Falabella cierra sus tiendas departamentales en Córdoba, Mendoza y San Juan. Antes bajó la persiana de otras cuatro, en Capital Federal y Provincia de Buenos Aires. Buscó pero no consiguió compradores.
Su vinculada Sodimac sigue negociando. Pero la decisión está tomada: el grupo chileno se va de Argentina. Deja un reguero de desocupados y de proveedores perjudicados.
La consultora especializada First Capital contabilizó en el último año unas 30 empresas extranjeras que concretaron o manifestaron su intención de desinvertir o dejar de operar en la Argentina.
El recuento incorpora rubros diversos. Los principales: aerolíneas (Latam, Norwegian, Qatar, Air New Zeland y Emirates), cadenas comerciales (Walmart, además de Falabella y Sodimac), autopartistas (Axalta, Basf, PPG, Saint Gobain Sekurit), hoteles (Sheraton Córdoba), textiles (Nike), farmacéuticas (Hepatalgina, Gerresheimer, Pierre Fabre) y energéticas (Raizen Gas).
¿Por qué se van las empresas extrajeras de la Argentina?
La crisis global que causó la pandemia obligó a numerosas multinacionales a reducir estructuras. Desactivan las operaciones menos rentables o menos promisorias. Argentina, por su propia dinámica, tiene todos los números comprados.
Gobiernos de distinto signo político comparten responsabilidades. El país arrastra nueve años de estancamiento y tres de una recesión feroz. Con alta inflación. El mercado interno se jibariza. Exportar es cada vez más difícil. Y hay un bloqueo creciente a la provisión de insumos y productos importados. El Banco Central no tiene cómo proveer los dólares al precio oficial de ficción.
La carga impositiva no para de crecer. Y es un componente central del sobrecosto argentino, junto con la logística más cara de la región.
Se suman la inseguridad jurídica, la ruptura de contratos. El cepo a la remisión de utilidades y al pago de deudas privadas con el exterior. Y la proliferación de regulaciones que empeoran las reglas de juego para los negocios.
Algunas multinacionales tratan de vender sus operaciones aun en condiciones ruinosas. Están a precio de liquidación. Las que cotizan en Bolsa valen la quinta parte que en 2017, el año previo a la recesión.
Argentina es cada vez menos atractiva para las empresas que entierran capital productivo. En los 10 años previos a la pandemia, la inversión extranjera directa aumentó 82% a nivel mundial. En nuestro país cayó 18%.
La inversión total, incluyendo por supuesto a las empresas nacionales, tocó el año pasado un piso del 10,2% del producto bruto. Para crecer de manera sostenida se necesita al menos 21%. No se alcanza para reponer el capital obsoleto.
Esta realidad condiciona el futuro. Significa menos capacidad de producción y de generación de empleo. Pero no figura en la agenda pública, regida por un cortoplacismo electoral rabioso.