Existe un detalle de fondo que creo necesario clarificar con el fin de
prevenirme de los suspicaces que pueden argumentar en mi contra, afirmando
que es imposible deslindar nítidamente mundos de cualquier clase, ya que la
misma ciencia parece pertenecer a un mundo diferente del únicamente físico,
puesto que se aplica el pensamiento y el raciocinio que muchas veces no va
paralelo con la realidad por ser esta oscura. De ahí nacen entonces las
distintas hipótesis y teorías que pueden ser luego aceptadas o rechazadas y
pertenecer por tanto mas bien a mundo de ficción de las pseudociencias
creadas por la mente, que al mundo real.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que esto sucede en los límites de la investigación; límites que van cediendo. Luego, cuando una teoría se afirma y no se admite ninguna contradicción, pasa del mundo mental al mundo real porque coincide con la realidad. Esto ha sucedido innumerables veces, y como ejemplo tenemos a la teoría de la evolución de las especies vivientes que, otrora se consideraba como una locura desde el punto de vista creacionista y hoy es una realidad porque ha sido demostrada. Recordemos al teórico Spencer y al práctico Darwin.
No obstante, tal como expresé al principio hay un detalle que parece dejarnos siempre confinados sólo al mundo de la fantasía sin poder alcanzar nunca en plenitud al mundo real.
Nosotros vivimos conectados al mundo a través de nuestros sentidos. Con ellos y nuestro cerebro elaboramos una versión del mundo. Una entre muchas otras posibles. Puesto que percibimos nuestro entorno a través de una ínfima ventanita que son nuestros limitados sentidos, no podemos poseer nunca una visión total de la realidad.
Si ponemos al vuelo nuestra imaginación y nos representamos a ciertos hipotéticos seres extraterrestres inteligentes de alguna lejana galaxia provistos de sentidos diferentes a los nuestros, ¿cómo percibirían el mundo que los rodea?
Supongamos que poseyeran órganos visuales para ver con una gama del espectro electromagnético muy diferente de la que nos permite observar las cosas con "nuestros colores". Una gama más amplia con otras longitudes de onda situadas más allá del infrarrojo o más allá del ultravioleta les mostraría otra realidad. Supongamos que "olieran" nuestra luz en lugar de ver con ella; que "oyeran" los colores, esto es, que los interpretaran como sonidos, que siendo de otra constitución pudiesen penetrar en los sólidos y acomodar su visión a gusto, de modo de percibir objetos lejanos como si estuvieran cerca (especie de zoom) y cosas ultramicroscópicas sin necesidad de artificios, penetrar con la vista la materia haciéndola transparente, ver el aire, y otras, para nosotros, extravagancias, ¿cómo sería el mundo para ellos?
Y si no necesitaran siguiera comer para vivir, como los vegetales que no poseen boca, ni dientes, ni aparato digestivo, ¿cómo sería "su economía" planetaria?
Nosotros vemos con una gama de ondas ínfima del espectro electromagnético, nuestro oído igualmente capta un segmento pequeño de ondas sonoras (nos superan el perro y el murciélago), no podemos ver los microbios, ni el interior de los átomos, ni los quarks, ni los astros lejanos sin aparatos apropiados. Está claro entonces que los humanos sólo extraemos una versión del mundo real que nos rodea, una versión entre infinidad de otras posibles (Véase del autor de esta nota: La esencia del universo, Editorial Reflexión, Buenos Aires, capítulo 1º) y por lo tanto habría que adaptar a la ciencia a "su mundo", en el ficticio mundo irreal, esto es el producido por la mente, en este caso por el sistema mente -sentidos. Sin embargo no es así. Si tenemos ante nosotros un objeto cualquiera, una figurilla blanca, por ejemplo, y hacemos que la observen diez personas provistas cada una de ellas de anteojos de cristal de colores diferentes, una las verá verde, otra roja, otra añil, otra violeta, etc. Se obtendrán así cuatro colores distintos para el objeto blanco y algo aproximado ocurre con la percepción del mundo, nuestra versión humana es una de ellas, pero el mundo está allí, no es un fantasma, no se trata de una creación como los ángeles, demonios, dioses, devas y avatares, la precognición, los milagros, las brujas la telequinesia, el elan vital o el éter. No, por el contrario, la otra cara de la Luna fotografiada está allí, con sus cráteres, del otro lado del astro y no es fantasía, y aunque la fotografiemos con placas sensibles a la luz ultravioleta o infrarroja, continuará estando allí. La Tierra es redonda y no cabe duda porque ha sido avistada así desde el espacio y ya no es admisible otra hipótesis como que quizás sea plana, cuadrada o cilíndrica. Los microbios existen, han sido vistos con aumentos y se los puede clasificar pues aparecen siempre bajo el microscopio si se los busca, no son creaciones mentales, ilusiones, fantasías como las almas errantes que según dicen aparecen en los cementerios.
Por lo tanto volvemos a considerar a la ciencia como la actividad humana que más cerca está del mundo real contando con los mencionados límites que se pulverizan en diversas teorías de carácter provisorio y barren con todas las pseudociencias tanto del pasado como del presente.
Lo que aún falta conocer
Los límites mayúsculos para la ciencia están dados sin duda principalmente en dos dimensiones contrapuestas, esto es en lo microscópico en un extremo, y en el otro por lo macroscópico. Es decir la naturaleza íntima de la materia-energía, y los límites del universo hasta la última galaxia.
Física de partículas por una parte y cosmología por otra, encaran los enigmas mayores del momento, y es natural que así sea, ya que el hombre intercalado entre lo infinitamente pequeño y lo inconmensurablemente grande, se ve como navegando en una versión de mundo real muy estrecha. Se halla como encapsulado con su mente relativa, limitada para comprenderlo todo, no obstante lo cual continúa hurgando, tentando salir del encierro y abarcar lo más posible el conocimiento acerca de aquello de lo que está hecho, y sobre el proceso universal que lo rodea.
La física cuántica una vez encarada, fue una verdadera sorpresa tanto para el investigador como para el especulador intelectual, además de un "dolor de cabeza" para el teólogo. Aquello que se creía determinado, fijo, asible, mecánico, que obedecía a leyes rigurosas en un supuesto mundo perfecto, especie de "aparato de relojería", newtoniano e intransgredible, de pronto se desmoronó. Este efecto demoledor fue percibido cuado se comenzó a estudiar el comportamiento de las partículas subatómicas.
En el ámbito molecular y hasta la dimensión atómica, todo parecía marchar bien, de acuerdo con la física clásica, según las ideas de Newton y Maxwell, pero más allá del átomo, en el reino de las subpartículas y de lo cuantos de energía, las cosas resultaron ser caóticas. Se demostró que las partículas, desafiando toda ley, se comportaban indeterminada e imprevistamente, al punto que el famoso sabio Einstein, en rebeldía ante lo evidente, se vio obligado a pronunciar la célebre frase: Dios no juega a los dados, a lo que Niels Bohr, su polémico interlocutor replicó: No podemos decirle a Dios lo que tiene que hacer! (Véase: Alastair Rae Física cuántica: ¿Ilusión o realidad? Ed. Alianza Madrid, 1988, cap. 4.
Quizás sea dudosa la exactitud histórica de estas frases, pero sin duda, resumen la diferencia entre las posiciones de ambos científicos.
El comportamiento de los elementos subatómicos como los fotones y electrones, por ejemplo, nos indica la incidencia del azar en el fenómeno. Cuando se realizan las experiencias, solo se puede hablar de conductas promedios, de modo que si existiera un dios, como lo pensaron Einstein y Bohr, este, con toda seguridad no haría más que tirar los dados para mantener el mundo tal como se encuentra y esto contradice su cualidad de omnipotente y perfecto, a la par que refuta su misma existencia.
De acuerdo con la ley de Boltzmann, los sistemas evolucionan tendiendo hacia los estados más probables, es decir hacia los estados con distribución homogénea de masa y energía, sin estructuras ni organización. En otras palabras, el sentido de la evolución de los sistemas coincide, en general, con el crecimiento del desorden.
En estas palabras podemos apreciar el contrasentido entre un cosmos sinónimo de orden y el crecimiento del desorden o entropía (según la segunda ley de la termodinámica).
De las experiencias como la interferencia de las dos ranuras (Véase: física cuántica ) se desprende que la luz manifiesta propiedades corpusculares y además ondulatorias, y esto en física se conoce como dualidad onda-partícula, pues cuando la luz atraviesa un par de rendijas es una onda, en cambio cuando incide sobre un detector o una película fotográfica, es un chorro de fotones. (Véase: Alastair Rae, Física cuántica: ¿Ilusión o realidad?).
A esta experiencia debemos añadir otro de los hechos que van en favor del relativismo cuántico, y es el llamado principio de incertidumbre de Heisenberg, como una de las consecuencias de la dualidad onda-partícula, que consiste en la imposibilidad de medir simultáneamente la posición y la cantidad de movimiento de un objeto cuántico tal como un fotón. Es decir que podemos elegir o bien medir las propiedades ondulatorias de la luz -permitiendo que pase a través de una doble ranura sin determinar por qué rendija pasa el fotón- o bien observar los fotones cuando cruzan las rendijas- sacrificando toda posibilidad de realizar un experimento de interferencia-; pero jamás podremos hacer ambas cosas al mismo tiempo.
Por otra parte, con los aceleradores de partículas se está tratando de arribar a los últimos elementos componentes de la materia. Los gigantescos artefactos para este fin como el LEP (Large Electron Positron o Gran Colisionador de Electrones y Positrones) que consta de un anillo subterráneo de hormigón de unos 27 kilómetros de circunferencia, sirven para acelerar partículas y hacerlas colisionar. Se ha dicho que "el LEP es la herramienta más reciente y más potente que el hombre posee, puesto en marcha en 1989, para comprender el mundo en que vive, cómo fue creado y cómo se mantiene en pie" según palabras de Neil Calder, vocero del CRN
(diario La Nación, Buenos Aires, 14-11-89, pág. 2).
Hasta el presente se ha arribado al quark como supuesta última partícula. No sabemos aún si es divisible. Este es uno de los límites provisorios de la ciencia. Existen proyectos más ambiciosos para conocer de qué está hecho el universo. El entendido sobre estas cosas está ávido por conocer algo más de nuestra composición y se hace necesario esperar mayores resultados.
Estas son cosas del micromundo. En el otro extremo, en lo inmenso que involucra todo el universo, con su origen, desarrollo y destino, que corresponde al estudio de la cosmología, nos encontramos de cara con otras limitaciones dada nuestra pequeñez y corta vida.
De algunos conocimientos falseados se aferran los pseudocientíficos y los charlatanes para "engrupir" a la gente, por ejemplo con una pseudociencia cuántica que curaría ciertas dolencias, apartándose así de toda la seriedad de los auténticos hombres de ciencia. Sin escrúpulo alguno, estos charlatanes prometen curaciones con la mira en el signo pesos y ante el fracaso recurren a la remanida frase: "lamentablemente, el tratamiento no ha respondido ante el cuadro clínico del paciente" y... punto.
¡Cuidado con las pseudociencias! Vivamos en el mundo real, nos irá mucho mejor que en manos de los sinvergüenzas que nos pretenden sumergir en un mundo ilusorio.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que esto sucede en los límites de la investigación; límites que van cediendo. Luego, cuando una teoría se afirma y no se admite ninguna contradicción, pasa del mundo mental al mundo real porque coincide con la realidad. Esto ha sucedido innumerables veces, y como ejemplo tenemos a la teoría de la evolución de las especies vivientes que, otrora se consideraba como una locura desde el punto de vista creacionista y hoy es una realidad porque ha sido demostrada. Recordemos al teórico Spencer y al práctico Darwin.
No obstante, tal como expresé al principio hay un detalle que parece dejarnos siempre confinados sólo al mundo de la fantasía sin poder alcanzar nunca en plenitud al mundo real.
Nosotros vivimos conectados al mundo a través de nuestros sentidos. Con ellos y nuestro cerebro elaboramos una versión del mundo. Una entre muchas otras posibles. Puesto que percibimos nuestro entorno a través de una ínfima ventanita que son nuestros limitados sentidos, no podemos poseer nunca una visión total de la realidad.
Si ponemos al vuelo nuestra imaginación y nos representamos a ciertos hipotéticos seres extraterrestres inteligentes de alguna lejana galaxia provistos de sentidos diferentes a los nuestros, ¿cómo percibirían el mundo que los rodea?
Supongamos que poseyeran órganos visuales para ver con una gama del espectro electromagnético muy diferente de la que nos permite observar las cosas con "nuestros colores". Una gama más amplia con otras longitudes de onda situadas más allá del infrarrojo o más allá del ultravioleta les mostraría otra realidad. Supongamos que "olieran" nuestra luz en lugar de ver con ella; que "oyeran" los colores, esto es, que los interpretaran como sonidos, que siendo de otra constitución pudiesen penetrar en los sólidos y acomodar su visión a gusto, de modo de percibir objetos lejanos como si estuvieran cerca (especie de zoom) y cosas ultramicroscópicas sin necesidad de artificios, penetrar con la vista la materia haciéndola transparente, ver el aire, y otras, para nosotros, extravagancias, ¿cómo sería el mundo para ellos?
Y si no necesitaran siguiera comer para vivir, como los vegetales que no poseen boca, ni dientes, ni aparato digestivo, ¿cómo sería "su economía" planetaria?
Nosotros vemos con una gama de ondas ínfima del espectro electromagnético, nuestro oído igualmente capta un segmento pequeño de ondas sonoras (nos superan el perro y el murciélago), no podemos ver los microbios, ni el interior de los átomos, ni los quarks, ni los astros lejanos sin aparatos apropiados. Está claro entonces que los humanos sólo extraemos una versión del mundo real que nos rodea, una versión entre infinidad de otras posibles (Véase del autor de esta nota: La esencia del universo, Editorial Reflexión, Buenos Aires, capítulo 1º) y por lo tanto habría que adaptar a la ciencia a "su mundo", en el ficticio mundo irreal, esto es el producido por la mente, en este caso por el sistema mente -sentidos. Sin embargo no es así. Si tenemos ante nosotros un objeto cualquiera, una figurilla blanca, por ejemplo, y hacemos que la observen diez personas provistas cada una de ellas de anteojos de cristal de colores diferentes, una las verá verde, otra roja, otra añil, otra violeta, etc. Se obtendrán así cuatro colores distintos para el objeto blanco y algo aproximado ocurre con la percepción del mundo, nuestra versión humana es una de ellas, pero el mundo está allí, no es un fantasma, no se trata de una creación como los ángeles, demonios, dioses, devas y avatares, la precognición, los milagros, las brujas la telequinesia, el elan vital o el éter. No, por el contrario, la otra cara de la Luna fotografiada está allí, con sus cráteres, del otro lado del astro y no es fantasía, y aunque la fotografiemos con placas sensibles a la luz ultravioleta o infrarroja, continuará estando allí. La Tierra es redonda y no cabe duda porque ha sido avistada así desde el espacio y ya no es admisible otra hipótesis como que quizás sea plana, cuadrada o cilíndrica. Los microbios existen, han sido vistos con aumentos y se los puede clasificar pues aparecen siempre bajo el microscopio si se los busca, no son creaciones mentales, ilusiones, fantasías como las almas errantes que según dicen aparecen en los cementerios.
Por lo tanto volvemos a considerar a la ciencia como la actividad humana que más cerca está del mundo real contando con los mencionados límites que se pulverizan en diversas teorías de carácter provisorio y barren con todas las pseudociencias tanto del pasado como del presente.
Lo que aún falta conocer
Los límites mayúsculos para la ciencia están dados sin duda principalmente en dos dimensiones contrapuestas, esto es en lo microscópico en un extremo, y en el otro por lo macroscópico. Es decir la naturaleza íntima de la materia-energía, y los límites del universo hasta la última galaxia.
Física de partículas por una parte y cosmología por otra, encaran los enigmas mayores del momento, y es natural que así sea, ya que el hombre intercalado entre lo infinitamente pequeño y lo inconmensurablemente grande, se ve como navegando en una versión de mundo real muy estrecha. Se halla como encapsulado con su mente relativa, limitada para comprenderlo todo, no obstante lo cual continúa hurgando, tentando salir del encierro y abarcar lo más posible el conocimiento acerca de aquello de lo que está hecho, y sobre el proceso universal que lo rodea.
La física cuántica una vez encarada, fue una verdadera sorpresa tanto para el investigador como para el especulador intelectual, además de un "dolor de cabeza" para el teólogo. Aquello que se creía determinado, fijo, asible, mecánico, que obedecía a leyes rigurosas en un supuesto mundo perfecto, especie de "aparato de relojería", newtoniano e intransgredible, de pronto se desmoronó. Este efecto demoledor fue percibido cuado se comenzó a estudiar el comportamiento de las partículas subatómicas.
En el ámbito molecular y hasta la dimensión atómica, todo parecía marchar bien, de acuerdo con la física clásica, según las ideas de Newton y Maxwell, pero más allá del átomo, en el reino de las subpartículas y de lo cuantos de energía, las cosas resultaron ser caóticas. Se demostró que las partículas, desafiando toda ley, se comportaban indeterminada e imprevistamente, al punto que el famoso sabio Einstein, en rebeldía ante lo evidente, se vio obligado a pronunciar la célebre frase: Dios no juega a los dados, a lo que Niels Bohr, su polémico interlocutor replicó: No podemos decirle a Dios lo que tiene que hacer! (Véase: Alastair Rae Física cuántica: ¿Ilusión o realidad? Ed. Alianza Madrid, 1988, cap. 4.
Quizás sea dudosa la exactitud histórica de estas frases, pero sin duda, resumen la diferencia entre las posiciones de ambos científicos.
El comportamiento de los elementos subatómicos como los fotones y electrones, por ejemplo, nos indica la incidencia del azar en el fenómeno. Cuando se realizan las experiencias, solo se puede hablar de conductas promedios, de modo que si existiera un dios, como lo pensaron Einstein y Bohr, este, con toda seguridad no haría más que tirar los dados para mantener el mundo tal como se encuentra y esto contradice su cualidad de omnipotente y perfecto, a la par que refuta su misma existencia.
De acuerdo con la ley de Boltzmann, los sistemas evolucionan tendiendo hacia los estados más probables, es decir hacia los estados con distribución homogénea de masa y energía, sin estructuras ni organización. En otras palabras, el sentido de la evolución de los sistemas coincide, en general, con el crecimiento del desorden.
En estas palabras podemos apreciar el contrasentido entre un cosmos sinónimo de orden y el crecimiento del desorden o entropía (según la segunda ley de la termodinámica).
De las experiencias como la interferencia de las dos ranuras (Véase: física cuántica ) se desprende que la luz manifiesta propiedades corpusculares y además ondulatorias, y esto en física se conoce como dualidad onda-partícula, pues cuando la luz atraviesa un par de rendijas es una onda, en cambio cuando incide sobre un detector o una película fotográfica, es un chorro de fotones. (Véase: Alastair Rae, Física cuántica: ¿Ilusión o realidad?).
A esta experiencia debemos añadir otro de los hechos que van en favor del relativismo cuántico, y es el llamado principio de incertidumbre de Heisenberg, como una de las consecuencias de la dualidad onda-partícula, que consiste en la imposibilidad de medir simultáneamente la posición y la cantidad de movimiento de un objeto cuántico tal como un fotón. Es decir que podemos elegir o bien medir las propiedades ondulatorias de la luz -permitiendo que pase a través de una doble ranura sin determinar por qué rendija pasa el fotón- o bien observar los fotones cuando cruzan las rendijas- sacrificando toda posibilidad de realizar un experimento de interferencia-; pero jamás podremos hacer ambas cosas al mismo tiempo.
Por otra parte, con los aceleradores de partículas se está tratando de arribar a los últimos elementos componentes de la materia. Los gigantescos artefactos para este fin como el LEP (Large Electron Positron o Gran Colisionador de Electrones y Positrones) que consta de un anillo subterráneo de hormigón de unos 27 kilómetros de circunferencia, sirven para acelerar partículas y hacerlas colisionar. Se ha dicho que "el LEP es la herramienta más reciente y más potente que el hombre posee, puesto en marcha en 1989, para comprender el mundo en que vive, cómo fue creado y cómo se mantiene en pie" según palabras de Neil Calder, vocero del CRN
(diario La Nación, Buenos Aires, 14-11-89, pág. 2).
Hasta el presente se ha arribado al quark como supuesta última partícula. No sabemos aún si es divisible. Este es uno de los límites provisorios de la ciencia. Existen proyectos más ambiciosos para conocer de qué está hecho el universo. El entendido sobre estas cosas está ávido por conocer algo más de nuestra composición y se hace necesario esperar mayores resultados.
Estas son cosas del micromundo. En el otro extremo, en lo inmenso que involucra todo el universo, con su origen, desarrollo y destino, que corresponde al estudio de la cosmología, nos encontramos de cara con otras limitaciones dada nuestra pequeñez y corta vida.
De algunos conocimientos falseados se aferran los pseudocientíficos y los charlatanes para "engrupir" a la gente, por ejemplo con una pseudociencia cuántica que curaría ciertas dolencias, apartándose así de toda la seriedad de los auténticos hombres de ciencia. Sin escrúpulo alguno, estos charlatanes prometen curaciones con la mira en el signo pesos y ante el fracaso recurren a la remanida frase: "lamentablemente, el tratamiento no ha respondido ante el cuadro clínico del paciente" y... punto.
¡Cuidado con las pseudociencias! Vivamos en el mundo real, nos irá mucho mejor que en manos de los sinvergüenzas que nos pretenden sumergir en un mundo ilusorio.