Hace rato que muchos sindicatos docentes vienen perdiendo prestigio. Crece la percepción de que son ello los que verdaderamente manejan la educación. Los políticos que nosotros elegimos no tienen suficiente poder para imponerse sobre los gremios. Es una paradoja: las escuelas, corazón de lo público, terminan dando la impresión de haber sido privatizadas, hace mucho, sin que nadie se diera cuenta.
A veces parece que el sistema no está al servicio de los alumnos, sino de sus empleados. Los sindicatos resisten reformas, evaluaciones y racionalizaciones. Son dueños y señores.
Sobre ellos reina Ctera, que es la más importante confederación de los gremios regionales. En la pandemia, Ctera llevó al extremo este sometimiento de la educación a los fines políticos del sindicato.
Alentó el cierre total, primero prematuro y luego perpetuo de las escuelas. Para una parte de la sociedad lo hizo por prevención pero también como un pase libre a un año de laxitud laboral.
Después, cuando el gobierno macrista de la ciudad de Buenos Aires se animó a presionar para reabrir escuelas, la cúpula kirchnerista docente juntó el deber con el placer y se opuso a todo, con argumentos entre apocalípticos y ridículos.
Ya en el nuevo año el sindicato rechazó antes de pensar la reapertura de escuelas, sin importar lo que dijeran Unicef, Unesco o la OMS ni las experiencias de casi todos los países del mundo, que nunca se comieron un año entero sin educación presencial.
Eso fue hasta que, en estos días, los padres, y también muchísimos maestros, sin partidos, sin gremios y en forma espontánea, se encolumaron detrás del lema “abran las escuelas”. Y el gobierno de Alberto Fernández, que había venido balbuceando una cosa con la mano y obedeciendo con miedo a Ctera con el codo, no pudo seguir con el doble discurso.
Entonces Ctera, a disgusto, tuvo que ceder. Ayer, a regañadientes, sacó un comunicado que ameritaría una clase de gramática para los sindicalistas docentes.
Allí admiten la posibilidad de la reapertura, aunque sometida a un sinnúmero de obviedades. Sí, es obvio que si las condiciones se agravan y no queda otra que volver a cerrar las escuelas habrá que cerrarlas, pero mientras tanto se pueden reabrir para dejar de profundizar la desigualdad contra la que Ctera tanto declama.
Pero Ctera no puede con su genio. En el mismo comunicado planteó atar la reapertura de escuelas a la paritaria en febrero, es decir, a los salarios. Como si una cosa tuviera que ver con la otra. Una cosa es si se pueden o no dar clases presenciales. Otra, son los sueldos.
Pero la cúpula de Ctera no pierde las mañas. Y, lamentablemente, no hay una vacuna contra el riesgo de que la enseñanza vuelva a ser puesta al servicio de cualquier cosa menos de los alumnos. Aunque vengan de perder un año -un año- de clases.