El asesinato del Presidente haitiano Jovenel Moïse, días atrás, acribillado a balazos mientras dormía en su residencia en Puerto Príncipe, pone al país nuevamente a la puerta de un caos, de una extrema inestabilidad, no sólo para el país, sino para toda la región. Hasta el momento se desconocen las posibles motivaciones, los instigadores, los ejecutores del magnicidio. Muchas son las especulaciones en las que están envueltos políticos, empresarios, mafiosos, narcotraficantes, pandillas criminales, no sólo haitianos, sino otros que se encuentran fuera, principalmente en los Estados Unidos, con vinculaciones estrechas con la DEA y la CIA norteamericanas, y hasta con algunos de los famosos de Hollywood, como Sean Penn, cuyo ex guardaespaldas James Solange, ya detenido, se encuentra directamente implicado en el asesinato.
Por más controvertida y polarizante que haya sido la figura de Moïse, nada justifica su asesinato. El ex presidente ganó unas elecciones muy controvertidas en las que participaron tan sólo el 15% de la población, y desde un principio tuvo que enfrentarse a una férrea oposición. Gobernó en forma autoritaria, reprimió violentamente manifestaciones en su contra y estuvo envuelto en varios casos de corrupción. Los últimos meses de su gobierno fueron ilegítimos, fuera de lo previsto por la constitución haitiana. Su mandato terminaba en febrero de este año, pero se perpetuó en el poder, hasta su asesinato. Ahora de acuerdo a la Constitución, un juez de la Corte Suprema debería hacerse cargo del gobierno. Pero sucede que este juez murió hace muy poco víctima del coronavirus. El próximo paso seria que ocupara el cargo provisoriamente quien esté presidiendo la Asamblea Nacional, que en realidad ya no existe. Tenemos entonces una transición nada clara e ilegal. Trece días después del asesinato de Jovenel Moïse finalmente se instala un nuevo gobierno en Haití a cargo del neurólogo y político Ariel Henry, de 71 años, que estudió en universidades de Francia y los EE.UU. y que había sido designado para el cargo por el ex presidente dos días antes de su asesinato, y que por lo tanto no llegó a posesionarlo. El nombramiento se había realizado sin consultar a los partidos de la oposición, que ya lo han rechazado enfáticamente porque consideran que es fruto del consenso internacional, es decir entre las Naciones Unidas, EE.UU. y Francia en colaboración con embajadores de esos países acreditados en Haití. Mal signo para calmar los ánimos en vista de la preparación de las elecciones previstas para setiembre próximo. Con esta artimaña internacional se frustró lo que podría haber sido un gran acuerdo político nacional. Aquí se aplica la conocida frase en Haití: “Para ayudar realmente al país dejen de tratar de salvarlo desde afuera, porque la trágica historia del país así lo ha demostrado”.
Con 11 millones de habitantes, Haití es una nación que no encuentra sosiego, como lo presenciamos en estos días. Enfrenta una nueva crisis, una ola de inseguridad de bandas criminales que pueden hasta llegar a gobernar el país. A ello se suma una pobreza extrema , una corrupción rampante, con el infortunio de estar ubicado sobre la falla principal entre las placas tectónicas de Norteamérica y el Caribe y en la ruta principal de los huracanes de la región. Y como si todo esto fuera poco Haití ha sido víctima de invasiones extranjeras, intervenciones internacionales, que lejos de traerle progreso lo han retrasado aún más y lo han hecho un receptor de beneficencias, acabando así con su producción interna, destruyendo los mercados locales y generando dependencia externa, con la consecuente corrupción e inestabilidad política. Podemos hablar en Haití muy bien de una verdadera “maldición de la caridad extranjera”. ¿Será verdad lo que afirman muchos haitianos bien informados que en el país actúan más de mil organizaciones no gubernamentales? Muchas han actuado con programas loables, pero otras, muchas, no. Lo cierto es que Haití ha recibido en los últimos decenios miles de millones de dólares en ayuda extranjera de gobiernos y organismos multilaterales, con visitas periódicas de sus altos funcionarios, que se hospedaban en los cómodos hoteles del barrio residencial de Petionville, con poco o nulo contacto con la población. Es vergonzoso visitar a Haití y estar confrontado siempre con la misma realidad de una pobreza extrema y un deterioro en aumento; siempre las mismas miserables chozas y siempre esa pobreza que lastima, que entristece. Desde hace siglos Haití sufre desprecio y castigo. Y la isla que comparte con la República Dominicana nuevamente ha vuelto a ser escenario del caos hasta la próxima carnicería, y muchos de los medios del mundo no hacen más que transmitir confusión y violencia y confirmar la triste y falsa leyenda que los haitianos han nacido para hacer bien el mal y para hacer mal el bien.
Durante mis periódicas visitas a Haití, como corresponsal de medios europeos, tuve el honor de haber conocido y compartir inolvidables momentos con una de las figuras claves de la cultura haitiana, Franketienne, escritor, pensador, pintor, periodista. Hoy con sus 85 años es llamado como el “ mapou “ de la cultura de su país. Mapou es un árbol típicamente haitiano, frondoso con raíces profundas, importante en los ritos voudu. Franketienne nacido producto de una violación de una joven haitiana de 14 años y un rico hombre mayor norteamericano, tuvo que crecer sin la presencia de su padre.
Hoy en día es el intelectual más importante de su país. Se ha negado a abandonar Haití, a pesar de atentados y presiones, teniendo ofertas de organismos internacionales europeos para que resida en alguno de esos países. Al centro de su pensamiento se encuentra el concepto de que el caos y Haití son inseparables, intrínsecos, y hay que aceptarlo y tratar de convivir con ello. Vivir en Haití, el haber elegido quedarse y soportar todas las dictaduras y catástrofes que sufrió el país desde sus inicios ha hecho que tenga, según sus propias palabras, una gran intimidad con él. Para Franketienne el caos no es un vacío, ni la nada, es un hecho del cual hay que rescatar elementos constitutivos para la vida del país, y poder luchar así contra la “zombificación” del pueblo.
La juventud haitiana , lectora de Franketienne, que comprende al 70% de la población del país, representa una lucecita, una esperanza para un país mejor en medio del caos, y así lo pudimos constatar días atrás en el marco del Festival de Cannes, con la exitosa presentación del film “Freda” de la joven cineasta haitiana Gessica Généus, que logró conquistar el corazón del público del festival que la ovacionó durante seis minutos. “Freda” nos muestra la trágica vida de los jóvenes de la isla dentro del marco de su familia, representativa de tantas otras del país, de un barrio pobre, amenazado por bandas criminales impunes. Nos muestra la fuerza de espíritu y coraje de las mujeres haitianas y también el desgarro cultural que sufre el país con la emigración masiva que ha llevado a parte de su pueblo a un bipolarismo enfermizo lejos de su cultura ancestral con fuertes raíces en el voudou porque si bien el 70% de la población dice ser católica y el resto protestante, la realidad cultural muestra que el 100% son practicantes del voudou.
Hace 218 años Haití se convertía en la primera nación independiente de América Latina. La república negra mas antigua del mundo y la segunda república mas antigua del hemisferio occidental después de Estados Unidos. Todo esto se logró como consecuencia de la única revuelta de esclavos exitosa en la historia humana. Esas son muchas razones de orgullo para una nación que desde hace demasiado tiempo está sufriendo un destino trágico y que ha sabido hasta ahora no ahogarse en las aguas que la rodean, pero tampoco ha sabido progresar y vislumbrar un futuro mejor.
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