Desde miércoles pasado hay un silencio espeso, aceitoso y oscuro. Es el silencio del kirchnerismo. La condena por lavado a Lázaro Báez le acaba de quemar el manual del lawfare, esa única y repetitiva defensa que usan para victimizarse como perseguidos por la Justicia. Pero el fallo contra Báez expone hechos, no supersticiones.
¿Qué podría decir, por ejemplo, Alberto Fernández, que era jefe de Gabinete cuando Lázaro facturaba, que en 2016 consideró “delincuente” a Báez y que luego aceptó el dedazo de Cristina que lo puso en la Presidencia? Nada.
Ni siquiera en el Instituto Patria quisieron poner la cara ayer. Se ve que sortearon. Y ya se sabe que ahí hay una perinola marcada. Los trabajos sucios siempre le tocan a Oscar Parrilli, senador y hombre dispuesto a todo por Cristina Fernández, incluso cuando la vice lo insulta. El problema es que la enorme lealtad de Parrilli es inversamente proporcional a su talento. Su defensa de Lázaro fue paupérrima.
Primero, jugó una insólita carta racista. Dijo que a Lázaro lo condenaron por morocho. Así, el senador banalizó el racismo larvado y real que existe en Argentina. Pero, sobre todo, dijo una estupidez. ¿En serio creen que las investigaciones por corrupción tienen motivos racistas? A Amado Boudou, con sus ojos celestes, su posgrado privado en el Cema, su juventud en la Ucedé, su apellido francés ¿también lo condenaron en firme por morocho?
El otro argumento que dio es más tonto aún. ¿Por qué no se meten con los empresarios top y se las agarran con un empresario marginal?, desafió Parrilli. Uno sabe si es o si se hace. A ver, Parrilli: los empresarios top de la Argentina también están en la bolsa: son una decena de ejecutivos y dueños de algunas de las empresas más grandes del país que ya confesaron haberles pagado coimas y extorsiones a funcionarios K en la causa de los cuadernos. Apenas un ejemplo: nada menos que el exjefe de Gabinete de Cristina, Juan Manuel Abal Medina admitió en la Justicia -y no como arrepentido- que recibió dinero en negro de estas empresas para financiar al Frente para la Victoria en las elecciones de 2013.
Hay una perversidad hipócrita de manual en los planteos de Parrilli, muy típica de los populistas: ellos invocan a los morochos, a los marginales, son sus supuestos defensores, se rasgan las vestiduras por los débiles. Pero después los usan como escudos humanos, como los usa Parrilli, para ocultar una red evidente, montada desde el día uno de la presidencia de Néstor Kirchner, diseñada para financiar a la Corona y a los cortesanos encargados de cobrar, contar, lavar y custodiar, que a cambio de eso se quedaban con comisiones y vueltos.
Es un subsuelo hondo de la indignidad esto de invocar a los débiles para defender nada menos que a los corruptos que más se abusan de ellos. Pero a Parrilli tal vez no le dé la cabeza para darse cuenta.