Muy campante, el gobierno de Alberto Fernández anunció que retomó las negociaciones con el laboratorio Pfizer para comprarle su famosa vacuna.
Se ve que ahora Pfizer, de pronto, ya no exige que a cambio de las vacunas le entreguemos los glaciares, como había asegurado el médico Jorge Rachid, asesor del gobernador Axel Kicillof.
Los funcionarios nacionales encargados de la negociación con Pfizer nunca desmintieron la explicación de Rachid, aunque era absurda. Es más: Rachid decía hasta hace dos meses, que además Pfizer había exigido permisos de pesca.
De ahí en más, medios muy cercanos al kirchnerismo, como El cohete a la luna, del vacunado VIP Horacio Verbitsky, publicaron que Pfizer también había exigido -escuchá bien- “las reservas bancarias argentinas, sus bases militares y los edificios de sus embajadas en el exterior”.
Como a la Argentina le encanta jugarla de víctima, y lleva tantas décadas haciéndolo, estas ridiculeces acá siguen sonando creíbles para mucha gente. Nadie se preguntó si a los 83 países en los que se aplica Pfizer -la vacuna usada por más naciones- el laboratorio también los trató como a una colonia. Si en España quiso quedarse con el Barcelona, si a Israel le sacó el Muro de los Lamentos o si México tuvo que cederle los derechos de autor del Chavo del Ocho.
Del ridículo no se vuelve, pero es un lugar incómodo. Antes de que lo echaran del ministerio de Salud, Ginés González García intentó dar una explicación que nunca convenció demasiado. Dijo que Pfizer exigía una indemnidad judicial que para el gobierno era excesiva. Pero eso no debe haber sido distinto de lo que acordaron con los demás 83 países. Pero ni González García ni nadie desmintieron las fantasías conspiracionistas de Rachid y los trasnochadores del antiimperialismo. Si pasaba, pasaba.
Nosotros tal vez nunca sepamos las verdaderas razones por las que, mientras se caía el trato con Pfizer, nos transformamos en uno de los tres países donde la Sputnik V comenzó a aplicarse en masa sin revisión internacional y con un permiso de apuro de la Anmat.
Sin embargo, ahora, de golpe, volvemos a tratar con Pfizer. Se ve que el laboratorio ya no nos exige los glaciares, la soja de las próximas 10 campañas, los pases de todos los cebollitas que se prueban en los clubes de primera ni cobrar peaje en la avenida más ancha del mundo. Por suerte somos argentinos: a nosotros nadie nos engaña así nomás, como les pasa a los demás tontos del mundo.