porque ellas son la personificación de un modelo internacional que el kirchnerismo odia y contra el cual está resentido.
En efecto, ese modelo social podría definirse como el capitalismo liberal, occidental, de motor básicamente anglosajón, que ha sido puesto en práctica por los países más exitosos de la Tierra, como son EEUU, Alemania, Japón, Australia, UK, Nueva Zelanda, Canadá y en general -con “galladuras” menores- por toda Europa con la excepción de algunos ex satélites soviéticos y la propia Rusia, claro está.
El kirchnerismo tiene un resentimiento visceral contra ese modelo y hace todo lo contrario a lo que ese modelo indica que hay que hacer simplemente por no dar el brazo a torcer, por no “capitular” frente a las “recetas” del “Imperio”.
Como buena organización militar que es, el kirchnerismo tiene un concepto bélico de la existencia y, en ese sentido, concibe el tomar ideas de aquellos a los que considera sus “enemigos” como una “rendición” y, aunque más no sea por ese solo hecho, no está dispuesto a hacerlo.
Por lo demás el kirchnerismo explota ese costado chauvinista típicamente argento de creer que el país tiene la obligación de ser “original” e inventar, prácticamente frente a cualquier acontecimiento de la vida, la pólvora sin humo.
Naturalmente los kirchneristas saben cuáles son los países exitosos y cuáles producen, desarrollo, bienestar y confort. A tal punto los conocen que es en ellos en donde invierten los dineros que roban y, en muchos casos, adónde van a vivir cuando escapan del país o simplemente cuando se van de vacaciones.
Pero al pueblo le niegan esos beneficios bajo la trasmisión de un relato nacionalista y de encierro que hace flamear una bandera incendiaria que, además de quemar las ilusiones de todos destruye su propio verso de crecimiento y desarrollo.
Por eso, el solo hecho de que las figuras más encumbradas del gobierno hablen de “crecer” confirma la naturaleza intrínsecamente mentirosa del conjunto de impresentables que nos gobiernan. Su sola presencia y el análisis de sus propias posturas son la contracara del crecimiento económico y del desarrollo moderno.
El kirchnerismo es una vía regia a la miseria del pueblo y al enriquecimiento de su propia nomenklatura. Han articulado un verso nacionalista inflamado, un relato populista que alimenta un supuesto facilismo y una verba según la cual el mejoramiento de los que están peor se puede lograr esquilmando a los que están mejor.
Ese milagro no ha ocurrido en ningún lugar civilizado del mundo. Al contrario: el ataque a los que tienen capacidad de inversión generó más pobreza en quienes no la tienen.
Como lo probaron sus primeros 12 años en el poder al inicio del siglo, el kirchnerismo volvió a demostrar en el año que termina que antes que cualquier otra cosa es un engendro mentiroso que solo convence idiotas útiles, cerebros limados y personas que lamentablemente han sido educadas bajo décadas de resentimiento y envidia.
Lo paradójicamente trágico es que esas personas que los votan creyendo que los van a reivindicar, serán las primeras en morder el polvo de la miseria.